"En la construcción cada vez hay peores profesionales"

Son y están

El hijo de un albañil, uno entre diez hermanos de una familia que no podía darles estudios, es hoy, desde su Osuna natal, un empresario de referencia en Sevilla por la profesionalidad de su equipo en la recuperación de monumentos y casas palaciegas. 25 años de obras le contemplan y lamenta el fracaso educativo para enseñar oficios

17 de enero 2010 - 05:03

Asus 57 años, se levanta de lunes a viernes a las 5 de la mañana para estar de 5:40 a 6:00 con sus cuadrillas en Osuna, analizar las incidencias de los proyectos en marcha y comentar el trabajo que deben hacer. Por la mañana, procura visitar el mayor número posible de obras que tiene concedidas, buena parte de ellas en Sevilla. Con la intensidad y el celo de quien estuviera empezando, Manuel Sánchez Ortiz vive su profesión y su negocio con la ilusión del chiquillo que era cuando su madre daba de comer a diez hijos y él, en un horizonte de subsistencia precaria, le confiaba a ella su anhelo de aprender bien el oficio de albañil para, en el futuro, intentar ser contratista o, mejor aún, constructor. Y así quiere seguir dando ejemplo a sus tres hijos para que primero sean su equipo de confianza y después asuman el testigo en la dirección de Sanor. La mayor, licenciada en Empresariales, ya lleva las cuentas y l as finanzas.

Para testimoniar su trayectoria ejemplar como emprendedor y su contribución a la recuperación del patrimonio monumental, ha editado un libro que divulga, con profusión de documentación gráfica, las 60 intervenciones efectuadas en iglesias, monasterios, torres, murallas, casas palaciegas y otros bienes de valor patrimonial en Sevilla y provincia. Un detalle demuestra qué tipo de empresa familiar es Sanor: en la ficha de cada restauración no sólo aparecen los nombres de los respectivos arquitectos y aparejadores, sino el de todo el personal de obra, peones incluidos. Y un ejemplo de amor al oficio: ha incluido un apéndice con más de 200 vocablos que utilizan: cajear, bofado, almizate, canecillo, encachado, fredensil, jácena,...

-¿Fue muy dura su infancia?

-Las dificultades propias de las familias numerosas que existían en cualquier pueblo durante el franquismo. Mi padre era maestro albañil de los que procuraba que no le faltara trabajo, pero no daba el paso para ser empresario. Fue capaz de sacarnos a todos adelante. Pero su mentalidad era de que o podía dar estudios a todos los hijos o a ninguno, y, como el dinero no llegaba para tantos, no pudimos aspirar a una carrera. Él nos inculcó la ilusión por aprender a un oficio y, a partir de ahí, ir mejorando en preparación y bienestar. Éramos niños con menos cosas pero con más ilusión.

-¿En la construcción entra por obligación o por vocación?

-Empecé a trabajar a los 13 años en una semillería de cereales. A los 14 estuve de botones en la Peña Los Cuarenta. Y después tres años despachando en un bar, día y noche. A los 18 quise probarme en la construcción porque tenía el deseo de prosperar con mi propio negocio. De chaval, curioseaba en las restauraciones que dirigía Rafael Manzano en la Colegiata y en La Merced. Y me fijaba en la evolución de las grietas que tenía el campanario principal de mi pueblo. ¡Quién me iba a decir que 35 años después sería yo quien lo reparara! Me pegué de peón a mi padre y a mi hermano Cristóbal, que dominaban muy bien el oficio de albañil. Lo primero que hice con ellos fue reparar el cortijo Marchelina en Osuna.

-¿Se aprende bien de un padre?

-En Osuna, por tener tanto patrimonio histórico, había una gran tradición de familias especializadas en la albañilería que dominaban el oficio a la perfección. Los Escamilla, los De la Rosa, los Galicia, los Cardeñosa,... Mi padre y mi hermano también lo sabían todo del oficio, lo mismo construían una casa nueva que muros de sillares, arcos, tapiales, reformas, terminaciones, cubiertas,... Eso da base para afrontar restauraciones.

-¿Cómo llegó a ser empresario?

-En 1979, y, con el espíritu de la transición, en pueblos como Osuna se alentaba a formar cooperativas para cambiar la estructura socioeconómica de pocos capitalistas y mucha mano de obra siempre a la espera, que es lo que les interesara que perviviera. Se creó la Cooperativa de Construcción La Ursaonense y me eligieron presidente. Llegamos a ser 24 socios, pero cuando vi ambiente de relajación entre los socios, pensando que estaba todo hecho, en 1984 decidí que era el momento de montar una empresa, y creé Sanor con mi esposa, Rafaela Moscoso, y mi hermano José Luis.

-¿Le dio vértigo el cambio?

-Me afané en demostrar que era capaz de afrontar la restauración patrimonial, logrando las principales certificaciones profesionales ante el Estado para poder aspirar a las licitaciones. Y la creación de la empresa coincidió con la descentralización de la tutela del patrimonio por parte del Gobierno central hacia el Gobierno andaluz. Pronto empezaron a llamarme. Las tres primeras obras fueron en Écija: Santa Trinidad, Santa Ana y la torre de Santa Cruz. Después, en Marchena, San Juan Bautista y La Compañía. Conocí a arquitectos y aparejadores como Juan Antonio Fernández Naranjo, José María Arana y José María Cabeza, que me animaron a consolidar mi proyecto de empresa. Siempre he reforzado mucho la coordinación con el aparejador y el arquitecto, he instruido a las cuadrillas para no dejar cabos sueltos.

-¿Qué le dio prestigio?

-La época dorada de la preExpo. Nos adjudicaron la restauración y adaptación del Monasterio de San Clemente. Adaptamos la Casa Cuna para sede del Instituto San Telmo, y más encargos, todos con prisas para estar acabados antes de la Expo. Tuve 200 personas en nómina.

-¿Cómo afrontó el bajón del 93?

-Fui previsor, y había comprado terrenos en Osuna en los que hicimos de 1994 a 1996 150 casas unifamiliares como VPO. Mantuve a todo el equipo durante aquella crisis.

-¿De verdad afectó la obra del Metro a la Casa Guardiola?

-Sí, cuando en 1989 abordamos la restauración general de su estructura había marcadas grietas que, por sus características, eran causadas por fallos de asentamiento del terreno por movimientos de tierras.

-En su profesión se dice que cada edificio habla.

-Sí, te va cantando cómo es y cómo lo hicieron en una época, qué cambios le introdujeron. Siempre hay que analizar a fondo la cara norte de los edificios porque es donde se conservan mejor los pigmentos y tonos originales y se hallan los testigos para interpretar correctamente sus rasgos. La humedad ataca más a poniente y a sur.

-¿Qué plantilla tiene Sanor hoy?

-60 personas fijas, más los eventuales. La mayoría son de Osuna.

-Los ciudadanos se preguntan por qué hay tantos fallos en los edificios nuevos, en la pavimentación de las calles, etc.

-Cada vez hay peores profesionales en las labores básicas de la construcción. Muchos fallos que ven los ciudadanos en espacios públicos son por falta de profesionalidad. Los arquitectos tienen dificultades para encontrar empresas solventes que les hagan determinados trabajos. Se necesita un cambio profundo de la Formación Profesional. La profesión va a peor por el deficiente nivel que tienen los jóvenes, más apresurados que curiosos con su tarea, lo que provoca que tengan que hacerla dos veces, y eso no es rentable para una empresa. El sistema de enseñanza para los oficios no funciona bien, pese a que hay mucho dinero y muchas estructuras oficiales. Estoy en conversaciones para intentar montar una escuela de construcción, no quiero enriquecerme con ella sino ayudar a resolver un problema grave. Los políticos no pueden hacerlo todo.

-Si falta pericia, no será por carencia de planes, cursos, cargos, burocracias, instituciones,..

-Maestro no puede serlo cualquiera. Véase cuánto dinero se ha gastado en escuelas taller, y qué poquitos profesionales salen de ellas.

-¿Hay espíritu emprendedor en la sociedad actual?

-Benditos dineros los que han llegado a los pueblos, ha mejorado mucho la calidad de vida. Pero la población se ha acomodado. Y, si no se reacciona, acabarán haciendo la cola como en el franquismo, a la espera de que algún adinerado quiera dar trabajo a su servicio. Hay un problema general de educación, del que las familias son responsables. Hay excepciones positivas, pero se nota falta de interés por esforzarse y exceso de conformismo. No tienen el espíritu de superación que me inculcó mi padre.

-¿Cuándo vio venir la crisis?

-A finales de 2006 ya se veía el agotamiento y el frenazo porque era imposible mantener el ritmo de actividad y el ritmo de los bancos dando dinero para todo. En el boom inmobiliario, que yo llamo la bulla de la playa, se me marcharon cinco oficiales porque iban a ganar el doble. Ya han vuelto tres a mi empresa.

-¿Qué opina de Sevilla?

-Gana mucho con la peatonalización en el centro. Le da aire de ciudad moderna en lugar de parecer como antes un pueblo grande. Pero hay zonas del centro en las que hace falta vecindario, y no sólo comercios, para que sea un territorio más vivido y no sólo de paso para turistas.

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