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El que se mueva sí sale en la foto

  • Coincidencia. El final de la campaña electoral coincidió con el pregón de la Velá de Triana. La cucaña es una metáfora perfecta y escurridiza de esta recta final, una actividad que nació en 1852

El que se mueva sí sale en la foto

El que se mueva sí sale en la foto / Rosell

Los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna se disputaron en Atenas en 1896. Casi medio siglo antes se desarrollaba la primera cucaña sobre aguas del río Guadalquivir. Fue en 1852 para celebrar el nacimiento de la tercera hija de los duques de Montpensier. El mismo año que se inaugura el puente de Triana con el nombre de Isabel II, hermana de la inquilina del Palacio de san Telmo y cuñada del duque francés que nunca llegó a reinar. Siete años después, según datos de Ángel Vela, el mejor conocedor de la intrahistoria de Triana, por acuerdo plenario de 8 de julio de 1859 del Ayuntamiento que presidía García de Vinuesa, la que había sido calle del Rey, Orilla del Río y Derecha del Río pasó a llamarse calle Betis. La pasarela urbana de la cucaña.

Manuel Alés, delegado de Triana en la nueva Corporación de José Luis Sanz, sobrino de Eugenio Alés, que fue concejal y diputado y tiene una plaza con su nombre cerca de Chapina, debería mover los hilos para que la cucaña fuera declarada deporte olímpico. Actividades más estrambóticas figuran en el repertorio de los continuadores de Coubertin. El final de la campaña electoral se junta con el comienzo de la Velá de Triana y la cucaña es una metáfora perfecta.

La campaña ha coincidido con el torneo de tenis de Wimbledon. Feijóo no se prestó a un partido de dobles en el debate de Televisión Española. Era partidario de que comparecieran siete cabezas de cartel. Un todos contra todos, lo que en el fútbol llaman los niños una reina (en mi pueblo le llamamos revolotera). El Tour de Francia termina el día de las elecciones. Tampoco sirve gran cosa como analogía de la jornada electoral. La teoría de la lista más votada es un dardo envenenado. En ciclismo, del segundo todo el mundo se olvida, de ahí la maldición de Poulidor y el efecto Po-Pou. Tres veces segundo en el Tour de Francia, nunca lo ganó (sí ganó la Vuelta Ciclista a España en 1964, el año de la coronación de la Macarena). El holandés Zoetemelk fue segundo en seis ocasiones, pero como ganó la prueba en 1980 ese maillot rojo lo redime de cualquier malditismo. En política, ser primero en unas elecciones no basta para ganar. Lo que no cambia es la importancia del tercero (Poulidor fue tercero en 1972 y 1976, los años que nacen Pedro Sánchez y Santiago Abascal). En ciclismo es fundamental para estar en el podio de París y en política para trazar el mapa de las mayorías. El cuarto no existe.

Estas elecciones cogen a los equipos de fútbol en tiempo de pretemporada. Ayer cumplió Joaquín 42 años y hoy cumple 60 Butragueño. Justicia aritmética, injusticia poética. Un día después de que Joaquín naciera en El Puerto de Alberti, el Buitre cumplía 18 años. La mayoría de edad para votar un año después en las elecciones de 1982 que cambiaron la historia de España, “cuando el socialismo se disponía a cambiar la pana por el azul ministerial”, como escribe Miguel Pardeza en el texto que le dedica a su compañero de Quinta Emilio Butragueño, el arcángel que debutó con dos goles en Carranza a Andoni Cedrún. Cuando el Buitre cumple 18 años, era presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo y alcalde de Sevilla Luis Uruñuela. Ortiz Nuevo había salvado de la piqueta el Hotel Triana.

Ni el tenis, ni el ciclismo, ni el fútbol. La cucaña es la medida perfecta para valorar esta campaña electoral a trasmano, con el termómetro marcando los años de Joaquín y el verano de la película de Robert Mulligan. A diferencia del plató de Televisión Española, en la cucaña de Dani Rosell sí están los cuatro. Feijóo nació el año de la riada del Tamarguillo. El resto son cosecha de los setenta. ¿Quién se llevará la bandera del barco anclado en el río? A dos pasos de la que fue casa del pintor Santiago del Campo donde estaba el mítico puesto de sardinas con el impagable cartel: No pican, empican.

Recuerda Ángel Vela a algunos de los héroes que destacaron por las veces que ganaron en la Velá trianera: uno que le decían el Perdigón (Juan Carmona de Paz), que prácticamente vivía en el río, donde tenía una embarcación con la que se dedicaba al transporte de mercancías; otro conocido como el Barbas (Javier María Morales Tudela). Émulos del Johny Weismuller que antes de ser Tarzán en el cine fue nadador olímpico. Triana rociera, cofrade, fluvial y oceánica, torera y cantaora, el barrio donde muere el padre de los Machado y nace la madre, Ana Ruiz, la que morirá en Colliure.

El diccionario de la Lengua da cinco acepciones de la palabra cucaña, vocablo que viene del italiano y se corresponde con una comarca francesa. Dicen que la modalidad que tanta expectación despierta en Triana tuvo precedentes en la India y en Nápoles, de donde llegó hasta esta ribera del Guadalquivir.

“Palo largo, untado de jabón o de grasa”, dice la primera acepción, “por el cual se ha de trepar, si se hinca verticalmente en el suelo, o andar, si se coloca horizontalmente a cierta distancia de la superficie del agua, para coger como premio un objeto atado a su extremidad”. Es la primera acepción. Los cuatro candidatos se mueven entre el jabón y la grasa a cuenta de los pactos o de los socios más o menos indeseables. La segunda definición de cucaña tiene mucho que ver con la política: “diversión de ver trepar o avanzar por dicho palo”. La política no es sólo actuar para cambiar la realidad, sino participar activamente. Y más en una jornada electoral. Las tres siguientes acepciones se aproximan a las promesas electorales. Tercera: “Medio de alcanzar algo rápida y cómodamente”. Cuarta: “Lo que se consigue con poco trabajo o a costa ajena”. Quinta: “Jauja, lugar de prosperidad y regalo”.

La parte contratante de la segunda parte puede convertir al segundo en primero. Yolanda es la marxista cañí, pero este marxismo de Groucho convierte en resbaladiza toda la pista de las elecciones. Pedro Sánchez es como Houdini, con un as en la manga. Le va como anillo al dedo lo que dice el personaje de ‘El libro de los amores ridículos’ de Milan Kundera: “Los callejones sin salida son mi mejor fuente de inspiración”. Feijóo es de Orense, como el padre Feijóo, el cura benedictino que tiene una calle junto al Rinconcillo. Un escritor cuyos libros leyó Blanco White con quince años y a quien el rey Fernando VI, admirador de sus escritos, tuve que proteger de la furia inquisitorial aprobando una real Orden de 23 de junio de 1750 que prohibía cualquier tipo de refutación o réplica a las obras de Feijóo y Montenegro.

En 1922, cuarto centenario del final de la primera Vuelta al Mundo, se segregó un tramo de la calle Betis para pasar a llamarse calle Juan Sebastián Elcano. La circunnavegación cuya conmemoración fue en paralelo a la pandemia y a la legislatura de Pedro Sánchez. Al final del palo con el sebo o el jabón hay una urna. Y debajo, las aguas del Guadalquivir frente a la Torre del Oro y al Palacio de san Telmo, de donde llegó la noticia del nacimiento de una niña que propició la primera cucaña. Que debería ser olímpica en París 2024. Un guiño a los Montpensier.

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