El ocaso de las cabinas de teléfono
En la ciudad aún quedan unos 300 terminales. El Gobierno garantiza su existencia hasta diciembre de 2016.
Es muy probable que no recuerde la última vez que llamó desde una cabina. Los teléfonos de pago en la vía pública están en peligro de extinción. Cada vez se utilizan menos y no es de extrañar que estén desapareciendo de forma progresiva de las ciudades. Basta situarse unas horas ante una de ellas para comprobar que apenas nadie descuelga el auricular. El número de móviles no deja de crecer en España y supera con creces a la población nacional. A pesar de las mejoras aplicadas en los últimos años, las cabinas no remontan y pasan desapercibidas, convirtiéndose en meros elementos decorativos del paisaje urbano.
Si se le ha terminado alguna vez la batería de su smartphone y ha tenido que hacer una llamada de urgencia, ha necesitado recargar su tarjeta de prepago o pertenece simplemente a esa minoría que no dispone de un móvil, debería conocer de primera mano las cabinas más cercanas. La tarea, a priori, parece complicada. En el año 2000 había en España 60.000. Hoy la cifra ronda las 25.000. Sevilla apenas cuenta con poco más de 300, según el sistema de localización Cabitel. Telefónica, el operador que presta el servicio, no ofrece datos exactos más allá de lo que facilita el geoportal. La mayoría están en el centro. La Plaza Nueva tiene seis y en un radio de un kilómetro desde el Ayuntamiento hay hasta 65. En la Puerta de Jerez se pueden encontrar en la misma distancia 53, y una treintena desde el Prado de San Sebastián.
Hay zonas como La Cartuja que carecen del servicio. La más cercana está en Torneo. Algo similar ocurre en Torreblanca. Buscar un teléfono público en este barrio periférico es misión imposible, siendo necesario ir hasta Sevilla Este, donde se halla una decena; o hasta Alcosa, que tiene cinco. Tampoco hay en Tablada o en Las Tres Mil Viviendas. El número es escaso en barriadas como Bellavista y El Porvenir, ambas con tres, o Los Bermejales, Valdezorras y Las Letanías, con tan sólo una. Las cabinas son más frecuentes en las calles de Los Remedios y Triana, donde superan las 50; el distrito Cerro-Amate cuenta con 25; y Reina Mercedes, con 12. En los alrededores del Hospital Virgen del Rocío y Bami se hallan siete, mientras que entre el de San Lázaro y el Virgen Macarena hay hasta 14. Una menos si se mueve por la zona comercial de Nervión o siete si es por las calles adyacentes a Santa Justa.
En los últimos tres años, el uso de las cabinas ha caído de media interanual un 40% por el auge de la telefonía móvil. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia sitúa en 50,7 millones el número de líneas en el mes de septiembre, al tiempo que el Instituto Nacional de Estadística cifra en 46,44 millones los españoles residentes. Esta diferencia supone una penetración de 109,2 líneas por cada 100 habitantes. Otras causas son el uso de los locutorios -más atractivos para los inmigrantes- y las nuevas generaciones, que quizás no hayan echado jamás una moneda a cambio de una conversación. El vandalismo ha motivado el traslado de un buen número de cabinas lejos del alcance de los salvajes.
La comodidad de los avances tecnológicos ha dejado a las cabinas obsoletas a pesar de las mejoras añadidas. Estas estructuras han variado su aspecto: desde las míticas cabinas acristaladas hasta las coronadas con un remate piramidal o las multicabinas actuales. Sus funciones van más allá de las llamadas. También permiten enviar SMS y poner saldo al móvil y, a diferencia de otros países, dejan contactar de forma gratuita con los servicios de emergencia y utilizar monedas. Además, se han adaptado para personas con discapacidad y se han consolidado como soporte publicitario. Pero, su residual usufructo justifica que el desmantelamiento sea una realidad dentro de la oferta mínima que impone la ley. El Gobierno tiene las manos atadas hasta dentro de un año. En 2011 otorgó a Telefónica Telecomunicaciones Públicas la gestión de los teléfonos callejeros durante cinco años.
El servicio está protegido en el Real Decreto 424/2005, modificado seis años después por el decreto 726/2011. La normativa exige al operador instalar cabinas por el país, y garantizar su universalidad y la protección del usuario. El artículo 32 del texto del ministerio de Industria especifica la obligatoriedad de una oferta "suficiente" y ve "razonable" la existencia, al menos, de una por cada 3.000 habitantes en municipios de mil o más habitantes y de un teléfono público en cada localidad de menos de mil si está justificado por dificultades.
El fin de las cabinas se producirá más pronto que tarde si no se hace nada por remediarlo. El Gobierno central decidirá si renovar o no este servicio público deficitario. La fecha de caducidad es el 1 de enero de 2017. Algunos países le han dado un destino alternativo. Las variopintas propuestas en las redes sociales van desde transformarlas en auténticas peceras hasta instalar el sistema de viodeconferencias Skype, como ocurre en un aeropuerto de Estonia. Otros optan por adaptarlas como puntos de recarga de móviles y de vehículos eléctricos o llenarlas de libros, como en Nueva York y Londres. En la capital inglesa las cabinas rojas son todo un icono que se mantienen en muchos casos gracias a las ideas de Red Kiosk, que facilita la creación de pequeños negocios a modo de cafeterías y puestos de golosinas.
Su destino es todavía una incógnita. La primera cabina se inauguró en Sevilla el 13 de enero de 1972 en la Plaza Nueva con gran expectación. Cuatro décadas después, quién sabe si en cuestión de un año pasarán a ser tan sólo un recuerdo del pasado.
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