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Cultura

La oferta artística: calidad y vanguardia cultural

  • Una constelación de estrellas internacionales protagonizó una programación escénica, musical y plástica sin precedentes.

El Teatro de la Maestranza acogió durante la Exposición Universal más de 90 funciones y se consagró ante el mundo entero como uno de los principales templos del bel canto y un espacio de magnífica acústica a través del cual la lírica y la sinfónica normalizaban su presencia en la capital andaluza. Fue allí, junto a la Torre del Oro y fuera del recinto de la Cartuja, donde se desarrolló la mayoría de óperas, recitales y conciertos orquestales que incluía la deslumbrante programación de la Expo. Y un exbarítono que hasta 1991 era director artístico del Liceo de Barcelona, Luis Andreu, fue el encargado de diseñarla por encargo de Jacinto Pellón. “Los grandes teatros del mundo vinieron al Maestranza con toda su masa estable, desde la Scala de Milán con Traviata a la Staatsoper de Viena, que representó Don Giovanni, o el Liceo de Barcelona con Carmen”, desgrana su primer director artístico, que recuerda “como si fuera ayer” el Jumbo que trajo a Sevilla a los más de 300 artistas y cuerpos técnicos del Metropolitan de Nueva York para ofrecer en el Maestranza Un ballo in maschera con Plácido Domingo encabezando el cartel. Domingo, asesor lírico de la Expo, dirigió también el montaje inaugural, esa Carmen que, con la concepción escénica de Nuria Espert, cantaron Teresa Berganza y José Carreras. El drama de la cigarrera sevillana alzó así el telón de una oferta “irrepetible y grandiosa”, según Andreu, en la que se incluyó a todas las grandes figuras internacionales de la lírica y la música sinfónica, con directores como Maazel, Muti, Barenboim, Claudio Abbado... “No había existido nunca una oferta de este tipo en Sevilla y logramos, en pocos meses, que todo se hiciera con seriedad y horarios europeos, porque hasta ese momento sólo el Lope de Vega ofrecía óperas y solían comenzar a las 22:15 porque se guardaban 15 minutos de cortesía para que el público se acomodara. Aquí establecí que las óperas empezarían a las 20:00 y quien no estuviera a esa hora se quedaría fuera. Y así se ha seguido haciendo hasta hoy. Programar el Maestranza durante la Expo fue un reto organizativo inmenso: una gran orquesta actuaba un día y al siguiente llegaba otra”.

Luis Andreu está convencido de que “unos Juegos Olímpicos o una Exposición Universal hacen avanzar una ciudad 20 años: urbanística y, por supuesto, culturalmente. El AVE, el aeropuerto, la estación de tren y el Teatro de la Maestranza habrían tardado dos décadas en realizarse de no ser por la Expo. Fue un logro indiscutible porque ahora, en España, hay otros teatros que programan ópera pero instituciones estables y de peso sólo hay tres o cuatro y una de ellas es el Maestranza, que además de su magnífica acústica tiene una visibilidad total”.

En aquellos meses irrepetibles también se consagró la Sinfónica de Sevilla. “Con los músicos y con todo el equipo técnico de la orquesta, encabezado por su director gerente, Francisco Senra, manteníamos una relación perfecta”, subraya Luis Andreu, que en su juventud había debutado como cantante con Victoria de los Ángeles en el Liceo y se formó en Italia durante 10 años, donde conoció a María Callas y a Pavarotti, “que entonces estaba delgado” y a la mayoría de los grandes intérpretes y directores que, años después, acercó a Sevilla durante la Exposición Universal.

El rock y otros sonidos

Ya dentro del recinto de la Cartuja, y en otros registros sonoros, la oferta musical durante aquellos meses fue no menos espectacular, no sólo por la cantidad, que puede calificarse de auténtica avalancha, sino también por la calidad de las propuestas. Cabe destacar el concierto de la noche inaugural, a cargo de Rubén Blades, Youssou N’Dour y Celia Cruz; o las citas diarias en la celebérrima Plaza Sony, por la que pasaron, entre otros, Celine Dion, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio o Crowdes House y los grupos españoles más populares del momento, desde El Último de la Fila a Alejandro Sanz. El Auditorio acogió no pocas citas atractivas: entre ellas, la antología de los musicales de Andrew Lloyd Webber y el programa Guitar Legends, televisado para todo el mundo, por el que desfilaron Bob Dylan, Jack Bruce, Keith Richards, Roger McGee de los Birds, George Benson, Roger Waters, Les Paul o Bo Diddley. El Pabellón Plaza de América se reveló como otro de los focos más estimulantes, con Tom Jobim, Toquinho, Milton Nascimento, María Bethania o la más joven Marisa Monte, entonces prácticamente desconocida pero a punto ya de dejar de ser un tesoro secreto. De la amplitud estilística de la programación dan fe, por ejemplo, la presencia de Laurie Anderson en el Teatro Central, y el entrañable y divertido acústico de Scorpions en el Pabellón de Alemania, al que acudieron heavies de toda España. La actuación de Toots Thielemans en los jardines del Casino, en el capítulo de jazz, y los conciertos de percusión que organizó el Conservatorio de La Haya con los Encuentros de Nueva Música por seis plazas de la ciudad, terminan de esbozar, tan sólo esbozar, la rica oferta para los aficionados a la música, rica y felizmente inabarcable.

Revolución escénica

Similar concentración de talento y propuestas se dio en el terreno de las artes escénicas. De la programación en el Lope de Vega, dirigido entonces por José Luis Castro, destacan el Peer Gynt de Ibsen, interpretado por el Dramaten de Estocolmo bajo la dirección de Ingmar Bergman, que no vino a Sevilla. Junto a la sueca, otras míticas compañías trajeron sus mejores obras en gira en una primera visita a la ciudad que no ha vuelto a repetirse: el Royal National Theatre británico, dirigido por Declan Donnellan, llevó a escena Fuenteovejuna, la Comédie Française El barbero de Sevilla de Beaumarchais, el Piccolo de Milán representó Le baruffe chiozotte de Goldoni, dirigido por el maestro Giorgio Strehler, que supervisó el montaje. El estreno de la coproducción Ulises y la ballena blanca con textos de Pessoa, Whitman y Cela, que los escribió ex profeso, contó con la participación del legendario Vittorio Gassman y se recuerda como uno de los grandes hitos escénicos.

El Central se inauguró el 20 de abril de 1992 con La gallarda, de Rafael Alberti, un ambicioso proyecto encabezado por Ana Belén y Montserrat Caballé. Bajo la dirección de Manuel Llanes, el teatro mostró algunos de los momentos más luminosos de esta fiesta, como  Noun de La Fura dels Baus y The Black Rider, 12 escenas creadas por Bob Wilson para sendas canciones de Tom Waits y textos de Burroughs e interpretadas por el Thalia Theater de Hamburgo. Maravillaron también Impressing the czar, coreografía de William Forsythe con el Ballet de Frankfurt; las Arias de Mozart bailadas por la compañía belga Rosas, con la Orquesta des Champs Elysées dirigida por Herreweghe en la sala y Strange Fish, de DV8 Physical Theatre.

En clave española, Azabache, el homenaje a la copla que reunió en el Auditorio a Rocío Jurado, Imperio Argentina, Juanita Reina, Nati Mistral y María Vidal mostró que con este género, al que desde los años 80 se trabajó por quitar la pátina franquista, se podía hacer un musical de gigantescas proporciones. Sin embargo, el resultado fue desigual: Rocío Jurado, en la plenitud de su voz, hubiera sido capaz, por sí sola, de protagonizar un montaje de esas dimensiones, mientras Imperio Argentina y Juanita Reina ya estaban muy lejos de sus años de gloria. Quedó como un espectáculo histórico, también, por el disparate presupuestario: se anunció un coste de 630 millones de pesetas y 200 personas en nómina, cifras que al fin se desbordaron.

Aciertos y errores que siguen determinando la oferta cultural de la ciudad que, 20 años después, tiene que redefinir un modelo en exceso dependiente de la ayuda pública y hoy, agotado. El Maestranza, el Teatro Central y la Sinfónica de Sevilla, tal vez la mejor herencia de ese período, afrontan ya el reto de captar apoyos privados tras haber creado un público fiel y exigente que ha crecido en paralelo a sus propuestas.

Del Señor de Sipán a Anish Kapoor: el arte tomó la Cartuja

La Expo dispuso a los aficionados al arte una impresionante oferta de exposiciones, entre las que destacan Arte y Cultura en torno a 1492, que exploraba la creación en los tiempos del descubrimiento y que albergó el Monasterio de la Cartuja, o las muestras del Pabellón de España, Tesoros del Arte Español , una mirada al inmenso patrimonio artístico del país, y Pasajes: actualidad del arte español, con los autores más destacados del momento. La colectiva Artistas latinoamericanos del siglo XX, organizada por el MOMA, ocupó la antigua estación de Plaza de Armas, donde se vio también Los 80 en la colección de la Fundación La Caixa.

Durante la Expo un abanico de posibilidades se abría ante los espectadores: el mejor arte precolombino, con el ajuar funerario del Señor de Sipán entre las piezas, se exhibía en el Pabellón de Perú; mientras que el de Suiza, del que era responsable Harald Szeemann, divulgaba el trabajo de los artistas a finales del siglo XX. Al aire libre se pudieron apreciar, además, obras de creadores de la talla de Eva Lootz o Anish Kapoor, así como un mural del chileno Roberto Matta, y entre las curiosidades sobresale la intervención que Eduardo Arroyo hizo en el quemado Pabellón de los Descubrimientos. / Braulio Ortiz.

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