La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
CALLE RIOJA
Si hay un escritor ajeno a la temática del fútbol, ése es Francisco Umbral. El hecho de que durante siete años fuera vecino, tapia con tapia, en Majadahonda de Rafael Gordillo no desmiente esa premisa; la refuerza en grado superlativo. En ese tiempo, escritor y futbolista no se cruzaron ni un buenos días. Umbral murió el mismo día que Puerta, ayer se cumplieron cuatro años de una muerte que los hizo contemporáneos. Un caso de sinonimia. Generacionalmente, Antonio Puerta podía ser el hijo de Francisco Umbral. Vástago de vuelo sesgado a edad muy temprana, réplica balompédica de esa muerte prematura del hijo del escritor que éste sublimó en su obra maestra Mortal y rosa.
Como homenaje a ambos, a lo mucho que el cronista le debe al fútbol y a la literatura, he hecho de Vicente del Bosque para realizar una convocatoria de escritores futboleros incluidos por Umbral en su controvertido Diccionario de la Literatura. No le profesa Umbral mucha simpatía a Javier Marías. Escritor futbolero, madridista confeso, hijo de filósofo orteguiano, Marías recopiló algunos de sus escritos de fútbol en Salvajes y sentimentales (Letras de fútbol), que abre con un relato en el que menciona a Cabrera Infante, detractor, y Nabokov, gran partidario, ilustrado con estampas de Puskas y DiStéfano..
Manuel Vázquez Montalbán está en la otra orilla: culé insobornable, compuso un poema que era una alienación del Barça y que canta Joan Manuel Serrat. Murió en el aeropuerto de Bangkok. Umbral lo sitúa en el "marxismo grouchiano". "A Miguel Delibes hay que verle en Valladolid", dice Umbral del gran novelista que fue además cronista de fútbol, aunque los domingos que salía de caza delegaba en su hijo Miguel, el biólogo que trabaja en la Estación Biológica de Doñana.
"Un país tercermundista no puede permitirse el lujo de un poeta maldito, porque nos sale sencillamente un pobre de pedir". Lo dice Umbral a cuenta de Antonio Hernandez, gaditano de Arcos, de la penúltima generación del café Gijón, de quien aplaude el valor de su poesía y el acierto para titular novelas: Nana para dormir francesas. A Umbral le interesa menos que escribiera La marcha verde, esa epopeya bética que ha sido llevada al teatro. En Tranvía a la Malvarrosa, Manuel Vicent intercala la narración radiofónica de una final de la Copa del Generalísimo entre el Valencia y el Athletic de Bilbao.
Alfonso Grosso sólo tiene de futbolista el apellido, el gran Grosso, cómplice de Amancio, Velázquez y Gento. Por ser paisano de Antonio Puerta, vale la pena reproducir las líneas que le dedica Umbral, variante de lo que en Nervión se llamó escuela sevillana: "El único socialrealista que escribía bien. Un barroco sevillano, o sea más bien Churriguera, lleno de fuerza, frío y potencia verbal".
29 años es una buena edad para publicar la primera novela, demasiado tarde para triunfar como futbolista. Es la edad con la que Antonio Muñoz Molina publicó Beatus Ille. De él dice Umbral que liberó la literatura española de angloaburridos y neobercianos, esa coalición entre el Chelsea y la Ponferradina. Mario Vargas Llosa obtuvo el Nobel de Literatura el año que España ganó el Mundial de Sudáfrica. "Es académico de la Española, llega tarde a los almuerzos y gusta mucho a las mujeres", escribe del novelista peruano.
Rafael Sánchez Ferlosio viene en la J de Jarama. En El Jarama firma una frase balompédica y genial, de culto: "Hay que tener las piernas de Molowny para bailar contigo". Vicente Aleixandre ganó el Nobel de Literatura en 1977, el año que el Betis ganó la Copa del Rey. El poeta sevillano, dice Umbral, pasó de moda, los novísimos lo sustituyeron por Cernuda. "Yo creo que salen perdiendo. Allá ellos".
Me salen diez. El equipo ideal de Helenio Herrera, que entrenó al Sevilla. Con la propina de Carmen Rigalt, no por corrección política, sino porque en su perfil desliza Umbral su única cita sobre fútbol: "Le gustan los futbolistas y cambiarse mucho de nariz", dice de la Rigalt, culé irredenta.
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