De San Sebastián a Sevilla por Amor de Dios
Calle Rioja
La película ‘Los domingos’ de Alauda Ruiz de Azúa, precedida del éxito en Donosti, es un debate sobre la vocación y la vida en los conventos de clausura
La misa del sábado vale para el domingo y la película Los domingos para toda la semana. El cine es una fiesta de guardar con largometrajes como el de Alauda Ruiz de Azúa, que ya venía precedida del reconocimiento del festival de cine de San Sebastián. El mismo recorrido que la película Tardes de soledad que Albert Serra hizo sobre el torero peruano Roca Rey. Esto también va de encerrarse a solas. La película tiene dos partes: la llamada y la respuesta. La llamada viene de Dios, que no existe en palabras de una de las protagonistas de la película; la respuesta, de la joven Ainara (Blanca Soroa) que está en el mundo y el mundo le sobra.
Atravesamos la Alameda para llegar hasta el cine Cervantes. Ya estaba montado el escenario para el Concurso de Música Joven. La película empieza con un coro de músicos muy jóvenes. En realidad, la portada musical es una canción de Quevedo que es la sinopsis de la historia. Como en el concurso de la Alameda, la vocación es un casting terrible que llaman discernimiento.
Rodada íntegramente en el País Vasco, la patria de la cineasta, que nació en Baracaldo en 1978 (el año de la llegada al Vaticano de Juan Pablo II), es una película muy sevillana. En su libro ‘Conventos de Sevilla’, Manuel Jesús Roldán dice en su introducción que el peso de los conventos femeninos de clausura fue tan importante en la ciudad que “justificaría para Sevilla el título de conventual tanto o más que los que aparecen en su escudo”.
Roldán entró en los conventos que ya aparecen en el clásico e imprescindible Sevilla Oculta de Enrique Valdivieso y Alfredo J. Morales. En los que años después visitó Ismael Yebra con el fotógrafo Antonio del Junco. Las fotos de Roldán son del bueno de Antonio Sánchez Carrasco, que es de este mundo porque el otro día compartía unas cervezas con unos amigos en Casa Vizcaíno. Sin los conventos y las pocas tabernas que quedan, Sevilla sería una ciudad del montón.
Fuimos un día después del estreno en toda España. Y empezamos el día igual que empieza el libro de Manuel Jesús Roldán: oyendo misa a las ocho de la mañana en el convento de San Clemente, cistercienses en un edificio del siglo XIII, el de la Reconquista. Las mismas voces angelicales que en la película de Alauda Ruiz de Aúza; el mismo sentimiento en los laúdes. Lo que repetíamos en el salmo responsorial es lo que le partía el alma a la joven protagonista antes de percibir esa llamada: “Esta es la generación que busca tu rostro, Señor”. Conventos que como escribía ayer Carlos Navarro Antolín se desangrarían sin la savia de las emigrantes. La misa de ocho de la mañana en San Clemente la ofició Thomas, un sacerdote de la India, y las peticiones las hacía una religiosa venezolana. Tres continentes.
Esta crónica no es una crítica de cine. Es un viaje a través de la Alameda llena de jóvenes un sábado de otoño primaveral, todos pendientes del cambio de hora y también del cambio de tiempo con tanta ropa en las azoteas. La Fiebre del sábado noche convivía con Los domingos antes de que llegaran Los lunes al sol y comprobáramos que Si hoy es martes, esto es Bélgica. Alguien ha visto ecos de Bernanos y también del vasco Unamuno con su Cristo de Velázquez. La película es muy valiente y va a gustar mucho a los no creyentes.
“Dios no existe”, dice la tía de la futura novicia. Me gusta mucho la afirmación de los anarquistas: Si Dios existe, es su problema. La palabra vocación se puede extrapolar a muchas otras facetas de la vida. Elegir la clausura es tan duro como subir al Everest o bajar a esas aguas abisales en las que se sumerge Antonio de la Torre en el tráiler de la película de Alberto Rodríguez que pusieron antes de Los domingos. En la vocación religiosa se combinan el alpinista y el submarinista. Hay que mirar a lo alto, a lo más alto, y abajarse, un verbo que sólo aparece en los Evangelios. Por debajo de los abajos, donde nada existe.
No hay que ser monja de clausura para entender el significado de la vocación. Sin vocación no es posible ser Lamine Yamal o la princesa Leonor. Ellos también tienen que despedirse del mundo porque han sido llamados para una misión muy especial. No es sólo la fama o esa trampa que llamamos éxito. La vocación es fundamental para ser un buen fontanero, una buena arquitecta o un periodista decente. Todos recibimos una llamada y nos piden una respuesta.
De todas las clausuras, la de Teresa de Jesús fue la más aperturista: siempre abriendo trochas para fundar conventos, desde Malagón hasta Sevilla. Nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda: sólo Dios basta. Para no existir, lo llena todo. La película se abre con un tema de Quevedo y Rosalía en la promoción de su nuevo disco habla de su admiración sin matices por las monjas de clausura. Parece que tienen que salvar su reputación ante el mundo con sus habilidades para la costura, los dulces, la jardinería o su fotogénica disciplina cada vez que hay elecciones, como si no fuera suficiente lo que consiguen con la oración, que es la función clorofílica de la fe. Muchos colegas no saben que las monjas de las Salesas junto a la plaza de las Mercedarias rezan todos los días por los periodistas, leales al mandato de San Francisco de Sales, patrono del gremio. Rezaré por ti, le dice a un familiar la aspirante a monja. Rezaré ante Vos, cantaba Silvio. Orar no es perorar, es hablar con Dios. Seguir los puntos suspensivos hasta dar con La frontera de Dios, que así tituló el cura, poeta y periodista José Luis Martín Descalzo la novela con la que ganó el premio Nadal entre Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite, que fueron marido y mujer, aunque parafraseando al cura de La escopeta nacional, lo que la literatura ha huido no lo separa ni Dios.
A las tres eran las dos y el sábado se vistió de domingo. Una película rodada en Bilbao, premiada en San Sebastián y llena en el cine Cervantes de Sevilla de Amor de Dios.
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