Un Sinatra con aires de Garrincha
Calle Rioja
Leyenda. La productora Sarao Films recrea la asombrosa vida de Antonio el Bailarín, que con 14 años con su compañera Rosario huyeron al comienzo de la guerra civil en un barco desde Marsella hasta Buenos Aires
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En la antigua estación de tren de Plaza de Armas, hoy convertida en centro comercial y salas de cine Odeon, hay una fotografía de la llegada en ferrocarril a Sevilla del rey Alfonso XIII. Ante él y la reina Victoria Eugenia en la Exposición Iberoamericana de 1929 actuaron dos niños de la escuela de Realito, Antonio y Rosario, que los dejaron boquiabiertos. Es una de las imágenes que aparecen en la película ‘Antonio. El bailarín de España’, el último proyecto de la productora Sarao Films, con dirección de Paco Ortiz y producción de José Carlos de Isla.
El apagón impidió que la primera proyección de la película no pudiera realizarse en el festival de Cine Histórico de Zaragoza, con lo que el pase en la sala 2 de los cines Plaza de Armas, donde se encuentra la fotografía de Alfonso XIII, tuvo acontecimiento de primicia. Pasé antes por la calle Álvaro de Bazán, que une Santa Clara y Mendigorría, y volví a leer la placa que recuerda que Antonio Ruiz Soler, que así se llamaba (el nombre de Rosario era Florencia Pérez Padilla) vivió en una vivienda de esa esquina entre 1923 y 1934, entre el año que comienza la Dictadura de Primo de Rivera y el de la Revolución de Asturias. Cuando llegó, reinaba Alfonso XIII. Cuando la dejó, ya estaba la Segunda República. Un perfecto correlato cronológico de las paradojas de este personaje único que nunca necesitó de sus apellidos para pasear el nombre de Sevilla por el mundo: Antonio el Bailarín.
Así le llamaba despectivamente su padre, Antonio el Bailarín, por pensar que la afición de su hijo era impropia de su educación y su porvenir. Desde el desdén, lo bautizó con el nombre que lo hizo universal. Es una vida exagerada, como la de Martín Romaña, el personaje de la novela de Bryce Echenique. Toda la historia de España pasó por sus pies. El 18 de julio de 1936 le cogió actuando con Rosario en un cabaré de tercera de Barcelona. Dos chiquillos que se embarcaron en una turné propagandística de la CNT por el sur de Francia. En Marsella cogen un barco rumbo a Buenos Aires. Antonio no ha cumplido los 15 años. Tardará trece años en volver a España después de conquistar el mundo.
Recorren América de abajo arriba. Desde Argentina, la patria del Papa Francisco, hasta Estados Unidos, la cuna de León XIV. Por medio, éxitos apoteósicos en Uruguay, Perú, Colombia, Venezuela, delirio en La Habana y llegada a la Meca del espectáculo. Los Chavalillos Sevillanos, así aparecían en los carteles, llegan a Hollywood. En 1939, el año que termina la guerra que libran sus compatriotas, actúan en el Room Sert del hotel Waldof Astoria de Nueva York. Un salón que lleva el apellido del arquitecto catalán exiliado Josep Maria Sert, del que hay una casa en Nervión regalo de bodas para la pintora Teresa Duclós.
Hijos artísticos de la academia de Realito, cuyo cartel sigue todavía en la calle Trajano, Antonio perfeccionó su estilo con Pericet, el maestro Otero y Frasquillo. Al principio, eran Rosario y Antonio. Después, Antonio y Rosario. En 1952, en París, se disuelve la pareja artística, que una década después vivió un efímero reencuentro. La figura de Antonio se construye con documentos sonoros y visuales. El punto de partida son las conversaciones que en 1983 y 1984 mantuvo con el periodista Santy Arriazu.
Es uno de los principales embajadores que ha tenido Sevilla en el mundo y si la ciudad ha respondido debidamente a esa circunstancia es una de las incógnitas que plantea este documental que sus autores dedican In Memoriam a Enrique Burgos, un familiar de Antonio que no pudo ver el resultado final. El documental comienza con una vista de la plaza de España, el símbolo de la Exposición del 29 que fue su primer escaparate. Paco Ortiz y José Carlos de Isla ya hicieron un trabajo parecido con el arquitecto Aníbal González. Es una manera de reivindicar un legado, igual que se ha hecho con la exposición de los Machado.
Su arte deslumbró en los mejores escenarios del mundo: el Bolshoi de Moscú, el Carnegie Hall de Nueva York, la Scala de Milán, la Ópera de Viena. Su leyenda se apaga en 1978 en Sapporo (Japón), la ciudad donde seis años antes naciera la leyenda de Paquito Fernández Ochoa. En el documental está el testimonio de dos de sus parejas artísticas, Carmen Reche y Carmen Rojas. Nacho Duato acoge ahora el espacio que ocupara, donde Aída Gómez dice que todos los días habla con el artista. Antonio Canales entró bajo la órbita de su magisterio con 18 años. Conserva el sombrero que le regaló y cuenta de quien interpretó el Capricho español de Rimsky Korsakov que “un ruso tiene que nacer diez veces para hacer lo que hizo Antonio”.

La película tiene el valor científico de las aportaciones de las profesoras María Luisa Segarra y Cristina Cruces, los periodistas Manuel Curao, Rosalía Gómez y Marta Carrasco, que aparece siempre en el Paseo Antonio el Bailarín que une los Jardines Murillo con el barrio de Santa Cruz. José Antonio y María Rosa aportan el clasicismo de los compañeros. Un genio digno de ponerse en las manos de un Bob Fosse (‘All that jazz’) o de Robert Wise (‘West Side Story’). En el documental aparecen escenas de algunas de las películas que protagonizó: ‘Niebla y sol’ (1951), ópera prima de José María Forqué; ‘Duende y misterio del flamenco’ (1952), a las órdenes de Edgar Neville, el amigo de Chaplin, donde baila con el tajo de Ronda a sus espaldas. Un par de generaciones le separaban de otra niña prodigio, Marisol, con la que interpretó ‘La nueva cenicienta’, dirigidos por el neoyorquino George Sherman, pero con el acento español de Alfonso Paso entre los guionistas o Augusto Algueró en la música.
Rosario y Antonio llegaron a ser como Ginger Rogers y Fred Astaire. Faltó un Fellini que recreara la pareja como hizo el italiano con Giuletta Massina y Marcello Mastroianni. El documental es un viaje en el tiempo y en los tiempos. Refuta la etiqueta de artista del Régimen. Franco le llegó a decir que “parecía de goma”, tan despectivo como el título que para los restos le daría su progenitor. Sarao Films ha seguido el esquema de Aníbal González. En este caso, los pabellones son de aire; las construcciones, de sueños como el vuelo de la portada de la película. La reparación de un olvido, el pago de una deuda, la fianza de una afrenta. Rotativos de todo el mundo le dedicaron los más encendidos epítetos al artista que nació el mismo año del desastre de Annual y se hizo grande bien pequeño en los años del charleston.
Sarao Films ya se ha acercado a las trayectorias vitales y artísticas de Matilde Coral, Miguel Poveda y Bambino. Entre el público, la bailaora Cristina Hoyos, el productor de cine Gervasio Iglesias y todo el equipo técnico de una película con las voces de Argentina y David Bastida. Un sevillano universal que conoció dos dictaduras, dos monarquías y una República. Un fenómeno que aparece entrevistado por José Luis Uribarri o analizado por el youtuber ‘El niño del olvido’. En la película se repasan los ocho días que pasó en un calabozo de Arcos de la Frontera porque un guardia civil lo cogió en el renuncio de una blasfemia que dirigió a Cristo aunque en realidad el destinatario era Valerio Lazarov. Un precedente de El Cabrero. Ante él se rindieron la reina Isabel II de Inglaterra, Kennedy, Faruk de Egipto. Su última presencia en un escenario, en la Bienal de Flamenco de 1988, con Chano Lobato entre los que le jaleaban.
Un Sinatra con aires de Garrincha que hizo turnés con Franco y con la CNT.
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