Síndrome de Estocolmo en el estanco de la Alameda

Calle Rioja

Tributo. La primavera que se ha llevado al Papa nos ha dejado sin Antonio y Angelita, dos vecinos de la Alameda unidos por un estanco que todos los años juega la lotería de Navidad al mismo número

Los Niños de la Alameda, hijos de la República, ya tienen descendencia.
Los Niños de la Alameda, hijos de la República, ya tienen descendencia. / juan carlos muñoz

23 de abril 2025 - 06:50

La muerte del vecindario es como una poda para la que no cabe reforestación. Quienes creemos, oiga que acaba de morir el sostén de la Fe, sabemos que los ha reclamado el Jardinero jefe para un lugar donde no hay cuitas ni porfías. Pero la herida permanece entre sus seres queridos, algunos de los cuales les deben la vida, también entre quienes los veíamos y saludábamos como elementos necesarios e irreemplazables del paisanaje.

El denominador común de estas dos últimas muertes de la Alameda es el quiosco de Isabel. En este establecimiento de la calle Calatrava que siempre juega al mismo número en la Lotería de Navidad, donde cada semana echo mi quiniela, también cuando la hay entre semana (¿te imaginas que me hagan millonarios los aciertos de la liga sueca?) trabajan Ángel y Antonio, dos de los hijos de Angelita. En enero celebraron con su madre sus noventa años en una de las mesas de la Norte Andaluza. Angelita era la mujer mejor informada de la Alameda. Un pozo de bondad, de tradición. A sus hijos se les ha ido justo antes de Semana Santa y no han querido perder la costumbre de la palma en su vistoso balcón, esta vez con un crespón negro.

Nacida en la que llegó a ser una de las ciudades más importantes del mundo, salía a la puerta como lo hacen las mujeres de los pueblos del sur. Se sabía los nombres de todo el vecindario, llevaba cuentas de embarazos, óbitos, bienes y males, viajes y ascensos. Nació en la calle San Luis el penúltimo año de la República, la calle a la que unos meses después llamarían el Moscú sevillano y donde a escasos metros de distancia conviven las placas que recuerdan que en un cuarto de esta calle empezó su labor Ángela Guerrero, la futura Sor y Santa Ángela de la Cruz, y que el dirigente Pepe Díaz Ramos fue uno de los hijos del barrio. Angelita nació frente al cine de verano Esperanza, en la plaza del Pumarejo, esa media geográfica entre San Marcos y el arco de la Macarena.

En un suspiro se le ha ido Antonio a Isabel. Con ochenta años. El padre de Natalia, Rosa y Pepe, el músico autodidacta de la calle Peris Mencheta. Una prole angloparlante. Ni una sola tradición le era ajeno a Antonio. Muchos años fue sillero de la Semana Santa y también se dedicaba a la venta de entradas para los toros. Me cuenta Isabel el mismo día que me informa de su fallecimiento que lo último que hizo fue preparar el lote de entradas para la corrida del Domingo de Resurrección, la de la apertura. Esa víspera del Lunes de Pascua que irá unida ya para siempre al fallecimiento del Papa Francisco. Un buen contacto para Antonio y Angelita. El marido de la estanquera tramitó los pases para la primera terna del curso taurino: Daniel Luque, Morante y Talavante, rima que es como un guiño a ese libro sobre poesía taurina de Andrés Amorós.

Antonio era hijo de Hortensia, una valiente madre soltera que vivió hasta los 96 años en la calle Crédito, donde está la Piscina municipal. Nació en Crédito y ha muerto en su casa de la calle Guadiana. Como la Alameda fue en tiempos un río hasta que la desecó el Conde de Barajas, el casero de Bécquer, se puede decir que su vida ha transcurrido entre las dos orillas de la Alameda. Una adscripción geográfica y sentimental. Isabel lo identifica como uno de los seis “niños de la Alameda” que se significaron por luchar contra la dictadura y a favor de las libertades democráticas. Una cerámica recuerda a estos niños de la República junto a la carta de precios del Badulaque, frente al triángulo escultórico de Chicuelo, Manolo Caracol y la Niña de los Peines. Las tres mellizas, como decía con mucha gracia Adelita Domingo cuando el entonces alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín y su socio en el Gobierno municipal Antonio Rodrigo Torrijos inauguraron el tríptico de estatuas donde estaba la Pila del Pato.

Hoy es 23 de abril y Angelita era un libro abierto. Siempre tenía un buenos días, un buenas tardes en perfecto estado de revista. Leo y Luisa regentan ahora el estanco de Isabel, que se ha quedado sin sus ojos del Guadiana en esa calle donde se cuadraban las cuadrillas de costaleros de los Javieres y el Carmen Doloroso. Una calle en la que llegó a vivir Paco Lobatón quién sabe cuándo. Es paralela a Santa Rufina. Cruz y Ortiz unieron sus apellidos para firmar sus proyectos arquitectónicos, pero a las santas patronas de Sevilla las separaron. A una le dieron una estación de ferrocarril con el tren de Alta Velocidad y a la otra una calle que une la plaza de la Mata con la calle Feria, para terminar en el bar La Esquina Veloz. Santa Justa tiene también una calle próxima a la

Magdalena tan pequeña que apenas habrá un par de vecinos. Por la calle Santa Rufina salía de una de sus casas más historiadas la madre de un nazareno para llevar a la tintorería la túnica de su hijo, que hizo la Madrugá con el Gran Poder. Se han cumplido 25 años de los incidentes que ha novelado Juan Miguel Vega en su último libro. Entonces, basado en testimonios reales, fabula con la presencia del rey Juan Carlos I, que habría salido de un hotel de la calle Gravina con la túnica y el capirote del Gran Poder. Un cuarto de siglo después, la que ha venido a la Madrugá ha sido la reina Sofía. Cuarenta y un años después de aquella primavera en la que estuvo con sus hijas en la Semana Santa y después fue al Rocío entrando por el Ajolí. Fue una de las dos ocasiones en la que llegué a hablar con la reina hoy emérita. Le pregunté por el nombre de su caballo. Se llamaba Regaliz. La otra vez fue cuando Juan Antonio Carrillo Salcedo, comisario del quinto centenario de la Universidad de Sevilla, me permitió saludar a tan egregia visitante.

Hace 25 años muchas de esas sillas que probablemente había vendido Antonio, el marido de Isabel, saltaron por los aires. Ese año, como 25 años después, también toreó Morante de la Puebla. Faltaban cinco años para la muerte de Juan Pablo II. Eran los primeros meses de Sánchez Monteseirín como alcalde de Sevilla y en la Alameda había retazos del Plan Urban, un invento de Alejandro Rojas-Marcos, el triple munícipe: fue alcalde de Sevilla, socio de Soledad Becerril y socio de Alfredo Sánchez Monteseirín. Fundó el Partido Socialista de Andalucía en su casa de la calle Castelar, no confundir con Castellar, donde nació José María Izquierdo. Urban era también el apellido de un futbolista polaco que jugó en el Osasuna y el Valladolid, al que el Betis puede mandar a Segunda División en la jornada de entre semanas en la que los equipos suecos pueden hacerme millonario. Eso sí que sería el síndrome de Estocolmo. La quiniela que todas las semanas echo en el estanco donde trabajan los hijos de Angelita y que regentaba la esposa de Antonio, el hijo de Hortensia la de la calle Crédito.

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