Un taxista de Sevilla: "Salgo por la vocación de servicio que heredé de mi padre y mi abuelo"

José Salvador Astasio, tercera generación al volante de un taxi, relata cómo está siendo el trabajo durante la cuarentena

Acaba de comprar un coche nuevo, con el que empezó a trabajar un día antes del estado de alarma

Última hora del coronavirus en Sevilla

José Salvador Astasio, este lunes, con su taxi nuevo.
José Salvador Astasio, este lunes, con su taxi nuevo. / Antonio Pizarro

José Salvador Astasio Muñoz lleva 26 años al volante de un taxi en Sevilla. Es el propietario de la licencia 129, que lleva casi un siglo en manos de su familia. "La compró mi abuelo por 30.000 pesetas, después la tuvo mi padre y yo empecé a trabajar con él cuando enfermó. Al morir, me quedé yo con ella. Me han dicho mis compañeros más veteranos que no hay otro caso igual en Sevilla, de tres generaciones con la misma licencia". Astasio lleva el taxi en la sangre, "en vena", como dice él. Y eso le impulsa a salir estos días a prestar servicio en las calles de Sevilla, en pleno estado de alarma para frenar la expansión del coronavirus.

Evidentemente no lo hace por dinero. Con las restricciones impuestas por el Ayuntamiento de Sevilla, los taxistas sólo están saliendo a trabajar uno de cada cinco días. Y apenas hay demanda. A mediodía de este lunes, cuando atendió a este periódico por teléfono, Astasio llevaba recaudados 23 euros. Un par de carreras en toda la mañana. "Pongamos que hago otra carrera más hasta que me vaya a casa, no creo que pase hoy de los 30 ó 35 euros. No sé si llega para pagar el gasoil. Es lo comido por lo servido".

"Pero tengo claro que el taxi es un servicio público". Eso lo lleva muy marcado a fuego y pesan mucho los casi cien años de su licencia. "Yo salgo a trabajar porque es lo que me enseñaron mi abuelo y mi padre. Es también una manera de honrarlos a ellos". Su abuelo, Joaquín Astasio Gómez, llegó a tener ocho taxis en la plaza de San Agustín, con 16 conductores. Su padre, José Astasio Fernández, siguió la misma senda. "Recuerdo cuando yo era niño que en las comidas de Navidad sólo se hablaba del taxi y las mujeres pedían a los hombres de la familia que cambiaran de una vez de tema de conversación".

El taxista, reflejado en el espejo retrovisor de su vehículo.
El taxista, reflejado en el espejo retrovisor de su vehículo. / Antonio Pizarro

Por eso sabe que su sitio estos días está en la calle, llevando a la gente que tiene que desplazarse porque está prestando servicios esenciales, aunque eso signifique una exposición a un posible contagio. "Tomo todas las precauciones posibles, llevo mascarilla, desinfecto el taxi después de cada viaje, pero el riesgo está".

Está sintiendo el cariño de los clientes. En muchas ocasiones se lo agradecen con propinas que en unas circunstancias normales no le darían. Él intenta negarse. "Si una carrera cuesta 7,80 euros, yo puedo aceptar que me paguen 8 y que yo me quede con el cambio, eso es normal, pero no que me den 12. Ayer se lo decía a una chica, le dije que por favor no podía aceptar esa propina y me respondió que en el taxi manda el cliente. Incluso me dio las gracias por estar trabajando".

No ha sido el único cliente que lo ha hecho. Generalmente quien se sube al taxi estos días de cuarentena se muestra amable y agradecido. Para un taxista acostumbrado a prestar servicio en las primaveras sevillanas, con las calles a rebosar de público, esta experiencia está resultando rarísima. "Es todo muy atípico. Pasar con el coche por un centro vacío. Sin embargo, también me da alegría ver que en las paradas hay algún taxi preparado para hacer cualquier servicio".

José Salvador Astasio, durante una de sus jornadas de trabajo en la cuarentena.
José Salvador Astasio, durante una de sus jornadas de trabajo en la cuarentena. / Antonio Pizarro

A Astasio la crisis del coronavirus le ha llegado en el momento más inoportuno. Acaba de comprar un coche nuevo con el que ha sustituido su antiguo vehículo. Lo sacó del concesionario el viernes previo al decreto del estado de alarma. "Trabajé el sábado con él. Ya era un sábado muy atípico, con muchos negocios cerrados, pero todavía había gente por la calle. Después ya nada".

Si a cualquier gremio ya le viene mal una crisis como ésta, en una persona que acaba de hacer una inversión importante el efecto es aún peor. Ahora mismo trata de negociar alguna herramienta bancaria o ayudas públicas que le permitan compensar el golpe. Pero de momento no hay nada. Muy pocos ingresos y la letra a la que tiene que hacer frente. Aún así, no pierde el sentido del humor. "Para una vez que me hace una entrevista un periódico, tengo que salir con una mascarilla".

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