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Yo tengo un tío en América

  • El destino es capicúa en Felipe González. Su padre vino a la Expo del 29, él apoyó la del 92. Ganó las elecciones un día 28 del año 82 y se lleva un premio con la torre del Oro, fundada en 1221

Felipe González.

Felipe González. / José Ángel García

Me tocó la Mesa Gris en el patio de la Fundación Cajasol. El azar quiso que allí coincidieran dos hombres marcados por una cifra: 1968. Es el año que nace Luis Cordero, gerente del nuevo Antares que se asoma a la planta 18 de la Torre Sevilla. Y es el año al que se remonta la relación de Miguel Ángel Pino, abogado y ex presidente de la Diputación Provincial, con Felipe González Márquez. Esa coincidencia de fechas, aunque una indique una vida biológica y la otra una vida política, deja bien claro que además del carácter institucional y corporativo del premio que acababa de recibir quien fuera presidente del Gobierno entre 1982 y 1996, se le tributaba homenaje a un tiempo. El tiempo de Felipe, sin apellido, como dice Burgos de Joaquín, el Mariano Medina de la Transición española desde la clandestinidad hasta la entrada en la Unión Europea.

Un hombre capicúa, del 29 al 92. Marcado por su relación con Iberoamérica (la participación de Portugal y Brasil convirtió en Iberoamericana la Exposición del 29) prácticamente desde la cuna. Contó que su padre era un jándalo que como tantos pasaba por Sevilla para hacer las Américas, pero un hermano de su progenitor que trabajaba en el pabellón de Cuba, el mismo al que vino un hermano de Machín, cambió su destino. Al final el que haría las Américas sería su hijo. Del 29 al 92. Exposición Universal en la que Els Joglars estrenaron la obra Yo tengo un tío en América. Retazos que fue introduciendo el moderador del acto, Cristóbal Cervantes.

Por el patio de butacas de la Fundación Cajasol estaban repartidos algunos viejos amigos de Felipe González. Miguel Villegas, sevillano de 1941, fue compañero de curso y de promoción. Llegó a ser director general de Turismo en el Gobierno autonómico de Rafael Escuredo. Villegas escribe ahora algunos recuerdos y entre ellos figura su relación con Felipe. Después del triunfo electoral (con 202 escaños), mantuvieron las reuniones anuales de la promoción marcada por unos maestros irrepetibles: Cossío, Olivencia, Clavero, Pelsmaeker, Lojendio… Uno de ellos, Miguel Rodríguez Piñero, estaba entre el público. Villegas cuenta que una de esas reuniones se celebró en el palacio de la Moncloa. “Llevamos dos autocares desde Sevilla”.

La Cámara de Comercio que ahora preside Francisco Herrero y que creó este premio Torre del Oro la presidía en 1982, cuando Felipe gana las elecciones, su amigo Juan Salas Tornero. Eso es la Transición: la amistad indeclinable entre un líder socialista y el capitán de los empresarios. Una generación de la que también forman parte Rafael Escuredo, que se adelantó unos meses a Felipe como primer socialista que ganó unas elecciones desde la República. Las autonómicas de mayo de 1982, las que convirtieron al notario Antonio Ojeda Escobar en primer presidente del Parlamento Andaluz en sesión celebrada en el Alcázar en pleno Mundial de España. El alcalde de Sevilla era entonces otro buen amigo de Felipe, el andalucista Luis Uruñuela, tan amigo que se casó por poderes con Carmen Romero en representación de un político que ya era entonces un trotamundos. Contó que en las televisiones de México y Venezuela (en este país ahora sería impensable) había salido más antes de ganar las elecciones que en España después de llegar a la Presidencia del Gobierno.

Estaba muy reciente el cincuentenario del golpe sangriento de Pinochet en Chile. País que en tiempos de este dictador visitó para intentar sacar a dos presos de la cárcel. La acompañaban los periodistas Martín Prieto y Cuco Cerecedo. Éste lo bautizó como Morenito de Bonn, le hizo una entrevista al director de la cárcel mientras jugaban una partida de ping-pong y murió de un aneurisma en Bogotá. Muchos han conocido gracias al recuerdo de Felipe González quién estaba detrás del premio de Periodismo Cuco Cerecedo. En Chile se entrevistó con Mónica Madariaga, sobrina de Pinochet y ministra de Justicia. Un país que le une a su amigo Enrique Valentín Iglesias, uruguayo de cuna, mexicano de vocación, iberoamericano de corazón. El más veterano de los presentes en la mesa. Con Felipe agasajado por dos políticos del Partido Popular, el presidente de la Junta, Juanma Moreno Bonilla, que confesó que su primer mitin fue uno de Felipe en la Malagueta, y el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, que piropeó al ex presidente como uno de los mejores alcaldes que ha tenido Sevilla.

La Mesa Gris dio para otros vínculos. Cuando Antares estaba en la calle Genaro Parladé, en sus pistas de squash disputé el único partido que he jugado en mi vida de ese deporte. Mi rival, que me vapuleó, fue Jesús Quintero. Y la primera vez que saludé en persona a Felipe González fue en los estudios de Radio Nacional en la avenida República Argentina cuando una noche se asomó a la Colina de Quintero, a ese Siglo de Oro de las ondas donde el timón lo llevaban Cervantes (Paco, el productor) y Calderón (Antonio, técnico de sonido). La famosa entrevista en la que recitó unos haikus.

El primero que subió a la mesa de los siete magníficos es un buen amigo del hijo del jándalo. Miguel Sánchez Montes de Oca es uno de los padres del americanismo sevillano. Persona fundamental entre bastidores de la Expo 92. Nacido en el año 36, igual que el papa Francisco y Vargas Llosa. “Mario presenta su novela el día que yo cumplo 87 años”. Felipe habló de algunos escritores, especialmente de su amigo Carlos Fuentes, nacido en Chile como hijo de diplomático, cervantino a carta cabal. El Gringo Viejo de su novela llevaba en su parco equipaje una muda, un cepillo de dientes y un Quijote. En Chile nace también Jorge Edwards, que fue declarado persona non grata en la Cuba de Fidel, como Felipe lo fue en la Argentina de Videla. Y lo sería hoy si pretendiera visitar la Venezuela de Maduro, que no pone ninguna pega a otro ex presidente, o a la Nicaragua del “sátrapa” Daniel Ortega.

Del 29 al 92. Hay más capicúas: el 28-O del 82-Oh, como el “¡Oh, es él!” que Maruja Torres le dedicaba a Julio Iglesias. Y 1221. La fecha de construcción de la Torre del Oro, emblema del premio recibido. La construcción almohade ejecutada el mismo año que nace Alfonso X el Sabio (todavía en la clandestinidad: su padre tomaría la ciudad 27 años después), edificación que vio partir tantos galones camino de Indias. Esa América en la que como contaba Fuentes los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos. Felipe le pidió a Alfonso, el Sabio Guerra, un préstamo de su metáfora del tiempo según Cernuda. Para que no le alcance y siga deleitando a su auditorio con estas historias de un político que no reniega del Régimen del 78, el año de la Constitución y del Papa polaco que visitó España en pleno traspaso de poderes del Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo. Cuando la UCD pasó a convertirse en una pieza de arqueología política. El año que Felipe ganó las elecciones ganó el Nobel de Literatura su amigo Gabriel García Márquez. En la forma de contar los episodios se nota que echaron muchas horas juntos. Es cónsul de Macondo en Sevilla. En la pantalla iban apareciendo fotos de la apasionante y apasionada vida de Felipe González. Su autor, Pablo Juliá, estaba entre el público.

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