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Bono, el Trofeo Zamora y el debate sobre si debe jugar o no

Koundé celebra su gol junto a Bono en el Wanda Metropolitano.

Koundé celebra su gol junto a Bono en el Wanda Metropolitano. / Domenech Castelló | Efe

¿Debe jugar Bono el último partido del Sevilla en esta Liga? La pregunta ha suscitado un debate en las redes sociales, incluso en los corrillos de la prensa deportiva y los aficionados, por esa deriva hacia el individualismo de un deporte que fundamenta su grandeza en lo colectivo. El Trofeo Zamora podría importar más que el tercer puesto en la Liga, que sólo logró el Sevilla cuatro veces.

Se puede entender que el equipo de Julen Lopetegui ya ha cumplido el objetivo, que Dmitrovic también tiene derecho a tener su rato de reconocimiento y gloria, aunque este argumento se obvia en el debate,  y que el partido ante el Athletic sería como una especie de epílogo intrascendente para que se den despedidas, ovaciones, reconocimientos o recriminaciones después de una temporada durísima. El dinero de la Champions ya está garantizado y qué más da quedar tercero o cuarto, si la diferencia económica ahí ya no es tan impactante como quedar cuarto o quinto. Es la realidad del fútbol de hogaño.

El asunto va más allá y el debate se recrudecerá a buen seguro si Courtois no encaja ningún gol en el Real Madrid-Betis de este viernes. Que esa es otra, es inconcebible que teniendo ese encuentro influencia sobre el orden definitivo de los puestos altos de la Liga, sobre todo el tercero y cuarto y el quinto y sexto, LaLiga lo adelante al viernes. Manda la parrilla televisiva y también, a ver quién lo niega, que el Real Madrid tendrá dos días más de descanso para la final de la Champions.

Si el meta belga juega y deja su portería a cero, bajará su coeficiente del Trofeo Zamora hasta 0,80 desde el actual 0,83, merced a que tendría 29 goles encajados en 36 partidos. En ese caso, Bono no podría encajar dos goles, porque pasaría del 0,77 actual al 0,81 y el Trofeo Zamora que tiene en su mano se iría para el guardameta madridista.

El apotegma de que el fútbol es un juego de once contra once, y da igual los nombres de los futbolistas, va dejando paso por el desarrollo de la industria del fútbol a la loa constante a las estrellas futbolísticas. Y los medios de comunicación, y su reflejo en las opiniones de los aficionados en las redes sociales, las tendencias de internet y tal, dan pábulo a esa traición a la esencia del fútbol, un deporte colectivo en el que cada vez hay más identificación con el astro de turno que con un club: es el maná del que se nutre una televisión globalizada. Aunque la final de la Europa League, con la masiva presencia de escoceses y alemanes en Sevilla lo desmintiera. Ahí sí radica la verdadera dimensión del fútbol, y no en los premios individuales. 

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