Sevilla FC

Lágrimas de ayer y de hoy

  • El Sevilla entrega hoy el X Dorsal de Leyenda a Montero rodeado de los suyos y de una generación de futbolistas que hizo disfrutar sin ganar ningún título.

Montero, como capitán del Sevilla, en su partido de despedida.

Montero, como capitán del Sevilla, en su partido de despedida. / SFC

"Era tremendamente frío, por eso era tan bueno técnicamente". La frase es de Pablo Blanco, referencia imprescindible para el Sevilla de los 70 y 80. Está referida a Enrique Montero, uno de esos futbolistas que, con su clase, ayudó a pasar la famosa travesía del desierto. Porque tantos años sin tocar plata se compensaba con futbolistas como Montero, de aquellos con los que se salía toreando del estadio y que propiciaban un lunes de regodeo con el regate a tal o cual central, o con el golazo a tal o cual portero. Porque con Montero se paraba el tiempo, como en aquel mano a mano con Urruti, en cierto partido en el que el Sevilla de Manolo Cardo remontó un 0-1 y tumbó al Barcelona de Menotti, Schuster y Maradona. Fue el 4 de septiembre de 1983 y Montero hizo el 2-1, previo al definitivo 3-1, marcado de penalti por Pintinho.

Hoy el club en el que militó más de una década, diez temporadas entre 1973 y 1986, con 323 partidos y 52 goles, le entrega el X Dorsal de Leyenda. Muy atrás quedaron las lágrimas por aquella gravísima lesión de rodilla, sin la cual no habría metido aquel gol al Barça del Pelusa. Cuando le partió la rodilla uno del Palmeiras en el Trofeo Carranza de 1981, Montero ya era casi jugador de aquel Barcelona. "Íbamos ganando 5-0 y fue una jugada muy absurda. Sufrió un entradón fortísimo. Iban a cambiarlo ya, el partido estaba terminado y estaba bastante avanzado su traspaso al Barcelona, que eso lo supimos luego", afirma Blanco.

Sus hijos ya durmieron anoche aquí y él viaja hoy en un autobús repleto de allegados

"En casa estamos todos muy contentos y muy ilusionados. Sus nietos, que son muy sevillistas, también van a estar presentes", relata Paqui Rosa, su mujer. Elías, Soraya, Quique y Fran son los cuatro vástagos de Montero. Dos de ellos, Quique y Fran, siguen jugando al fútbol. El penúltimo, de 31 años, lo hace en el Altea, en Benidorm, de donde salió con su mujer el lunes para estar hoy en el Ramón Sánchez-Pizjuán junto a su padre. Otros ya durmieron este martes en Sevilla. Para el resto de la familia, el club ha fletado un autobús desde El Puerto de Santa María, incluido el benjamín, Fran, quien a sus 18 años juega en La Estrella, el mismo club donde Montero sigue entrenando en categorías inferiores, para matar el gusanillo...

Antonio Álvarez, director de la Escuela Antonio Puerta, rememora sus inicios. "Yo coincidí con Enrique en el Sevilla Atlético, en un equipo maravilloso entrenado por Santos Bedoya en el que estaban Montero, Valencia, Pulido, Juanito, Yiyi... Fue una generación importante. Él subió un año antes que yo al primer equipo. Entrenábamos a diario juntos y los fines de semana compartíamos habitación. Fue un privilegio compartir tanto con un grandísimo compañero".

"El uno contra uno lo hacía perfecto, era un gran regateador, un nueve falso, que es lo que gusta aquí -glosa Pablo Blanco-. Él no jugaba en las bandas. Ahí podían jugar Lora, Biri Biri, Scotta, Bertoni, Santi, López... y él jugaba por el centro, ni por la banda izquierda ni por la derecha, lo que pasa es que tenía mucha movilidad y se tiraba a las bandas. Hubo una gran delantera que era Scotta, Montero y Bertoni", recuerda el actual coordinador de la cantera.

Montero, como capitán del Sevilla, en su partido de despedida. Montero, como capitán del Sevilla, en su partido de despedida.

Montero, como capitán del Sevilla, en su partido de despedida. / sfc

En sus inicios, encrespó al público sevillista, siempre exigente y con la lupa presta al canterano... "Era muy bueno, muy bueno. Muy frío pero muy bueno. De hecho el público le recriminó muchas veces esa frialdad. Y llegó a salir llorando, eso es verdad. Le metieron una bronca, una bulla... Porque nuestro público al bueno le pide que corra. Y Enrique a veces daba la sensación de pasar del partido. No recuerdo el partido", dice Blanco intentando hacer memoria. "Los genios tienen eso -explica Álvarez-. Tenía una gran personalidad, y no iba a cambiar su forma de jugar, porque había gente que le pedía que la soltara antes. Y la grada se lo recriminó. Creo que fue con Carriega, que volvió a ponerlo el domingo siguiente, y el siguiente, y el siguiente... Y al final terminó siendo lo que ha sido, un mito, y por eso se le da el Dorsal de Leyenda".

Blanco lo define como de "la escuela sevillana". "A pesar de ser de El Puerto de Santa María, era muy sevillano, muy de aquí, muy andaluz. Por su buen golpeo, la velocidad en pocos metros, la visión de juego, el regate...". Y Álvarez destaca su agudeza futbolera: "Era muy listo en el campo, a pesar de que siempre tenía un jugador contrario pegado, porque entonces se llevaban los marcajes al hombre a los principales futbolistas. Era muy inteligente en el césped, sabía llevar a su marcador a zonas falsas, lo cargaba de tarjetas. Y cuando cogía el balón era una melodía, era algo excepcional, paraba el tiempo. Era exquisito en el regate. Era mediapunta, bajaba a recibir y tenía un regate espectacular. No era un goleador nato, pero hacía su cifra de goles todos los años".

Aquella lesión en el Carranza le truncó una salida del Sevilla. Hoy tendrá el pago a aquellas lágrimas.

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