La crónica del Sevilla - Atlético de Madrid

¿Empalmó Ocampos o todo el sevillismo? (2-1)

  • La afición nervionense vibra a lo grande con un disparo del argentino, que fue empujado por todos los hinchas para doblarle las manos a Oblak

  • El Sevilla suma tres puntos de un valor incalculable frente al Atlético

Ocampos dispara para doblarle las manos a Oblak y que el balón entrara en el 2-1.

Ocampos dispara para doblarle las manos a Oblak y que el balón entrara en el 2-1. / Antonio Pizarro

El Sevilla sólo ha sumado tres puntos este sábado en su casillero clasificatorio gracias al gol de Ocampos al Atlético de Madrid en el minuto 89, apenas tres de los 37 que ya tiene acumulados antes de acabar la primera vuelta en su casillero clasificatorio, que son muchísimos, pero el gustazo que se han llevado todos los que sienten la fe balompédica radicada en el sevillano barrio de Nervión está a la altura de los más grandes. No conviene caer en las exageraciones de compararlos a los días de las finales, porque eso es mucho decir, pero que alce la mano el que no levantara la pierna para empalmar el balón al mismo tiempo que el racial argentinoy gritara igual de jubiloso el gol con pasión cuando vio que la pelota le doblaba las manos a Oblak camino de la red.

Esta vez, al contrario de lo acaecido hace unos diez días en la fría Salzburgo, el Sevilla sí iba a apelar a todos los atributos que se le asignan en los dos himnos que cantan los suyos, el antiguo y el de El Arrebato. Casta, coraje, pasión y también, por qué obviarlo, una afición entregada a los suyos en ese camino hacia el infinito cuando el combustible estaba mucho más que agotado, cuando todas las luces rojas se habían encendido ante la falta de fuerzas para seguir remando contra la corriente.

Pero este Sevilla es capaz de rebelarse contra todas las circunstancias, contra esa carencia de energía que le provoca en estos momentos la ausencia de muchas de las piezas que impiden que Julen Lopetegui pueda manejar las piezas minimizando los esfuerzos de todas. Eso hace tiempo que no ocurre por las diferentes dolencias físicas, algunas por la mala suerte y otras también por los errores propios de querer acortar los pasos, caso de Acuña en esta cita contra el Atlético, pero la idiosincrasia de este Sevilla le impide dar el brazo a torcer y bien que lo sabe un Diego Pablo Simeone que pasó dos de los años más importantes de su carrera futbolística defendiendo esa camiseta.

El rostro del entrenador argentino era el fiel reflejo de lo sucedido, los suyos habían vuelto a caer en este curso en el que defendían el título liguero y cada vez están más lejos de ese objetivo a pesar de las fuertes inversiones realizadas en futbolistas. Ese rapto de voluntad protagonizado por Delaney, subiéndose en la chepa de un rival para cabecear al larguero; por Koundé, al levantar la pierna hasta las alturas para quitarle el balón a Cunha; y por Ocampos, al empalmar con todas las fuerzas que aún le quedaban para doblarle las manos a Oblak, bien merecía las caras de felicidad que mostraban los sevillistas cuando se ponían con un dos a uno en el minuto 89.

Koke protestaba, le decía de todo a De Burgos Bengoetxea, pero éste, por una vez y sin que sirva de precedente, no atendía a sus súplicas y se posicionaba a favor de contabilizar el gol de Ocampos en su acta posterior. Triunfo vital de un Sevilla al que todos daban por muerto por la cuestión física y que contabiliza un nueve de nueve en las tres últimas jornadas ligueras ante Villarreal, Athletic y Atlético de Madrid, ni más ni menos que esos adversarios.

En el relato lineal de los hechos, todo había comenzado muy bien para los blancos. Con las sorpresas de la presencia de Rekik en el lateral izquierdo y del joven Iván como delantero centro para alterarle el ritmo al trío de zagueros con el que se maneja ahora Simeone, el Sevilla se iba a poner muy pronto por delante. Siete minutos se contabilizaban cuando Rakitic lanzó un misil con su pierna derecha que se metió por la toda la escuadra de Oblak. Uno a cero y, lo que es más importante, sensación de control absoluto por parte de los blancos.

Pero era demasiado pronto para cantar victoria por mucho que Ocampos pudiera ensanchar las distancias sólo diez minutos después en un pase atrás de Montiel que remató muy arriba. Los problemas se iban a incrementar con la lesión del lateral derecho argentino en una entrada a Yannick Carrasco. Lopetegui se veía obligado a alterar el sistema defensivo con Koundé en el lateral derecho y Gudelj como central. Sólo Diego Carlos permanecía en su sitio en todo el sistema defensivo y encima Fernando lo veía desde la grada por sanción.

El empate del Atlético llegaría en un córner mal defendido, con un cabezazo en solitario de Felipe, y todo se encaminaba hacia el sufrimiento. El Sevilla, sin embargo, no se iba a descomponer. Ni siquiera cuando sufrió una llegada de Carrasco en el arranque del segundo periodo, siguió a lo suyo, sacó fuerzas de flaqueza y fue apretando al son que le marcaba Delaney por el centro y un imperial Koundé por el costado derecho, ya fuera como lateral o como tercer central cuando Lopetegui movió el árbol en busca de mejorar al equipo y colocó ahí al francés, Diego Carlos y Rekik para adelantar a Gudelj y liberar a Delaney.

El pulso se mantuvo en lo más alto a pesar de la evidente carencia de energías por parte de los sevillistas, incluso Acuña se iba a resentir sin haber participado en ninguna acción digna de recordar. Pero restaba la traca final, ese empalme que efectuaban todos los sevillistas al mismo tiempo que Ocampos. Oblak lo tocó, pero cómo iba a detener un disparo de 35.000 aficionados. Las manos se le doblaron y todos los sevillistas disfrutaron a lo grande de este 2-1 sobre el Atlético. Había motivos para gozar tanto, de sobra, los suyos siguen siendo el equipo de la Liga Santander que acumula más puntos después del Real Madrid y otro de los que aspiran a eso, el Atlético de Madrid, había hincado la rodilla en el Ramón Sánchez-Pizjuán. El martes llega el Barcelona, pero ésa ya es otra cosa distinta, de momento toca disfrutar de ese empalme de Ocampos. O de todos los sevillistas, quién sabe.

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