Sevilla FC | Obituario

Rafael Carrión, un gran sevillista que se lanzó a la tormenta

Rafael Carrión, jubiloso entre la marea sevillista en la fiesta del ascenso en junio de 1999.

Rafael Carrión, jubiloso entre la marea sevillista en la fiesta del ascenso en junio de 1999. / Antonio Pizarro

Viernes de duelo en el sevillismo. Después de cinco días ingresado en el Hospital Quirónsalud Infanta Luisa en Triana, Rafael Carrión Moreno fallecía a los 81 años de edad. Se paró un corazón que siempre latió poderoso, al compás de sus dos mayúsculas pasiones, María Santísima de la Esperanza Macarena y el Sevilla Fútbol Club. Murió una persona clave en la historia del club de Nervión, que jamás regateó su vocación de servicio desde muy joven.

Rafael Carrión, próspero hombre de finanzas, figura de enorme peso específico en el tejido empresarial sevillano, era hijo de directivo (Rafael Carrión Romero lo fue durante muchos años cuando el Sevilla aún era una sociedad deportiva), fue directivo y vicepresidente antes de la obligada transformación del club en Sociedad Anónima Deportiva, perdió unas elecciones a la presidencia y cuando entraron a jugar las acciones, allá que se embarcó para ver cumplido su sueño, algún día, de llevar el timón del club de sus amores. Lo logró en 1997, cuando manejar ese timón requería audacia y valentía, tal era la enorme marejada en la que el Sevilla andaba sumido por la desastrosa gestión de Francisco Escobar, primero, y José María González de Caldas luego.

Rafael Carrión ya había tenido un periodo de prácticas en el sillón de don Ramón Sánchez-Pizjuán. Fue cuando a principios de 1984 dimitió Eugenio Montes Cabeza. Él, como vicepresidente de aquella Junta Directiva (en 1980 había sido el organizador de los fastos por las Bodas de Platino), asumió el mando hasta las elecciones del 29 de mayo posterior, que perdió ante el otro candidato, el ganadero Gabriel Rojas, quien a su vez contaba como mano derecha con otro enorme sevillista que luego ascendió al poder, Luis Cuervas Vilches. Carrión se retiró después en la lucha con el propio Cuervas.

El financiero sevillano tardó trece años en sacarse la espina de esas elecciones perdidas. Durante la negrísima etapa de Escobar y González de Caldas, ejerció desde dentro del Consejo una labor fiscalizadora y de oposición que resultó fundamental para el asalto al poder en aquella recordada Junta General de Accionistas de mayo del 97 en el World Trade Center. Una asamblea que por momentos deparó escenas berlanguianas: Juan Palma, testaferro de González de Caldas, se equivocó en el turno de votaciones, un grupo de airados accionistas acompañó a Manuel Recio –otro de los miembros del Consejo afín al todavía presidente– hasta los aseos para no perderlo de vista y, finalmente, José María del Nido Benavente denunció a voces que había “¡un hombre con pistola en la sala!”.

La Junta acabó con Rafael Carrión como nuevo presidente mientras el director general, Herminio Menéndez, salía del World Trade Center a hombros de los aficionados que antes habían clamado por la salida de González de Caldas. Puro Berlanga.

En el Sevilla “no había dinero ni para balones”. Lo refiere cualquiera que estuviera en el club entonces. José Castro, por ejemplo, lo suele recordar. El utrerano ya estaba dando sus primeros pasos, antes de tomar más protagonismo con Roberto Alés. Y como Carrión, endureció su piel con aquel descenso del 1 de junio en Oviedo.

La gestión de Carrión tuvo sus claros y oscuros, pero resultó providencial ese torniquete que le aplicó al club cuando literalmente se desangraba. El descenso era inevitable antes de su llegada al sillón. Ni Julián Rubio, ni Vicente Miera, ni Fernando Castro Santos ni Juan Carlos Álvarez le dieron vuelo a un equipo muy limitado en el gasto y el Sevilla tardó dos años en volver a Primera. Lo hizo de la mano de Marcos Alonso en aquella promoción del 99 contra el Villarreal de Palop, pero el buen juego de aquella escuadra en la máxima categoría rara vez llevaba aparejada la victoria y en febrero de 2000, Carrión cedió el testigo a Roberto Alés. Aunque no vio cumplido su sueño de dirigir a un Sevilla grande, su abnegada entrega había cortado la caída libre.

Dejar la presidencia no llevó implícito que Rafael Carrión abandonara la primera línea de fuego. No paró de comprar acciones para consolidar su voz en el Consejo (siempre ha mantenido a Gabriel Ramos y a alguno de sus hijos junto a él al servicio del club, desde Rafael a Luis, Adriana o ahora Jesús y Fernando, consejero y vicepresidente, respectivamente) y aunque ha tendido su brazo a José Castro desde que el utrerano asumió la presidencia en 2013, siempre ha mantenido su voz independiente y crítica, ojo avizor, con su característica mirada punzante apuntando con especial celo hacia otro ex: José María del Nido Benavente. Sus hijos heredan su enorme pasión sevillista y el segundo paquete accionarial del club.

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