Caparrós le echa su pegamento

Espanyo-Sevilla | La crónica

El Sevilla gana fuera de casa casi seis meses después gracias a un gol de Ben Yedder de penalti

La variación táctica del utrerano da más consistencia en la medular

Mercado, Carriço y Wöber se abrazan al finalizar el partido en señal de alegría.
Mercado, Carriço y Wöber se abrazan al finalizar el partido en señal de alegría. / Alberto Estévez / Efe

Gracias a un penalti que Ben Yedder ajustó con maestría al lateral de la red, el Sevilla se trae de Cornellà una victoria que es oro molido. Y por muchas cosas. Primero, porque los tres puntos lo refuerzan en su objetivo de acabar con esa preciadísima cuarta plaza que da la Champions; segundo, porque corta una ominosa racha de casi seis meses sin ganar un partido de Liga a domicilio y cercena esa inseguridad mental que ya se había empadronado en el vestuario sevillista, y tercero, porque después del fracaso europeo y el cambio de ciclo, era perentoria una victoria para sofocar tanto ánimo soliviantado y acabar con el aire viciado. El parón de dos semanas por el calendario de las selecciones amenazaba con recrudecer los malos rollos y, con el 0-1, ese paréntesis vendrá hasta bien por Nervión para echarla al suelo, recuperar la buena onda y mirar hacia delante. Hacia los diez partidos que tiene el equipo por delante para intentar dispararse hasta las estrellas.

Alguien puede pensar que, de momento, la sola presencia de Joaquín Caparrós le ha cambiado el aire al Sevilla, como ya ocurrió en los últimos cuatro envites de la pasada Liga. Porque tampoco es que la tropa de rojo, de repente, se sacudiera todos sus defectos en Barcelona. De hecho, sufrió una barbaridad en la última media hora porque de nuevo se aculó demasiado cerca de Juan Soriano, la entrada de Munir, Rog y el Mudo no evitaron el creciente acoso espanyolista y el Sevilla apenas salió con la pelota. Pero esta vez, el cariz fortuito del fútbol, su carga azarosa, que muchas veces castiga por no hacer las cosas como hay que hacerlas, no se cebó con los sevillistas. No hubo concatenación de rebotes ni nada por el estilo.

El bilardiano final, con Juan Soriano expulsado, puede inducir a pensar en otro estilo con Caparrós, pero no fue así

Quizás por ello, Juan Soriano descargó toda la tensión de forma tan destemplada cuando el balear Cuadra Fernández pitó el final. El chico erró al dirigirse con gesto provocador a la grada y acabó expulsado junto a Darder, que se lo recriminó con un empujón. Alguien que no haya visto el partido ya puede pensar con ligereza que ese bilardiano final ya refleja el toque Caparrós. Pero no. El baqueteado preparador, de momento, lo único que ha puesto es sensatez. Y pegamento.

¿Cuál ha sido el defecto más grosero del Sevilla de Machín? Su inconsistencia sin el balón, esa fragilidad para cerrar los pasillos y guarecer su área, sobre todo lejos del Ramón Sánchez-Pizjuán. Y el astuto preparador, desde las tablas de sus 500 partidos dirigidos desde la banda en Primera, actuó para cubrir ese talón de Aquiles.

El cambio táctico hacia el 4-4-2 era previsible, más sorprendente fue la disposición de las piezas

La mano nervuda de Joaquín Caparrós se reflejó ya en el acta arbitral. Muchos sospechaban, sospechábamos, que el utrerano podía cambiar a defensa de cuatro, su predilecta. Y así lo hizo. Pero fue un 4-4-2 sorprendente, con Jesús Navas como lateral derecho, Mercado y Carriço en el eje y Wöber en el ala siniestra. En la medular, más retoques inopinados: Banega desplazado a la derecha, Amadou y Gonalons por dentro y Promes a la izquierda. El único rasgo identitario que permanecía del extinto Sevilla de Machín era la pareja de delanteros, Andre Silva y Ben Yedder.

Y ahí, en esa punta bicéfala, brotó el primer problema para Caparrós. Andre Silva no es hoy ni por asomo aquel delantero imponente, por planta y prestaciones, que invitaba a pagar los 39 millones de euros de su opción de compra en cuanto abriera el banco.

Fue un Sevilla más recio, más compacto, con Gonalons y Amadou, además de Banega en la derecha

Por lo demás, compareció un Sevilla más recio, más compacto, más junto. Caparrós le echó cemento armado a la sala de máquinas con Amadou, Gonalons y Banega volcado a la derecha. Y más atrás, Mercado y Carriço se cuidaron más de perder metros y generar un peligroso espacio entre la zaga y la media.

Pero ese reajuste, esa vuelta del centro de gravedad a la medular, conllevaba la necesidad de que los dos delanteros, con Promes secundándolos desde la izquierda, fueran más resolutivos en la finalización de las jugadas. Ya no estaban Sarabia, sobre todo, o el Mudo Vázquez para apoyarlos en el remate. Ben Yedder siguió punzante y la tuvo en el minuto 41, pero su tiro se fue junto al palo. Pero Andre Silva no aprovechó un balón.

Atacó con buen son el Sevilla en la primera parte. Gonalons plantó sus reales y su jerarquía lo encauzó todo. Faltaba un medio con aplomo para simplificar el juego en la sala de máquinas. A ganar balones divididos, a descargar a las zonas adecuadas. Y a no regalar nada. Banega agradeció que el galo lo descargara y hasta tuvo dos tiros desde la corona del área que desaprovechó. Y Amadou echó una mano en la resta. Los pasillos interiores quedaron obturados y el Espanyol apenas amagó.

Tras el descanso, los periquitos le pusieron más agresividad y el Sevilla perdió metros, pero paradójicamente, sin juego, apareció Andre Silva en el área y Mario Hermoso cometió un infantil penalti (53’). Tras el 0-1, la entrada de Melendo y el cansancio de gente como Banega o Promes, tocó sufrir, más por acoso y balones colgados que por remates. Todo acabó en ese 0-1 que es oro. Con el Sevilla oliendo a sudor y a pegamento.

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