Machín ya no entrena al Sevilla, ¿no?

El resultado el Girona-Sevilla

El cuadro de Caparrós protagoniza una actuación lamentable en Gerona y demuestra que sus males no estaban en el banquillo, sino en la plantilla diseñada

El delantero del Sevilla Munir y el defensa colombiano del Girona Bernardo José Espinosa, durante el partido.
Ben Yedder y el defensa colombiano del Girona Bernardo José Espinosa, durante el partido. / Efe

Batacazo de un Sevilla esperpéntico en Gerona. La mejor plantilla de la Liga, Caparrós dixit, protagonizó una actuación lamentable ante un adversario que no ganaba un partido en su campo desde no se sabe ni cuándo y, claro, perdió. No podía suceder otra cosa, porque los hombres vestidos completamente de negro no fueron ni siquiera una caricatura de equipo desde el primer minuto hasta el último, hasta cuando Banega pareció querer cogerse unas vacaciones anticipadas y se buscó una tarjeta roja para que el tiempo de prolongación concluyera de esa manera tan abrupta como lamentable. El tiempo da y quita razones y en este Girona-Sevilla quedó latente que el problema de los nervionenses lejos de su gente no estaba en el banquillo, no era Pablo Machín, por supuesto que no, sino la confección de la plantilla por parte de quien esta vez era el encargada de adiestrarla sobre el mismo césped.

No puede haber otra conclusión posible después de un análisis sosegado de una cita en la que el Sevilla comparecía con la cuarta plaza a su alcance, después de conocer que el Valencia había perdido en Mestalla contra el Eibar y, lógicamente, pendiente de lo que pudiera hacer con posterioridad el Getafe en Real Sociedad. Pero, el cuadro dirigido por Caparrós estuvo compuesto por un grupo de futbolistas acomodados, sin espíritu competitivo ninguno y moviéndose por el campo transmitiendo que en su banquillo había un hombre tremendamente cobarde. Y no me refiero a la persona del entrenador utrerano, por supuesto que no, sino a la forma en la que los suyos afrontaron una pelea a la que jamás acudieron.

El Sevilla fue siempre un equipo aculado, timorato, incapaz de dar un paso adelante, a pesar de la nerviosera que tenía el contrincante que tenía enfrente. Al Girona, en cambio, le bastó con meter la pierna con fuerza en el arranque de todo para que quienes tenían enfrente se encogieran como una esponja empapada de agua. Concretamente, fue Muniesa el que le enseñó los tacos a Sarabia desde el principio del juego, pero tampoco les hizo falta mucho más a los anfitriones. Todo el Sevilla, desde el Mudo Vázquez hasta Escudero, pasando por Jesús Navas, Munir, Banega, Roque Mesa, Sergi Gómez y demás, entendió que aquello sólo tenía un fin, un triunfo de los catalanes.

Por supuesto que sería injusto meter a todos los futbolistas en el mismo saco, muy injusto además. Porque Ben Yedder, Carriço y Vaclik sí merecen ser sacados de esa pira, de ese conglomerado de pusilánimes que achicharraron a todos sus seguidores, a esos sevillistas que se debieron pellizcar durante los 97 minutos que se jugaron, jamás litigaron, en Montilivi para creerse lo que estaban viendo sus ojos.

Pero el uno a cero final vino a corroborar que sí era cierto, mucho además, que el Sevilla había perdido gran parte de sus opciones para meterse en la próxima Liga de Campeones por deméritos propios, por una actuación repleta de cobardía desde su banquillo hasta la mayoría de sus futbolistas. Y esa sensación, insisto, se transmitió desde el primer minuto de juego, desde que el Girona se hacía con todos los balones divididos a pesar de la impericia del cuadro que ahora entrena Eusebio Sacristán.

El Sevilla, se supone, salió con la intención de dejar pasar los minutos y de esperar con paciencia para sacar provecho de la ansiedad de este Girona. Pero cabe cuestionarse después del desenlace final que cuándo era el momento fijado por Caparrós para que los suyos dieran ese paso adelante, para que fueran a por un triunfo que lo hubieran tenido al alcance con sólo jugar de verdad durante un tramo mínimamente prolongado. Eso también quedó en evidencia durante el rato en el que los visitantes sí se atrevieron a arriesgar en los pases para sobrepasar la presión, muy ficticia por cierto, que realizaban los gerundenses a la primera línea.

En ese rato, con Banega, Roque Mesa y hasta Carriço metiendo pases hacia el Mudo Vázquez, Munir y Sarabia, el resultado debió decantarse del lado del Sevilla. Porque la superioridad en las fichas de ataque era evidente en el momento en el que eso sucedía. Concretamente, en el minuto 13 todo debió sufrir un giro cuando Munir llegó antes que Bono y el despeje de éste le cayó a Ben Yedder para que se precipitara en el disparo con el portero fuera de la meta local.

Parecía que ahí podía cambiar todo, que el Sevilla necesitaría muy poco para alterar el discurrir de los acontecimiento. Pero fue un espejismo y ya jamás tendrían los visitantes acercamientos de peligro real. Al contrario, el Girona tuvo, mal que bien, las ocasiones más claras y acabó decantando todo hacia su lado con un gol de Portu a puerta vacía en una contra pésimamente defendida. Caparrós, entonces, recurrió a Promes y Bryan, pero sacó del campo a Munir, cabe suponer que por algún problema físico, porque de lo contrario no se entiende nada de nada con el futbolista más en racha en el plano goleador.

En definitiva, la cuesta abajo ya estaba iniciada y el Sevilla se limitó a finiquitarla de la peor manera posible, incapaz de transmitir peligro en ningún momento, ni siquiera cuando estaba por debajo en el marcador y sólo tuvo una llegada de Ben Yedder y un tiro de Banega en un córner rechazado al final. Y eso que Pablo Machín ya hace tiempo que no es el entrenador y sí está en el banquillo el hombre que confeccionó una plantilla que, a las pruebas cabe remitirse, deja mucho que desear lejos del Ramón Sánchez-Pizjuán, con un entrenador o con otro.

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