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Sistema financiero

El cuento de Bernie Madoff

  • Madoff presidió el Nasdaq y asesoró al Gobierno. Se hizo idolatrar en Wall Street y regalaba intereses de hasta el 15 por ciento. Hubo quien no se lo creyó.

El caso Madoff es un buen ejemplo de la ilimitada potencia de la persuasión. Un solo hombre aún es capaz de imponerse al sistema a partir de su fama, de su aura. Más de 37.400 millones de euros estafados a las fortunas del planeta. Cinco bancos españoles damnificados, con Santander y BBVA a la cabeza. Un timo clásico en las finanzas basado en utilizar el dinero de los clientes sucesivos para pagar a los anteriores. La apariencia de la solvencia, de las promesas cumplidas en forma de gloriosa rentabilidad. Y un organismo, la SEC, algo así como el pariente yanqui de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, dispuesto a tragarse el cuento.

Bernard Madoff podría considerarse la versión tenebrosa de John Paulson (no confundir con Henry), ese otro gurú de los hegde funds. Paulson es el paradigma de la higiene mercantil. Nadie sospecha de sus negocios. Tampoco (casi) nadie sospechaba de Madoff. Barack Obama y Estados Unidos en general comprenden ahora que aquello del neokeynesianismo no estaba tan mal. O que quizás, sin pasar de un extremo al otro, la virtud aristotélica del término medio sea desde ya una filosofía indeleble. De momento, han decidido transformar la SEC. O potenciarla. O sencillamente evitar que sus perros de presa se dejen engañar por auditoras de 80 años.

Madoff presidió el Nasdaq y asesoró al Gobierno. Se hizo idolatrar en Wall Street. Como los grandes chefs, sólo admitía en su garito a los bolsillos más pudientes. A cambio, regalaba intereses de hasta el 15 por ciento. Hubo quien no se lo creyó. Hubo denuncias ante la SEC. Hubo oídos sordos.

La dimensión del fraude ratifica el fenómeno de la globalización. Alicia Koplowitz, residente en Madrid, arriesgó 10 millones de euros. Gerald Breslauer, asesor áulico de Hollywood, empeñó su dinero y el de Spielberg. Los expertos cifraban en hasta 15.000 millones la liquidez de Madoff Investment Securities. En realidad, cuando el agente del FBI Theodore Cacciopi llamó al apartamento de Madoff en Manhattan, éste pidió permiso para regalar antes del arresto a amigos, empleados y familiares las migajas que le quedaban –entre 200 y 300 millones de dólares.

Persuasión, decíamos. Como aquel rey desnudo de Andersen, el cliente confió a ciegas en un producto oscuro, sin letra grande ni pequeña. Madoff quemó la tierra que pisaba para no dejar huellas. Ha creado un jeroglífico que las autoridades tardarán en resolver. Las cifras y los afectados son aún provisionales. Falta de escrúpulos, añadiríamos. Entre las víctimas del timo se cuentan diversas organizaciones benéficas, muchas de ellas judías, como el propio Madoff. Dicen los políticos de todo el planeta que han aprendido la lección, que vigilarán férreamente el mercado. Pero la historia, como siempre, se repetirá. Que se lo pregunten a Ponzi.

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