TV-Comunicación

Juegos de Segunda (Cadena)

  • La fusión nacional en la ceremonia de apertura se sobrepuso a la confusión plurinacional que se orquestaba contra Barcelona 92

  • La proeza deportiva llevó a TVE a un triunfo mayor de lo previsto

No seamos idealistas a estas alturas. No idealicemos tanto la confraternización ibérica. La apertura de la Copa del Mundo de Atletismo en 1989, que supuso la reinauguración del estadio de Montjuich, fue un desastre. A la tromba que cayó sobre Barcelona que casi obliga a usar piraguas a los que desfilaban por la pista, se le sumó la pitada al Rey y al himno. Sí, ya las había. Ante todo el planeta. Las juventudes pujolianas de Convergencia Democrática, cachorros de la burguesía más repelente, se encargaron de aquel abucheo. Cobi olía a fracaso y de eso se reían Martes y Trece en la siguiente Nochevieja. Un Cobi pasado por agua entre atletas de cachondeo. "No les va a dar tiempo", canturreaban como niños de San Ildefonso al año siguiente.

Tras los abucheos y la inundación en 1989, los espectadores esperaban lo peor

No seamos idealistas ahora. Cuando los espectadores se sentaron a ver la ceremonia apertura de Barcelona 92 se temían lo peor. Una ceremonia que se ofreció por la Segunda Cadena, por La 2, mientras la Primera emitía un prescindible churrete como Juegos sin fronteras. Hablamos de tiempos muy analógicos. Las privadas (Antena 3, Telecinco y Canal +) apenas llevaban dos años y Canal Sur y las otras autonómicas tenían su fuerte en la Liga y en las películas caras, cuando el cine tenía gran tirón aunque fuera un título de los años 60.

La Primera Cadena mantuvo durante el verano del 92 su parrilla habitual y la Segunda (TV3 también para los catalanes) se encargó de contar lo de Barcelona. Increíble. En las primeras mediciones el segundo canal tenía un 25% de cuota, casi la suma de Telecinco y Antena 3 a día de hoy. Los de Barcelona fueron los Juegos de la Segunda Cadena y en el sillón de Prado del Rey estaba el peor director general de la historia, Jordi García Candau, el que llevó a RTVE al más feroz endeudamiento.

En Seúl 88 ya se había probado la programación deportiva ininterrumpida por el UHF, un invento de santa Pilar Miró. Pero, seamos sinceros, no pintaba bien Barcelona. El escepticismo con que se sentaron muchos espectadores aquel sábado se fue trocando en agrado durante la ceremonia de apertura cuando se comprobó que La Fura dels Baus escapaba de las piruetas paramilitares y creaba una historia entre autómatas, músicos dalinianos, tenores, tamborileros de Calanda y Cristina Hoyos a caballo. Fusión nacional frente a la confusión plurinacional. Lo del arquero tuvo su importancia: fue el impacto de autoestima que necesitaban los españoles. Si no íbamos a ganar muchas medallas, que por lo menos no hiciéramos el ridículo como en el Mundial de Naranjito. "Qué maravilla", proclamaba Olga Viza con el pebetero recién prendido. Con el Príncipe de abanderado y la infanta Elena llorando los espectadores ya habían entendido que el programa iba de nosotros de protagonistas, tan poco acostumbrados a ser mirados por todo el mundo.

Con el chaparrón de medallas, cuando apenas se estimaban unas diez como mucho (hubo tiendas de electrodomésticos que lanzaron el órdago y a los clientes aquello les salió gratis), la euforia terminó de desatarse. Con la retranca de Matías Prats disfrutamos de la apertura y la clausura ya sí se emitió por la Primera Cadena (como la gloriosa final de fútbol, la del milagro de Kiko) , para decir adiós con Constantino Romero pidiendo "atletas, bajen del escenario", mientras los juerguistas tapaban a Peret. Barcelona 92 acabó bien. El 92 acabó mal. Pujol contuvo a sus juventudes, que ya aguardarían un peor momento, y en la tele hubo una magnífica imagen. Matías y Olga fueron relatando las épicas nacionales y las proezas del Dream Team; mientras en la medianoche de La 1 Inka Martí, futura nuera de la duquesa de Alba, conducía Barcelona: Juegos de sociedad, late -show de lo más estilizado. Ya de madrugada el veterano Ramón Trecet enlazaba repeticiones y se emocionaba como un niño con la medalla de Antonio Peñalver en decathlon. Y con Fermín Cacho. La idealización de aquel sueño olímpico español se sustenta en los logros deportivos que vimos por televisión. Una TVE generosa, donde se sucedían las buenas noticias. En agosto del 92 TVE, con inercia de monopolio, había sumado 31 de los 40 espacios más vistos. Al margen los Juegos de Barcelona lo que más se vio en aquel mes fueron películas como Operación Cabaretera, en La Primera, o Don Erre que Erre en Telecinco. En las tardes de Canal Sur estaba Carmen Abenza con Jacaranda. El programa que se consideraba más divertido de entonces era Al ataque, con Alfonso Arús en Antena 3, y el concurso de moda era Sin vergüenza, con Ángeles Martín en la Primera. La programación de 1992 era más cutre de lo que la memoria quiere idealizar. Tal vez se salvaban destellos de Canal +, la cadena de rayitas que ponía en pie al país los viernes a las tantas. Por aquel entonces Manuel Campo Vidal se había incorporado a la dirección de Antena 3, en manos de Zeta y Banesto, y analizó que la parrilla de la privada que había entrado con peor pie tenía "una programación mexicana". La de Telecinco era muy italiana. De Lazarov. Con Tutti Frutti por las noches, Xuxa por las mañanas y mucho culebrón. Se inventaron lo de las Olimpiadas del Amor, con películas románticas, para contraprogramar. Pero con los atletas españoles en racha no había nada que hacer. Todos asumieron la derrota ante una TVE pletórica sin tener que retrasar el prime time.

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