Paquirri: "Doctor, la cornada es fuerte..."
RECORDANDO A PAQUIRRI EN EL XL ANIVERSARIO DE SU MUERTE (I)
El diestro de Zahara de los Atunes toreaba en Pozoblanco la última corrida de aquella temporada y fue corneado fatalmente por el toro 'Avispado' marcado con el hierro de Sayalero y Bandrés
La cámara de Antonio Salmoral filmó los últimos momentos del torero antes del traslado agónico en ambulancia que concluyó con su fallecimiento a las puertas de Córdoba
El Repaso: una semana para recordar a Paquirri y echar de menos a Morante
Paquirri: "Aprende a ser yunque para cuando seas martillo..."
La negrura de la noche sólo la había roto un veloz BMW blanco encaramándose en Sierra Morena después de abandonar la nacional IV. Buscaba el cruce de Villanueva de Córdoba desde Ándujar con muchas horas de volante acumuladas en un largo periplo que se había iniciado en Logroño con la anochecida. La de la capital riojana, el día 25 de septiembre de 1984, había sido la penúltima corrida de una campaña a la que sólo quedaba una cita en una tarde amable y de escaso compromiso. El famoso torero tenía que coger el avión dos días después para viajar a Venezuela con Isabel. Pasaban las cinco de la mañana cuando, después de adentrarse en un ancho valle, Antonio Rivera frenó en la puerta del hotel Los Godos: “Despierta Paco, ya hemos llegado a Pozoblanco".
Pozoblanco es hoy la floreciente capital del Valle de los Pedroches; hace 40 años aún era una pequeña ciudad emergente que celebraba sus fiestas en honor de la Virgen de las Mercedes. En los enormes carteles pegados a las paredes, con letras grandes, el nombre de Paquirri eclipsaba los de Yiyo y El Soro, que iban a alternar con él esa tarde. En el hotel se disponían a vivir el inconfundible trajín de un día de toros antes de que el Sol del primer otoño despertara el brevísimo sueño de los hombres de plata -Pichardo, Torres y Cruz Vélez a pie; Rafael Muñoz y José Luis Sánchez a caballo- que habían llegado en el volvo ranchera casi de amanecida. Había llegado la hora de ir a la plaza a enlotar los toros de Sayalero y Bandrés.
“Por la mañana fuimos al sorteo y de vuelta al hotel le comentamos a Paco los toros que le habían tocado. Avispado era el más chico, el más bonito de toda la corrida. Después de almorzar nos pusimos a jugar a las cartas. Le gustaba quitarnos el dinero a todos y no paraba hasta que nos desplumaba. Siempre tenía que ser el ganador, era como un niño chico cuando ganaba. Tenía una caja llena de pesetillas y duros para apostar en aquellas partidas inofensivas”, recordaba el banderillero sevillano Rafael Torres en una entrevista mantenida con el autor de estas líneas a finales del verano de 2009.
Esperando a Salmoral
Mientras tanto, ya había doblado el mediodía en Córdoba y el periodista Pepe Toscano andaba haciendo tiempo en su casa de El Brillante. Aún estaba esperando a Antonio Salmoral, el corresponsal de TVE, para marchar a Pozoblanco por la ruta de Los Villares. Había intentado varias veces ponerse en contacto con él sin éxito en un mundo sin móviles ni redes sociales. Con el tiempo encima, se disponía ya a salir de viaje. A punto de ponerse en la calle, Salmoral apareció con prisas.
Traía una flamante cámara de video que quería estrenar en Pozoblanco. “A las cuatro y diez no había llegado y me subí al coche. En ese momento llegó junto a un hijo suyo que estaba haciendo el servicio militar. Si hubiera salido algunos minutos antes, Salmoral no habría ido a Pozoblanco”, rememoraba Toscano, que convenció al veterano camarógrafo cordobés a pesar de sus reparos para acompañarle en ese viaje y probar la nueva cámara. Televisión Española, pese al ofrecimiento de Salmoral, había desestimado filmar el festejo. Sólo la insistencia de Pepe Toscano terminó de convencer al reportero para ir a al encuentro de una tarde que también cambiaría su vida.
A esa misma hora, en el hotel Los Godos de Pozoblanco, los jugadores se estaban retirando de una partida inocente: Pichardo, Cruz Vélez y el matador. Rafael Torres ya se había marchado a descansar y Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero, andaba preparando el vestido azul cobalto y oro que iba a usar aquella tarde, el mismo que había estrenado en la Feria de Abril de ese mismo año. Paquirri recibió la visita del ganadero Juan Luis Bandrés. Entre bromas, hizo amago de llevarse el dinero que habían liquidado al torero por aquella tarde: era un millón y medio de 1984. En un ambiente mucho más relajado que el acostumbrado, terminó de vestirse de torero. Había llegado el momento de marchar a la plaza…
Mientras tanto, el diesel de Pepe Toscano ya había remontado la Sierra de Córdoba en busca del puerto del Calatraveño por las endiabladas carreteras de hace 40 años. La radio estaba averiada y la tertulia sustituyó a las ondas. “En el viaje fuimos comentando las precariedades de la colaboración de Antonio con Televisión Española y al llegar a Pozoblanco comprobamos el ambientazo que se vivía en el pueblo. No pudimos meter el coche en la plaza como en otras ocasiones. Entramos allí y él se fue a un lado del burladero y yo a otro”.
El toro más bonito…
El volvo de la cuadrilla de Paquirri también había alcanzado la plaza. Entre risas y bromas se hablaba de la partida. El torero andaba eufórico y extrañamente comunicativo. Presumía de haberles limpiado 40 duros. En los alrededores del coso ya no cabía un alfiler. Paquirri cruzó a duras penas el gentío que aguardaba a los toreros y en la puerta de cuadrillas se encontró con El Yiyo, una figura emergente que comentó con el maestro las bondades de los toros de Sayalero y Bandrés. Con el run-run del público, apenas se oía el pasodoble. Había llegado el momento de liarse el capote de paseo y dar el paso adelante: "¡Suerte, señores!"
Paquirri fue el encargado de despachar el primer toro. Sobrado y seguro, alternó con El Soro en banderillas. Entrebarreras había un muchacho rubio que entonces se anunciaba como Manolo y que andaba queriendo ser torero. Se decía que era hijo de El Cordobés, muchos años antes de que llegara el definitivo reconocimiento. Paquirri brindó al chico y Pepe Toscano, que se encontraba a su lado, escuchó sus palabras: “Pelillos, te brindo este toro porque me caes muy bien y tienes mucha gracia”. El maestro cortó una oreja casi sin despeinarse y la corrida empezó a lanzarse. Yiyo y Soro empataron a dos orejas. El valenciano ofreció los palos a Paquirri que, después de salir apurado de un par y correr hacia las tablas sonrió a Toscano. La plaza de Pozoblanco ya era una fiesta y en los chiqueros aguardaba el cuarto de la tarde, “el más bonito”. Se llamaba Avispado, era negro, chico y algo veleto...
Paquirri recibió al toro en los tendidos de Sol. Rafael Torres andaba al quite: “le perdió un poco el respeto a Avispado. Lo toreó pegando lances mirando al tendido. El animal era sensacional aunque en la brega le hizo dos cosas raras y en la segunda le echó mano. Se estaba aguantando al bicho en el burladero de la tercera suerte y Paco lo llamó desde los medios para llevarlo al caballo. El toro lo vio y se fue a por él. El caballo se estaba colocando y el toro hizo como un amago de irse para el picador. Paquirri lo llamó y en ese momento el animal se le venció por el pitón izquierdo. ¡Ay¡ Paco rectificó ligeramente pero se quedó tal cual. El toro se volvió, abriéndose, y él le perdió pocos pasos. El toro se le volvió a colar y no le dio tiempo de nada; le pegó medio lance pero el animal le arrolló y le metió el pitón hasta la cepa”.
Avispado había prendido a Paquirri metiéndole el pitón en el muslo derecho hasta la cepa. Al paso, dando lentos cabezazos, lo llevó hasta los medios. En su afán de zafarse de los pitones el torero se aferró a la cabeza del toro. La impresión en el tendido ya era de una cornada gravísima. “Todos llegamos a la vez y el toro no hacía por nosotros. Intenté tirar de él pero era imposible. Cuando lo soltó me llevé al toro de allí y me impresioné mucho al ver cómo le chorreaba la sangre por el pitón derecho. Me llevé a Avispado a un extremo mientras trasladaban a Paquirri a la enfermería. Entonces se hizo presente la cuadrilla del Yiyo, al que le correspondía matar al toro, y me metí para adentro”, recordaba Rafael Torres, uno de los testigos más cercano de la tremenda cornada.
Pepe Toscano no daba crédito a lo que está viendo: “cuando vi la cornada pensé que le había hecho presa, que le había hilvanado el pitón entre la taleguilla y la carne pero dio una vuelta de campana y cuando lo despidió salió un chorro de sangre enorme. Salí corriendo para la enfermería. Los que llevaban a Paquirri equivocaron el camino hacia la puerta de toriles y tuvieron que rectificar. Yo fui el tercero que entró allí. Los doctores Eliseo Morán y Ruiz González ya estaban preparados para intervenir. El cristal de la puerta estaba roto porque no encontraban la llave y tuvieron que darle una patada para abrir”.
“Entró Paquirri y comenzaron los previos a la intervención. Vimos la herida y comenzaron los trámites necesarios. Apareció Salmoral y quisieron entrar más pero ya no les dejaron. Sí accedieron los médicos que habían venido de Córdoba para ver la corrida como aficionados. Taparon el cristal roto con una sábana y a raíz de ahí ya pidieron que desalojáramos la enfermería. Me salí y al poco lo hizo Salmoral. Antes había filmado lo que todos pudimos ver por televisión”, recordaba Toscano.
Tiene al menos dos trayectorias…
El cirujano plástico José María Cabrera intentaba taponar la herida con el puño mientras Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero, sostenía la cabeza del torero. Ruiz González cortó las taleguillas y los leotardos destrozados con unas tijeras. El muslo derecho, en su tercio superior, parecía partido por un inmenso hachazo y sangraba mansamente. Hubo algunas dudas con el grupo sanguíneo del torero y tuvieron que llamar al hotel para despejarlas. Paquirri pidió calma y se dirigió a Eliseo Morán, el cirujano que atendía la modesta enfermería de Pozoblanco: “Doctor, yo quiero hablar con usted porque si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias. Una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos”. El torero pidió agua, “sólo es para enjuagarme”, advirtió. En el teléfono de la enfermería, Ramón Vila requería detalles de la cornada. En pocos minutos iba a empreder viaje a Córdoba.
Rafael Torres ya se encontraba junto a su maestro. “Cuando llegué a la enfermería estaba sobre la camilla y los médicos estaban ya liados con él, quitándole la ropa, comprobando la gravedad de la herida. La cornada era muy grande y era imposible que allí se hiciera nada, le cabía un puño. Lo que se intentó fue cortar la hemorragia ante todo. Aquello seguía sangrando y consiguieron ligar algunas venas pero no habían cohíbido la de arriba, la ilíaca. Era imposible. Había que abrirle y allí no había medios para operar con aquella gravedad y el médico le advirtió de que lo tendrían que trasladar a Córdoba”.
Toscano volvió al callejón de la plaza mientras la gente pedía noticias desde los tendidos. Yiyo cortó las orejas de Avispado después de una larga faena y la lidia de los dos últimos toros, pese al triunfo de los toreros, se resolvió en medio de un clima extraño. Nadie se atrevió a sacarlos a hombros. En la enfermería se había luchado contrarreloj para ligar las arterias seccionadas. Todo el paquete vascular está destrozado y los médicos, después de hacer todo lo que estaba en su mano, tomaron la única decisión posible: “Paco tenemos que llevarte a Córdoba”. La ambulancia estaba dispuesta y se emprendió viaje rumbo al Hospital Reina Sofía en medio de un clima angustioso.
La corrida ya había terminado y Toscano volvió a la enfermería. Allí se encontró a Eliseo Morán, el médico, apoyado en el quicio de la puerta con la mirada ausente. Allí mismo, en el teléfono de aquel cuarto de curas, se improvisó la primera crónica para Radio Cadena Española. La noticia de la gravísima cornada empezaba a dar la vuelta a España...
A las puertas de Córdoba
Aquella ambulancia sin apenas dotación médica voló por aquellas carreteras angostas camino de Córdoba. Según recogía el testimonio de Pepe Toscano, “en aquella ambulancia iban el chófer, Francisco Rossi; Ramón Alvarado, Paquirri y el anestesista Paco Funes. Detrás venían otros médicos y Juan Carlos Beca Belmonte”, ex cuñado del torero y representante suyo aquella temporada. Habían convenido en que si la ambulancia paraba es que Paquirri había fallecido. Efectivamente, “la ambulancia paró en la Carrera del Caballo”.
Pero a Paquirri aún le quedaba un hálito de vida, según supo Toscano por Paco Funes, el anestesista: “hubo un momento en el que el cuerpo reaccionó, tomó aire, y Funes ordenó al chófer que continuara. ¡Paco, cierra la puerta y tira para adelante!" Ramón Alvarado, tío de Paquirri y su eterno mozo de espadas, había descendido a buscar al médico que venía detrás: "¡se muere!” Pero no había tiempo para llegar a Reina Sofía y la ambulancia paró en el antiguo Hospital Militar, a la entrada de Córdoba. Todo se había consumado.
“Nos marchamos al hotel –evocaba Torres- pensando que la cornada era fuerte pero no podíamos imaginar que pudiera ser mortal. Emprendimos el viaje a Córdoba y a mitad de camino nos encontramos con el coche de Isabel Pantoja que subía para Pozoblanco. Nos pitó, paramos y la vimos muy afectada. Como es natural tratamos de tranquilizarla. Le dijimos que era una cornada sin importancia. Fuimos al hospital Reina Sofía y desde allí nos dirigieron al Militar. Cuando llegamos allí, la mujer de Ramón Vila nos hizo ver lo que pasaba y una monjita se llevó a Isabel Pantoja a la capilla para prepararla de lo que se le venía encima”.
Toscano y Salmoral también habían emprendido el viaje de vuelta. Sabían que llevaban una bomba informativa entre las manos y lamentaban la mala suerte del torero. A la altura de Cerro Muriano advirtieron las señales de un coche y detuvieron la marcha. No podían dar crédito a lo que les estaban contando. Mientras, las gentes de Córdoba, como una masa silenciosa, se había ido congregando a las puertas del viejo Hospital Militar, cerrado a cal y canto y protegido por la Policía Militar. La tragedia era ya una certeza irremediable y Manuel Benítez El Cordobés se abrió paso entre el gentío.
Lejos de allí, en las curvas de Villanueva, El Yiyo viajaba en compañía de su padre y de Tomás Redondo, su apoderado, que se había empapado la guayabera con la sangre de Paquirri. Con el amargor de la cornada sufrida por el maestro, desandabn el camino de Madrid escuchando con desgana un espacio musical que se truncó de repente: “Interrumpimos la programación para comunicar a nuestros oyentes la muerte de Francisco Rivera ‘Paquirri’, cogido esta tarde por un toro en Pozoblanco”.
También te puede interesar
Lo último