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En Sevilla, el primer tropiezo y el definitivo adiós

El 1 de mayo de 1966, en el vestuario visitante del estadio de Heliópolis, a dos meses de cumplir los cuarenta años de edad, Alfredo di Stéfano sabía, mientras se despojaba de las botas, que en aquella calurosa tarde sevillana había jugado el último partido de su vida. Había sido la vuelta de octavos de final de la Copa del Generalísimo y su Español había caído por un concluyente 4-0 ante el Betis de Quino y de Rogelio. Se retiraba en el mismo sitio donde había sufrido su primera derrota española, en Sevilla, pero en la otra orilla futbolística.

Y es que la intensa y extensa vida profesional de Alfredo di Stéfano había tenido en Sevilla varias connotaciones de indudable calado desde que debutase en 1952 en el viejo Nervión vistiendo la camiseta de aquella especie de Ballet Azul que era el Millonarios de Bogotá. Maravilló a la grada nervionense con un gol de golpe franco eludiendo la barrera con un efecto insólito por entonces con el que sorprendió al gran José María Busto. Únicamente Kubala había hecho algún anticipo de dicha especialidad, pero Alfredo dejó boquiabierto al personal en aquella tarde templada de 1952.

Un año después volvía a Nervión bajo pabellón madridista. Era 18 de octubre de 1953 y se jugaba la sexta jornada de Liga, Di Stéfano había debutado en la tercera ante el Racing de Santander y contaba por victorias sus tres partidos de blanco -4-2 al Racing, 0-4 en Oviedo y 2-1 al Coruña- cuando le tocó comparecer en Nervión para enfrentarse a un Sevilla al que ya entrenaba Helenio Herrera. Adelantó pronto Loren al Sevilla, empató el propio Di Stéfano y desnivelaría Juanito Arza. Formó aquella tarde el Madrid con Pazos; Navarro, Oliva, Lesmes; Muñoz, Zárraga; Joseíto, Olsen, Di Stéfano, Molowny y Atienza. Por el Sevilla jugaron Busto; Guillamón, Campanal, Varela; Ramoní, Riquelme; Mangui, Arza, Loren, Domenech y Liz. Ese partido lo arbitró el popular colegiado navarro Daniel Zariquiegui.

Jugó infinidad de veces en ambos campos sevillanos y pasó el trago de enfrentarse en el Sánchez-Pizjuán a su Argentina del alma vistiendo la camiseta roja de España. Ocurriría el 11 de junio de 1961 y no sólo se enfrentó a su país natural sino que le hizo un gol al guardameta Roma, el segundo de un marcador que había abierto Del Sol, ya compañero suyo en el Real Madrid. Formó aquel día España con Vicente; Rivilla, Santamaría, Calleja; Ruiz Sosa, Vidal; Mateos, Del Sol, Di Stéfano, Peiró y Gento.

Su último día fue en Sevilla, pero en la otra punta de la ciudad, en Heliópolis, y ya no estaba en el Real Madrid, sino en el Español; y ya no lucía la camiseta número nueve, sino que había retrasado posiciones para vestir aquella tarde el dorsal número seis. Además le habían encomendado una prosaica labor nada acorde con su prestigio, la de vigilar a la estrella del equipo rival, el trianero Quino. El partido resulto una catástrofe para él y su equipo, que caería eliminado de la Copa con un 4-0 que sería la gota de agua que colmaría el vaso para que Alfredo, en Sevilla, dijese el definitivo adiós.

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