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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Walter Riso. Psicólogo

"Las parejas siempre son una lucha por el poder"

  • Este psicólogo italiano criado en Argentina se salva del estereotipo del plasta tan fácilmente adjudicable. Acaba de publicar Enamorados o Esclavizados, donde revienta los mitos del amor

 –Supongo que no hay manera de calcular cuánta gente vive el amor de manera equivocada.  

–Consideremos que quienes se separan han vivido un amor nocivo. Por primera vez hay más separados que casados en EEUU y el porcentaje es del 50% en todo el mundo. De la otra mitad, se estima que un 20% vive atrapado. Hay un 30% de las parejas que logran más o menos amarse sin obsesión, sin perder la propia identidad, sin miedo a la pérdida. Cuando usted haga el amor, hágalo con la carta universal de los Derechos Humanos bajo la almohada. Muchos separados, gente que ha sufrido matrimonios asfixiantes, cuando se separan ya saben lo que no repetirían. Es la sabiduría del no. Casi todos coinciden en que lo que quisieran es ser un poquito más libres.

–Como psicólogo, usted destaca lo que le cuesta al paciente cambiar de opinión pese a su patología.

–Hay una resistencia al cambio. Cuando alguien toca fondo es cuando reacciona. A veces después de 50 años. Tres situaciones marcan los límites del amor: cuando alguien ya no te quiere; cuando tus talentos naturales no los puedes desarrollar; y cuando violan tus valores y te humillas. Todas esas canciones, la TV, Hollywood... apuntan siempre a un amor sufriente donde uno tiene que arrastrarse. Un bolero es un canto al sufrimiento. Es bonito escucharlo con un whisky, el problema es tomárselo en serio. Hay toda una filosofía que nos vende que el amor es la causa esencial de nuestra existencia, pero hay valores más importantes como la justicia y la libertad. Si yo te necesito para ser feliz, entonces no puedo vivir sin ti, entonces lo eres todo para mí y paso a ser un esclavo. Cuando alguien es imprescindible para ti ya tienes un amo.

–La soledad es una fórmula igualmente válida.

–La soledad elegida es extraordinaria porque permite mejorar la observación, estar con tu yo, pensar y ser libre. La soledad, cuando no te gusta, se llama desolación, y ya es aislamiento. Si eres dependiente, tienes un problema, igual que si te vas al otro extremo: ser un ermitaño afectivo es una enfermedad. La soltería no es que San Antonio se haya puesto de cabeza, implica una elección.

–¿Soledad y paternidad son compatibles?

–Uno puede ser padre y no vivir con el hijo. ¿Significa eso que los hijos de los separados han de estar siempre traumatizados? Yo veo más traumas en los sobreprotegidos. Es mejor una buena separación que un mal matrimonio. Lo que marca ser buen padre es la calidad de la relación, no la frecuencia. Lo ideal sería verlos crecer, pero puedes estar cerca sin vivir en la misma casa. Hoy hay parejas de cama adentro, de fin de semana, de cuarto de tiempo, hoy hay de todo. Lo importante es que esa independencia no sea resultado de un trauma o una evitación. La soledad sin odiar a la gente. Uno puede asimismo manejar la soledad estando con otra persona: son dos que manejan una individualidad responsable. No hay que emparejarse, hay que estar sindicalizados en el amor.

–Una buena idea: contratos de amor renovables.

–Ensayemos un año. ¿Has violado algún derecho mío básico, te he estrangulado? No. Segunda etapa: dupliquemos el esfuerzo o la dicha. Y después de esos dos contratos ya hablamos de tener hijos. O no.

–¿Cambia mucho el ecosistema de la pareja con la llegada de los chavales?

–Si la pareja es buena, los niños la hacen crecer y potenciarse, tienen un tercer amor para compartir. Si es mala, terminan de destruirla. Criar un niño es muy difícil; se cagan, está la escuela, el pediatra, la plata. Si lo hago con alguien incompatible, el niño puede convertirse en un motivo de explosión o distracción.

–Las generaciones más clásicas ven en el amor moderno una oda al egoísmo.

–El egoísmo es que el otro no te importe. La independencia es: te quiero y me quiero, te cuido y me cuido. Yo estoy también ahí. No voy a ser un satélite. Si estar contigo implica perder mi autoestima, este amor no me sirve. Siempre hay dos amores en juego. Las parejas siempre son una lucha por el poder, y el poder lo tiene no el más fuerte ni el más inteligente: lo tiene el que necesita menos al otro. El individualismo responsable comparte tanto y tan bien que se incluye a sí mismo en esa dinámica.

–¿Detecta demasiado apego a las palabras?

–Las palabras enriquecen. La gente necesita saber. Yo cambiaría el te amo por el te estoy amando. Te amo es que ya llegué al amor. Pero el gerundio es construir y reinventar todos los días. Y yo me moriré y te miraré desde la cama del hospital y te diré que todavía te sigo amando. No hay que irse al extremo de no expresar afecto. Sin ese feedback, la relación de pareja no funciona. Rascarle la espalda, darle piquitos, hacerle un regalo. Lo que se opone al amor no es el odio, que atrae igual pero destruyendo; es la indiferencia.

–Muchas personas se descartan para una relación por edad o acumulación de manías. ¿Se equivocan?

–Uno puede encontrar no la media naranja, que no existe, sino alguien con quien hacer un proyecto de vida a los cien años, porque va a llegar otro que también tiene manías y quizás parecidas a las tuyas. Yo me separé después de 12 años y estuve cinco con una lista de cosas que no quería repetir. Salí con muchas chicas y un día encontré a una mujer que tenía mis manías y otra lista y las comparamos y voilà. Tagore decía que el amor es como las mariposas: si las persigues desesperadamente se alejan, si estás quieto se posan en ti. 

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