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Juan Sebastián Bollaín

"La ingenuidad en Sevilla siempre se ha contestado con un latigazo"

  • El cineasta, autor de los míticos cortometrajes 'underground' sobre la Sevilla del 70, donde retrataba una urbe decrépita pero con ansias de libertad, cree que la participación ciudadana es lo único que cambiará la ciudad

INTERIOR tarde. La cita es en un hotel de Triana. En uno de esos vestíbulos desiertos en los que el bar, para colmo, nunca abre antes de las ocho de la tarde. Maldito horario europeo.

-¿Alguien que en Sevilla decide decir lo que piensa es impertinente, inconsciente o alguien sincero?

-Es un todoterreno. Alguien que no le importa que le den hostias. Lo mejor que he leído este año es una cita del Eclesiastés: "No es el simulacro el que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay una única verdad. El simulacro siempre es verdadero". Cada cual tiene sus propias verdades. El problema en Sevilla es que no se permiten ciertos simulacros porque la verdad quiere ocultar que no hay una sola verdad. Estoy escribiendo una película sobre Sevilla, que es lo que hago siempre, y me planteo que la ciudad es una suma de verdades. Igual cuando la haga me dicen de todo. Ya me ha pasado. Adoro la Semana Santa porque me emociona. Pero al mismo tiempo creo que quien decide cuestionarla  tiene derecho. Me dicen que soy un provocador por esto, pero yo no busco remover las malas pasiones de la gente, sino tan sólo incitarles a decir cosas.

-¿Qué coste ha tenido para usted decir 'su' verdad? Sevilla es una ciudad de silencios polisémicos.

-Soy un ingenuo. A mí siempre me ha parecido mejor no tener el colmillo retorcido. Pero la ingenuidad en Sevilla siempre se ha contestado con un latigazo. Cuando hablamos de los defectos y las virtudes de Sevilla en realidad son los del mundo entero. Lo de los silencios tampoco es una característica exclusiva de Sevilla. Hay otros sitios donde existen, aunque se disimulan. Aquí lo que pasa es que son exagerados.

-¿El miedo a oír otras verdades no esconde cierta debilidad?

-Sevilla tiene un complejo tremendo. No sé si son celos de Venecia o de Florencia. El tópico es verdad:  ignora lo que hay fuera. No quiere mirar. Probablemente si lo hiciera le daría un telele. Es un miedo que, como todos los temores psicológicos, es tan absurdo como infundado. Sevilla es maravillosa y podría mirarse, criticarse. Renacería más esplendorosa de lo que es. En 1992, como era protagonista de la Expo, parecía empezar a ser de otra forma. Pero no. El profundo espíritu anticrítico permanece. Hay gente que sigue pensando que le van a robar lo más esencial y se refugia en sus mitos de manera obsesiva.

-¿Sevilla no cambia?

-Sevilla ha cambiado en lo aparente, pero en lo profundo... Aunque a mí generalizar me pone bastante nervioso. Hay muchos matices.

-Usted nació en Madrid.

-Sí, pero llegué a Sevilla con ocho años. Hasta entonces vivía en Los Navalmorales, un pueblo agrícola de Toledo donde no existía ni el coche, ni la televisión, ni el agua corriente, ni nada. En plena posguerra. Cuando llegué aquí no había ni semáforos. Mi padre, que era notario, tenía uno de los pocos coches que había. Lo destinaron aquí porque venía tras Juan Belmonte, que era amigo suyo. Entonces me llamaron la atención algunas cosas de Sevilla: cuando ibas en coche, la gente no se apartaba. Era maravilloso: Sevilla estaba por encima de ese coche que ha terminado arrasando el mundo entero. La gente te miraba con respeto y se hacía respetar. Todo eso poco a poco se ha diluido. Se ha ido. Hay cosas que están bien que se vayan; otras no tanto. La destrucción de una serie de valores sevillanos apelando a la modernidad no me parece bien. El espíritu envidioso sí es algo prescindible, pero no se ha erradicado.

-¿Usted es pesimista?

-Yo soy optimista en lo personal y pesimista en lo colectivo. Ahora estamos en un periodo de estancamiento. Lo digo en minúscula: el mundo está manejado por fuerzas económicas y el ciudadano no se entera de nada. El sevillano ya no sabe qué es Sevilla. Antes disfrutaba de una uniperspectiva casi renacentista. Miraba y decía: "Sevilla es esto". Ahora no sabe qué es. El reto para el cine, que permite la multiperspectiva, consiste en mostrarlo. Contar toda la ciudad que está hecha sobre la ignorancia de los propios sevillanos. Sevilla se ha vuelto incontrolada. Hay que conseguir que los ciudadanos se enteren de cómo es su ciudad. En las favelas, por ejemplo, esto no ocurre. Son una mierda, es cierto, pero son los ciudadanos, que se pasan la ley por el forro, quienes las han hecho así. ¿Por qué aquí no ocurre lo mismo antes de llegar a la situación extrema de una favela? Todavía no se ha inventado la participación.

-¿No se ha inventado o quizás es que no se permite?

-Son los ciudadanos los que tienen que inventarla. La gente no sabe cómo participar, se cansa y se desanima. Por eso los poderes económicos siempre mandan. Pasa en el mundo entero. También en Sevilla. Cualquier cambio es lentísimo. Los mecanismos políticos lo tienen todo previsto para que continuemos siendo simples sujetos pasivos al mismo tiempo que se nos presentan como demócratas. Tendrían que dejarse de tanta publicidad y educar a la gente. Menos consumo y más espiritualidad. Espiritualidad, no religión. Religión, vade retro. Mientras esto no pase, no queda otra que intentar pasarlo bien.

-¿Se atreve a definir ese concepto tan recurrente de la 'sevillanía'?

-Uff. Me provoca escalofríos. Hay muchas cosas del sevillano que me encantan. Leo el ensayo La Ciudad, de Manuel Chaves Nogales, y me gusta mucho lo que dice: habla de la espiritualidad del sevillano. Él la llama "aberración", pero es espiritualismo. Es algo muy potente.

-¿La 'sevillanía' le parece tóxica?

-No la sé definir. Italo Calvino tiene una frase magnífica en Las Ciudades Invisibles: "Me impresiona ver cómo se suceden las distintas ciudades [Sevillas] sin conocerse". Existe una Sevilla de postal y otra real. Son ciudades diferentes que, casualmente, se llaman igual. Por ejemplo: pasas por el Callejón de la Inquisición, en Triana, y piensas: ¿Cómo sería la Sevilla de entonces? Ni ellos nos conocieron a nosotros ni nosotros a ellos. En Sevilla se superponen muchas cosas.

-Las películas que hizo en los años setenta sobre Sevilla para algunos se han convertido en míticas.

-Tienen mucho de aquella época. Son underground y fruto de mi gusto por el surrealismo, por Buñuel.

-¿Cómo nacieron?

-Bueno, soy muy inconsciente con lo que hago. Me apasionaba el cine  e hice esas películas inventando todos los trucos. No existía el vídeo. Parecía Buster Keaton. Ése es el origen. Después pedí una beca para rodarlas y me inventé que eran parte de un proyecto sobre arquitectura. Acudí a la Fundación March y les conté un discurso teórico que fuera creíble. Me acuerdo cuando le puse al tribunal, unos señores muy serios, esa escena en la que se habla de la Semana de la Pornografía sevillana [proyectaba sobre el cielo de la ciudad escenas de sexo explícito]. El tribunal se quedó pasmado. En realidad, yo nunca tuve una teoría sobre Sevilla.

-¿Le dieron la beca?

-Sí. No me discutieron nada. No tenían argumentos para decir que aquello estuviera mal. Tuve que escribir un rollo teórico que me costó mucho más trabajo que la película. Escribí un argumento con los trozos sueltos que tenía. Salió a base de montaje. Me muevo por intuición, por pasión. Sólo le doy forma a las cosas para que cuelen. Así que no puedo dar una idea de la ciudad.  Mi proceso creativo entonces y ahora es un desmadre absoluto.

-Los temas que aparecen en esas películas todavía son actuales.

-Las películas son parte de un proceso inconsciente. Las hice sin demasiada fe, sin preocuparme, con desparpajo. Me sorprende ver cómo entonces salieron temas como la preocupación por el medioambiente o la especulación. A veces me digo: "Coño, qué moderno era yo". Quizás mi sensibilidad de entonces tenía cierta conexión con la de ahora. Todavía me sorprende.

-Aquella Sevilla era muy cutre...

-Mucho. El medio era cutre.

-...Pero me da la sensación de que entonces la gente se sentía mucho más libre que ahora.

-No me lo había planteado. En aquella época utilizaba mecanismos de producción que me dieron libertad. No sé si era un privilegiado o una víctima. Recurrí al Colegio de Arquitectos para que me ayudara y trabajar con ellos fue una delicia. Últimamente ha sido un infierno. Algo debe haber cambiado. La situación ahora es más patética, más siniestra. Hemos pasado de una sociedad neurótica a otra psicótica. Entonces se buscaba despertar la conciencia porque era lo único que sanaba. Ahora estamos inmersos en un silencio que es como el que sufre un enfermo mental. El pensamiento políticamente correcto es una plasta. Hasta internet, que podría ser un mecanismo de participación, está siendo fagocitado por el poder. Terminarán controlándolo. Igual que controlaron en su momento la televisión.

-¿Usted se siente menos libre?

-La vida siempre da la sensación de atraparte más de la cuenta. Tú intentas quitarte las mordazas, vives momentos de esplendor... Es así.

-¿Ve a los jóvenes distintos?

-Si hubiera tenido los medios que muchos jóvenes tienen ahora estaría como loco. Saldría a la calle y no pararía de hacer cosas. No veo locura ni pasión. Pero no quiero ser categórico en esto. Lo único que sé es que a mí lo que más me sana es la locura de hacer una película. 

-Su barrio es Nervión.

-En vivido en María Coronel, San Pablo, la Alameda, Siete Revueltas, en la Plaza del Pan. En Nervión está mi casa familiar. Ahora vivo allí.

-¿Cree usted en el famoso mito de la gran calidad de vida del Sur?

-En el 80% de Sevilla la calidad de vida es una mierda. En el 20% restante se vive de maravilla. Nervión está quizás en un punto medio.

-¿Qué opina de quienes quieren perpetuar en el tiempo cierto perfil clásico, tradicional, de Sevilla?

-Los que quieren congelar Sevilla están desesperados. Es un imposible. Lo que se congela, se muere. Existen muchas Sevillas que se suceden; la Sevilla Eterna no ve que el 80% de la ciudad no tiene nada que ver con su visión. A mí la Sevilla que me enamoraría sería la que pudiéramos hacer todos atendiendo no sólo a nuestros recuerdos infantiles, sino a nuestras expectativas. Sería una ciudad maravillosa, distinta, renovada. Una ciudad que mantendría muchos valores eternos pero sin llegar a congelarlos.

-¿Qué le parecen los cambios urbanísticos de los últimos años?

-La teoría de la monumentalización de las ciudades de Aldo Rossi    era partidaria de descontextualizar la ciudad de su historia. Es una alternativa de crecimiento que destruye el tejido urbano. Si a una ciudad le quitas su contexto, los monumentos los conviertes en símbolos pero acabas con el tejido popular. Eso también es destrucción. En relación a cosas como la Encarnación, no soy enemigo. Cuando veo la obra me pregunto por qué han hecho ciertas cosas, pero no me parece una aberración.

-¿La obsesión sevillana por la niñez no es algo adolescente?

Es un problema psicológico. Explica, por ejemplo, la Semana Santa: un ritual que no varía, inalterable. El sevillano siempre se engancha a cosas que no varían: la cerveza y la cofradía. Si esto no estuviera reñido con lo que sí debe de cambiar, estaría bien. Nunca atacaría a la Semana Santa, pero sí critico que se desperdicie toda la energía vital únicamente en esto. Es una tara. Hay quienes se sienten atacados por el simple hecho de que se diga que existen otras muchas cosas.

-Dos de sus películas cuentan la transformación de la Alameda de barrio popular a espacio de élite.

-En 1978 ya se quería echar a las clases populares. Es lo que ha ocurrido. Lo que se ha hecho a nivel urbanístico es opinable. Pero decir que ha sido participativo...

-Tiene alergia a teorizar, ¿verdad?

-Me he casado y separado varias veces. He tenido hijos de distintas personas. He alternado el cine con la arquitectura. He tenido varias situaciones de verdadera ruina física. Yo qué sé. Vivo para ver cuál es el siguiente paso.

-¿Cómo descubrió el cine?

-En el pueblo un día nos pusieron una proyección amarillenta: era un viaje a París. Con 13 años mi padre me regaló una cámara y yo solito inventé el traveling, las panorámicas, todo. Después empecé a estudiar arquitectura y fui un día al cine club: La Pasión según San Mateo, de Pasolini.  Descubrí que todos sus recursos eran los que yo creía haber inventado. Mis amigos me dijeron. "No tienes ni idea de cine".

-Pero estudió arquitectura.

-Sí, por aquella lógica aplastante de las familias: "Como el niño dibuja bien, que estudie arquitectura".

-¿Es difícil hacer cine en Sevilla?

-Sí, pero lo veo natural. No puede ser de otra manera. Yo he batallado por hacerlo. Madrid no es mejor. Decidí quedarme en Sevilla porque me gusta más la vida y desde aquí creía que podía manejar mejor los elementos. Pero no me cuestiono esta decisión todos los días.

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