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Verdi, Wagner y viceversa

  • Pese a la mala situación de la industria, el mercado del DVD ofrece muchas opciones para profundizar en el legado de los dos grandes operistas del siglo XIX que están de centenario.

Verdi y Wagner: sus mejores grabaciones en DVD y CD. Fernando Fraga y Enrique Pérez Adrián. Alianza. Madrid, 2013. 457 págs. 22 euros.

Los cambios en los hábitos de consumo musical han arrasado en España con tiendas de discos y distribuidoras, que han ido cayendo en los últimos años de forma escalonada pero irreparable. El derrumbe se ha llevado también por delante a varias revistas musicales, amenazando incluso a las más veteranas y aparentemente sólidas del sector. Algunas líneas editoriales, que llegaron a contar con notable difusión no hace demasiado tiempo, se han visto también afectadas y han ido desapareciendo o viendo muy menguada su producción. Es el caso de las guías de orientación discográfica. Finiquitada hace años la interesante colección que la Editorial Península publicó junto a la revista Scherzo y que llegó a los dieciséis volúmenes, aún aparecen de vez en cuando en el mercado libros que buscan servir de orientación al aficionado ávido de contrastar sus experiencias y saberes con los de los expertos.

En el año del centenario de los dos grandes titanes de la ópera del XIX, dos conocidos críticos musicales madrileños, Fernando Fraga y Enrique Pérez Adrián, han publicado en Alianza Verdi y Wagner: sus mejores grabaciones en DVD y CD, que cuenta además con un breve pero orientativo prólogo de Blas Matamoro. El volumen puede considerarse como una ampliación puesta al día de la guía dedicada a Verdi que el propio Fraga hizo en 2000 para esa colección de Península a la que antes me refería, aunque tiene también puntos de contacto con otra obra de los mismos autores igualmente publicada por Alianza, Los mejores discos de ópera (2001), a la que se remite en muchos casos. El trabajo de Pérez Adrián se centra en Wagner y es mucho más escueto que el de su colega, siendo ese desequilibrio una de las notas más llamativas del libro: Verdi ocupa 370 páginas y Wagner, 61. Cierto que de Verdi se analizan 33 títulos (incluidas versiones diferentes de algunas obras) y de Wagner solo 8 (Pérez Adrián obvia, más allá de la cita en su breve proemio, las dos primeras óperas del alemán, Las hadas y La prohibición de amar), aunque eso no parece una razón muy consistente, no en vano la guía que en la colección de Península Ángel Fernando Mayo dedicó en su día al autor de Parsifal casi doblaba en extensión a la verdiana escrita por Fraga.

Sea como sea, este libro representa bien la trayectoria de dos reputados especialistas en el comentario y el análisis discográfico, y el interesado encontrará en él referencias bien contrastadas de lo esencial de la producción de ambos compositores en el medio fonográfico. Mi pretensión, más modesta, es trazar en cinco puntos una línea en la que pueda atisbarse la profundidad de las ideas dramatúrgicas de Verdi y Wagner, y para ello nada mejor que las producciones audiovisuales:

1. Verdi en galeras. De la primera época del compositor italiano, cuando trabajó tanto para sobrevivir en los medios líricos de su país que acabaría llamando a esa época sus "años de galera", me quedo con el tradicionalísimo Ernani que se vio por primera vez en el MET en 1983, con puesta en escena de Pier Luigi Samaritani, batuta de James Levine y la voz de espectacular belleza lírica de un Pavarotti aún en sazón. Lo preservó para la historia el sello Decca.

2. Wagner romántico. Pasando por encima de los dos títulos juveniles ya citados con anterioridad y menospreciados en su día por Nietzsche, y también de Rienzi, trabajo con pretensiones de grand opéra, últimamente rehabilitado, para los tres títulos románticos del teutón propongo tres opciones: la impresionante filmación de El holandés errante en el castillo medieval de Olavinlinna que, con dirección escénica de Ilkka Bäckmann, grabó Warner en 1989; el Tannhäuser de pretensiones comunistoides que Götz Friedrich hizo para Bayreuth, donde Deutsche Grammophon lo registró en 1978 con la batuta de Colin Davis; el Lohengrin de unos espléndidos Claudio Abbado y Plácido Domingo en Viena en 1990, que publica Arthaus.

3. Trilogía y tetralogía. La gran trilogía romántica de Verdi la abriré con el famoso y clasiquísimo Rigoletto que cantó Leo Nucci en Verona en 2002 (TDK), la seguiré con Il trovatore reciente de David McVicar para el Met (DG, 2011) y, aunque no le gusta a Fraga, la cerraré con la fascinante Traviata que Willy Decker preparó para el Festival de Salzburgo de 2005 con unos apasionados Netrebko y Villazón como entregados protagonistas. Para la tetralogía de Wagner, el magnífico trabajo de La fura que se está viendo en los últimos años en Sevilla merece el reconocimiento (está en el sello CMajor/Unitel), pero el buen aficionado no puede dejar de conocer el trabajo que Patrice Chéreau y Pierre Boulez hicieron a finales de los 70 para Bayreuth (DG). Aunque vocalmente pareció en su día poca cosa, aquel Anillo del centenario es visual y orquestalmente un festín.

4. De Vísperas a Shakespeare. A medida que se van espaciando los trabajos verdianos, el maestro incrementa el dramatismo, la hondura psicológica de sus personajes y la maestría de sus partituras. Podría partirse de las Vísperas sicilianas que el gran Luca Ronconi ideó para Bolonia en 1986 (NVC Arts), pasar por el Ballo in maschera del Met del 91 que se vio en la Expo sevillana del 92 (DG), el polémico Macbeth de Tcherniakov para París (Bel Air, 2009) y llegar, vía la ostentosa espectacularidad de la Aida de Zeffirelli y Chailly para la Scala (Decca, 2006) a las dos grandes obras shakespearianas que culminan la carrera del compositor: Otello, con Levine, Domingo y Fleming en el Met (DG, 1995) y Falstaff, otra vez con el maestro Ronconi, que acerca la trama al siglo XX, y la batuta límpida de Zubin Mehta para el Maggio Musicale Fiorentino (Arthaus, 2006).

5. Tristán y Parsifal. Jean-Pierre Ponnelle vio en Tristán e Isolda una especie de cuento de hadas y Daniel Barenboim dio su gran salto wagneriano adelante con una exquisita producción bayreuthiana grabada en 1983 por DG. Pasaré por encima de la comedia de Los maestros cantores de Núremberg para llegar al festival escénico sacro de Parsifal, esa obra que confirmó la ruptura entre Wagner y Nietzsche, quien reprochó al músico haber caído en la sima de la moral de esclavos cristiana. Hay una moderna y sugerente producción minimalista de la Ópera de Zúrich (DG, 2007) que dirigió en lo teatral Hans Hollmann y en lo musical un renacido Bernard Haitink que pone un interesante contrapunto de sobriedad a tantas escenas de recargada simbología religiosa.

Entre las producciones aquí citadas las hay clásicas y modernas, realistas y conceptuales, suntuosas y minimalistas, conservadoras y audaces, pretendidamente respetuosas con las intenciones originales de sus autores y provocativas. La riqueza y diversidad de las soluciones adoptadas por los intérpretes son el reflejo de la vigencia actual y de la profundidad de las ideas musicales y dramatúrgicas de dos de las grandes figuras de la cultura occidental: Giuseppe Verdi y Richard Wagner. O viceversa.

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