FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

XX aniversario del Teatro de la Maestranza y la ROSS

Esplendores sinfónicos

  • Es difícil exagerar la importancia que tuvo la creación de la ROSS en la ciudad. El 2 de mayo de 1991 la orquesta interpretó el concierto inaugural del teatro

La Orquesta Sinfónica de Sevilla había debutado ya en enero en el Teatro Lope de Vega y desarrollaba su primera temporada en la Sala Apolo. El 2 de mayo de aquel 1991 su destino se cruzó por primera vez con el Teatro de la Maestranza. Fue en el concierto inaugural del coliseo del Paseo Colón, el que habría de ser su espacio natural en el futuro. El Preludio de El tambor de granaderos de Ruperto Chapí se convirtió en la primera obra que sonó en concierto público en la gran sala maestrante, acaso homenaje a su pasado como cuartel de artillería.

Siguieron años de pequeñas tiranteces y desencuentros entre orquesta y teatro, especialmente a cuenta de los calendarios, hasta que en 2005 la elección de una gerente y un director artístico comunes a ambas instituciones pareció encauzar sus relaciones hacia una más plácida coexistencia. En realidad, la orquesta (convertida en Real desde 1995) siguió su trabajo cotidiano en el exilio de la sala Apolo hasta la reciente ampliación del teatro, que vino acompañada de una (insuficiente) sala de ensayos.

Es difícil exagerar la importancia de la creación de un conjunto como la ROSS en la vida cultural de Sevilla. Hasta 1991, la voluntariosa Bética Filarmónica cubría con entusiasmo las necesidades de los melómanos sevillanos en materia sinfónica. Sus modestas prestaciones llenaban el hueco con dignidad, pero sus carencias se hicieron muy evidentes desde los primeros meses de aquel año crucial para la ciudad. Comandada por el vehemente Vjekoslav Sutej, la Sinfónica de Sevilla alcanzó pronto, entre vítores y pasmos, un nivel de calidad equiparable a muchos conjuntos medianos de Europa, a la par que propició un decisivo incremento en la cantidad y la calidad de la oferta formativa para los jóvenes músicos sevillanos.

Luego vino la Expo 92 y por el Maestranza desfilaron algunas de las más importantes orquestas del planeta, de la mano de la mayoría de las grandes batutas del momento, esas que al aficionado sevillano sólo le estaba permitido conocer a través de los discos, las retransmisiones radiofónicas o los viajes. Se vivieron momentos de auténtica euforia, que beneficiaron también a la orquesta hispalense, cuyo número de abonados no cesó de crecer en los años siguientes. Alguna que otra crisis financiera fue solventada sin grandes quebrantos, pero los meses de la Exposición Universal estaban cercanos y desde la dirección del teatro (reabierto de forma regular en 1994) se apostó por mantener una actividad sinfónica paralela a la temporada de abono de la ROSS. Fue un acierto. De la mano de Ibermúsica, y después, aunque algo más modesta en nombres, de ProMúsica, aquello fue como una continuidad del sueño de la Expo. Otra vez los más grandes dejaron rastros del mejor arte directorial del mundo: Celibidache, Sinopoli, Maazel, Inbal, Solti, Chailly, Marriner, Hager, Jansons, Temirkanov, Muti, Frühbeck, Rostropovich, Gergiev, Sawallisch, Dutoit, Tate, Chung, Nagano, Berglund, Pappano, Pletnev, Kitaenko, Leonhardt, Koopman, Pinnock, Brüggen... La llama del sinfonismo parecía haber prendido con fuerza en la ciudad, pero los presupuestos no crecían y en 2003 el Maestranza prescindió del ciclo sinfónico, una de las decisiones más desgraciadas de la historia de la institución. Todavía en las temporadas 2005-06 y siguiente, un efímero Festival navideño de Entreculturas permitió, entre otros, el gozo de escuchar a Claudio Abbado al frente de los jóvenes venezolanos de la Simón Bolívar un Chaikovski incandescente. Hoy día solo quedan las visitas veraniegas de Barenboim y sus estupendos chicos de la West-Eastern Diwan y los irregulares programas de intercambio de la ROSS con otras orquestas españolas (incomprensible que hayan sido tan poco frecuentes con las andaluzas).

El aficionado perdía referencias justo cuando la ROSS iniciaba una nueva etapa de la mano de Pedro Halffter, con plantilla por fin cubierta (¡falta, aún hoy, el concertino, figura vital en una orquesta!) y una apuesta decidida por la renovación del repertorio. Atrás parecían quedar los problemas habidos durante las polémicas titularidades de Klaus Weise y Alain Lombard. Se abría un tiempo nuevo. Pero, llámenlo si quieren casualidad, el último lustro, con una orquesta que ha ido recuperando el brillo y la estabilidad de sus más lucidas galas, ha sido también el de la contracción del público sinfónico en Sevilla. Halffter volvió pronto al redil de una programación mucho más convencional y popular, lo que unido a una inteligente política de precios para los jóvenes, ha generado en las últimas temporadas ocasionales repuntes en la asistencia a los conciertos de abono, pero el fervor de los primeros años se ha ido diluyendo con el tiempo como lágrimas en la lluvia. Si analizamos la situación actual a la luz de los 20 años transcurridos desde aquel Tambor de granaderos, la conclusión no puede ser otra que la de una crisis lenta y dolorosa, cuya dirección futura no resulta fácil intuir: una ROSS en buena forma, pero con el presupuesto menguado y estancada en repertorio y proyección exterior, y un teatro que, aparte lo que le ofrece su inquilina, no parece en disposición de recuperar la estimulante apuesta orquestal de sus primeros 10 años de existencia. Eso o que el esplendor queda aún demasiado cerca.

Pianistas

Desde que el inolvidable Rafael Orozco participara en el concierto inaugural del 2 de mayo de 1991 con el célebre Segundo de Rachmaninov hasta que hace unas semanas el jovencísimo Juan Pérez Floristán debutara con la ROSS, los pianistas han sido los solistas instrumentales que más han contribuido al prestigio del Maestranza, hasta el punto de que resulta más fácil citar las ausencias que las presencias. Obviando algunos casos, como los de Pollini o Argerich (que canceló su actuación en la Expo), prácticamente todos los grandes pianistas de las últimas dos décadas han pasado por el escenario del Paseo Colón, muchos de ellos en recitales solistas, que en los últimos años han conformado el ciclo específico de Grandes Pianistas.

Como la memoria personal es selectiva, uno recuerda la entrada rauda, casi flotando sobre el suelo, de Kissin antes de que la noche se transformara en sus manos, los estallidos sonoros de Sokolov, el derrame de propinas de Barenboim, la cuerda rota de Pogorelich, la elegancia de Pires, los colosales primeros 80 minutos de Schiff, la original profundidad de Aimard, el Chopin de Zimerman, las manos rápidas de Lang Lang, el refinamiento del rudo Lupu, la magia de Perianes… En pocos días Lugansky nos devolverá a aquel 2 de mayo del 91 con un 2º de Rachmaninov que a poco que Halffter esté inspirado puede ser histórico, y para los próximos años, las nuevas generaciones deberían incorporarse con naturalidad al teatro. Apetece escuchar a Tharaud, a Ott, a Lewis, a Wang, a Thibergien, a Abduraimov, a Blechaz, a Jáuregui, a Fellner, a la siempre sugerente Gabriela Montero, o recuperar a Andsnes, que pasó, jovencísimo, por la Expo para no volver. Eso sí, convendría renovar pronto los instrumentos de teatro y orquesta, vencidos ya por el tiempo

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios