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'Aída', una seducción faraónica

  • El Maestranza abre el viernes su temporada lírica con la ópera de Verdi La producción aspira a acercar al máximo al espectador "la versión soñada" por el italiano para su estreno en El Cairo

Con Aída, pero no una cualquiera sino una "con especial encanto", dijo ayer Pedro Halffter, una versión "maravillosa, impactante y espectacular" (aunque esto último siempre se espera si se habla de esta ópera faraónica en más de un sentido que forma parte del repertorio universal, clásica entre las clásicas), una que quiere "acercarse al máximo a la Aída que soñó Verdi" para la inauguración no del Canal de Suez -como sostiene una extendida leyenda - sino del Teatro de Ópera de El Cairo en diciembre de 1871, abrirá este viernes su temporada lírica el Teatro de la Maestranza, que ya cerró la anterior con Rigoletto, otro trabajo insoslayable del compositor italiano de cuyo nacimiento se celebra este año su bicentenario, que de esta manera sigue siendo celebrado por el coliseo del Paseo Colón.

"Yo ya he hecho dos veces este mismo papel", confesaba Dmitry Ulyanov, "y ésta va a ser la tercera, pero antes lo había hecho en versiones modernas, vestido con traje de chaqueta, quizá demasiado modernas, y en cambio en ésta voy vestido de sumo sacerdote egipcio [Ramfis], y en fin, es distinto, claro, yo lo siento como una oportunidad de vivir un sueño". Justo así es como quieren hacer sentir a los espectadores los responsables artísticos de esta coproducción del Gran Teatro del Liceo de Barcelona y el Festival de Santanter, que decidieron utilizar un decorado completamente artesanal, pero artesanal a la antigua manera (fue construido por Josep Mestres Cabanes en los años 50, pero empleando técnicas de tres décadas antes), sin elementos corpóreos, construido tan sólo con telones y papeles pintados y matizado con una iluminación muy contrastada, rica en matices cromáticos y "sofisticadísima", que con trampantojos y falseamientos de perspectivas pretende transmitir al público "la magia del teatro", el poder de esa clase de artificios que consigue, "con sólo un papel arrugado, llevarte al antiguo Egipto más fascinante", decía entusiasmado José Antonio Gutiérrez, el responsable de la dirección de escena.

Para todos los involucrados en ella, uno de los mayores alicientes de esta producción, que podrá verse también el lunes y el jueves de la próxima semana y los días 3, 6 y 9 de noviembre, es precisamente la fidelidad que ha guiado todas las decisiones tanto musicales -en algunos pasajes de la obra se emplearán trompetas egipcias, una variante de esos instrumentos particularmente difícil de dominar, más fina y alargada que las que conocemos, y de aparición casi completamente inédita en este tipo de montajes- como escenográficas. "Ésta será, seguro, una de las últimas ocasiones que tendrá el público de ver una ópera montada con la estética de aquella época, de la época del estreno de Aída", decía Gutiérrez, que confesó además que este montaje es especial para él, pero también para el resto del personal del Liceo (le profesan, dijo, "un afecto casi religioso") por otro motivo más: por encontrarse en aquel momento cedidos a una exposición y por tanto fuera de su almacén, este decorado y este vestuario fueron los únicos que salieron indemnes del devastador incencio que sufrió el teatro de la capital catalana en 1994.

Más allá del aura de romanticismo del planteamiento de la puesta en escena, la música, por descontado, es un reclamo que se defiende por sí mismo. Sometida durante años y años a un severo proceso de revisión tras más de medio siglo siendo la ópera más representada en los teatros de todo el mundo, Aída es, por supuesto, una obra espectacular -sumando los 90 integrantes del Coro del Maestranza, los más de 50 figurantes y los niños y bailarines que aparecen de vez en cuando, hay momentos en los que sobre las tablas habrá hasta 250 personas-, pero también, quiso reivindicar Halffter, director artístico del Maestranza y de la Real Orquesa Sinfónica de Sevilla, a la que dirigirá desde el foso en estas seis funciones, una ópera que trasciende la mera condición exótica a la que durante tanto tiempo se la rebajó, para ofrecer pasajes de "gran intimismo", además de que requiere de todos "el máximo", añadió, desde la orquesta hasta los cantantes pasando por el personal técnico.

Casi 20 años después de la última vez que se representó en Sevilla, Aída regresa ahora con un elenco vocal encabezado por Tamara Wilson (Aída) y Alfred Kim (Radamés), ambos muy familiarizados con el repertorio verdiano y en su debut en el Teatro de la Maestranza, junto al ya citado Ulyanov -por primera vez en mucho tiempo, bromeó, en el papel de un tipo que no es malvado-, María Luisa Corbacho (Amneris) y Mark S. Doss (Amonasro), quien ya visitó el teatro hispalense el pasado mes de febrero para participar en dos óperas breves, Šárka, de Leoš Janácek, y Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni. De ellos dependerá -no en vano ésta es, como se suele decir en el argot, una ópera de cantantes-, así como de las coreografías concebidas por Ramón Oller y supervisadas aquí por Pilar Pérez Calvete -bailes "no sé si decir clásicos, pero sí de gran base académica pero con el estilo tan peculiar de Oller", apuntó ésta-, y por supuesto de esos decorados que hacen que a José Antonio Gutiérrez casi le brillen los ojos, que los espectadores sientan lo mismo que siente Halffter, que insistió en la idea que apuntó Ulyanov: "Aída es un gran sueño, y la música nos hace sentir que estamos dentro de él".

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