Crítica 'Aida'

Lo fingido verdadero, o el elogio del trampantojo

  • El Teatro de la Maestranza abrió su temporada operística de la misma manera que cerró la anterior: rindiendo homenaje a Verdi, cuyo bicentenario continúa celebrando.

Aida. Producción del Gran Teatro del Liceo de Barcelona y del Festival de Santander. Solistas: T. Wilson (Aida), A. Kim (Radamés), M. L. Corbacho (Amneris), M. S. Doss (Amonasro), D. Ulyanov (Ramfis), C. Malinverno (Rey), M. de Diego (Mensajero), I. Águila (Sacerdotisa). Coro de la A. A. Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: Pedro Halffter. Escenografía: J. Mestres Cabanes. Iluminación: A. Faura. Vestuario: F. Squarciapino. Coreografía: R. Oller. Dirección de escena: J. A. Gutiérrez. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Viernes, 25 de octubre. Aforo: Lleno.

Una de las razones que hacen de esta peculiar ópera una de las más populares es sin duda la espectacularidad de sus escenas más conocidas. En el caso de esta producción, la dimensión visual se ve maravillosamente suplementada gracias a las increíbles escenografías diseñadas por Mestres Cabanes. Maestro absoluto de la perspectiva, consigue transformar humildes telones de papel y madera en amplios espacios lleno de fantasía arquitectónica y de impactantes gamas cromáticas. Nada de ello hubiese sido posible sin la complicidad de la iluminación de Faura, que resalta aún más la profundidad de las escenografías. El derroche de fantasía se continuó con el fantasioso y brillante vestuario de Squarciapino, que abundaba en la senda de falso orientalismo de la propuesta escénica, y con la muy vistosa coreografía de Oller.

Pedro Halffter necesitó llegar al acto tercero para encontrar un fraseo y una tensión orquestal netamente verdianas. En los dos primeros actos pareció más interesado en lucirse en las escenas triunfales a todo volumen, obviando la cantabilidad precisa en las intervenciones de los solistas. La orquesta sonó con brillo y con enorme calidad en todas las secciones, especialmente en los solistas de los vientos. Las mejores voces fueron sin duda las de Tamara Wilson y Dimitry Ulyanov. La soprano americana posee una voz de lírica ancha, con sólido centro, bien apoyados graves y agudo brillante y bien expandido; reguló con sentido expresivo y dejó algunos pianissimi para el recuerdo. El ruso, por su parte, es un portento de contundencia y profundidad, de auténtico bajo profundo de los de antes.

Algo por debajo estuvo el Amonasro del barítono Mark S. Doss: la voz es buena y poderosa, pero su tendencia a exagerar los ataques juega en contra de la línea de canto. Alfred Kim se instaló toda la noche en el forte y de allí no hubo quien lo sacase, ni siquiera en los momentos más íntimos, donde sus intentos de apianar fueron penosos. Imposible también la Amneris de María Luisa Corbacho, con continuos cambios de color entre los agudos atiplados y los graves engolados. E insoportable la voz áfona y tremolante de Malinverno: en el coro hay mejores voces que la suya para haber hecho ese papel. Magnífico, por último el coro, especialmente las voces masculinas graves.

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