Crítica danza

Los cisnes de la helada Ucrania

El lago de los cisnes. Ballet Nacional de Kiev y Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Música: P. I. Tchaikovsky. Coreografía: Marius Petipa / Lev Ivanov. Puesta en escena: Valery Kovtun. Escenografía y vestuario: Yevgeni Lysyk. Iluminación: Oleksandr Lasebnikov. Director musical: Mykola Diadura. Intérpretes principales: Tatiana Goliakova (Odette-Odile), Sergei Sidorsky (Príncipe Sigfrido), Maxim Motkov (Von Rothbart), Irina Borisova, Olesai Makerenko, Yulia Trandasir, Anastasia Septifraz, etcétera. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 8 de enero. Aforo: Lleno, con las localidades agotadas.

En estos tiempos parece un milagro ver una gran compañía de danza en un escenario, con una orquesta sinfónica en el foso y un teatro como el Maestranza lleno a rebosar.

El público se manifiesta ávido de danza clásica y un título como el de Tchaikovsky es siempre un acicate, aunque en el teatro son muchos los elementos necesarios para que se produzca la magia y anoche, desafortunadamente, ésta no llegó a producirse.

Al parecer, un problema de mal tiempo y su repercusión en el tráfico aéreo hizo que el Ballet de la fría Ucrania llegara de madrugada, cansado y sin muchas posibilidades de ensayar con la orquesta, probar luces y dar lo mejor de sí. Tal vez esto fuera determinante pues lo que vimos no fue más una versión discreta y poco memorable del Lago de los cisnes.

La versión elegida es la que coreografiaron Petipa e Ivanov para su presentación en San Petersburgo en 1895 aunque condensándola en tres actos y eligiendo un final feliz en lugar de trágico para los amores en principio imposibles del Príncipe Sigfrido y Odette, la muchacha convertida en cisne por el brujo Rothbart.

El primer acto enlaza, pues, la escena de corte con el famosísimo acto blanco en que numerosas doncellas-cisnes con sus geometrías casi cabalísticas asisten al encuentro de Odette con el joven Príncipe, que se ha acercado al lago con intención de cazar.

Dicen los actores-bailarines japoneses de Kabuki que lo más difícil es llenar de energía y de movimiento un cuerpo en la inmovilidad; y en verdad fue eso lo que falló anoche, sobre todo en el llamado acto blanco, o escena blanca del Ballet Kiev. Más que la mayor o menor conjunción, que la mayor o menor técnica de un cuerpo de baile realmente muy joven y disciplinado, procedente en su mayor parte de la Escuela Coreográfica de Kiev, fueron las actitudes, las poses de los cisnes -brazos sin vida, rostros sin expresión...- en el adagio de los protagonistas lo que confirió un carácter desvaído a la escena, como falto de alma. Si a ello unimos la falta de imaginación de su puesta en escena y lo poco que ayudó la iluminación, la magia de la noche al claro de luna quedó realmente mermada.

Los bailarines principales demostraron su gran valía en todo momento aunque la frialdad entre el Príncipe y Odette hizo que el mejor acto fuera el segundo, cuando, de nuevo en la corte, Sigfrido cae rendido ante Odile, la hija del brujo Rothbart convertida en cisne negro para romper la promesa de amor del joven.

Muy aplaudidas fueron también las danzas de carácter, incluida la española, que animaron la velada y pusieron ese toque exótico tan del gusto de Petipa.

La orquesta, por su parte, con el ucraniano Diadiura al frente, jugó siempre a favor de los bailarines, ralentizando lo ralentizable (como en el paso a cuatro de los cisnes) y salvando en lo posible una velada difícil.

Suponemos que las próximas funciones serán mucho mejores pero el teatro es el teatro y el telón se levanta cada día a pesar de la vida frenética que llevamos.

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