Cultura

La magia del 'Lago de los cisnes'

  • El célebre título de Tchaikovsky, bailado por el Ballet Nacional de Kiev, visita por cuarta vez el Teatro de la Maestranza con las localidades agotadas para sus cuatro funciones.

El llamado ballet romántico, con sus personajes irreales, sus bosques llenos de magia y sus amores imposibles, se adueñó de los escenarios europeos aproximadamente de 1815 a 1850, con hitos como La Sylphide, estrenada en París en 1832 por María Taglione (a quien se le debe el uso generalizado de las puntas en la danza clásica) y, sobre todo, con la magistral Giselle (1841), que señala indudablemente el punto de partida de lo que sería la danza del siglo XX.

El lago de los cisnes, estrenada en Moscú en 1877, no es pues un ballet romántico en sentido estricto, si bien comparte con estos un libreto -sin firma, aunque en su base se encuentra el cuento El velo robado, del alemán Musäus, y el cuento popular ruso El pato blanco- en el que, como en Giselle, un sortilegio, en este caso del malvado brujo Von Rothbart, ha convertido en cisne a una legión de muchachas que sólo podrán liberarse cuando una de ellas encuentre el amor verdadero. Una esperanza que casi se vuelve realidad cuando Odette, una de las muchachas-cisne que de noche retoma su forma humana, se encuentra con el príncipe Sigfrido a orillas del lago y ambos se juran eterno amor.

Pero los amores románticos no están hechos para finales convencionales de modo que, después de traicionar su promesa (engañado por el brujo que le presenta a su hija Odile bajo la apariencia de su amada) el Príncipe vuelve a pedirle perdón a Odette y entabla con el mago una lucha que acaba rompiendo el maleficio... aunque el final depende, en gran medida, de la versión argumental elegida -entre muchísimas- por la compañía que lo interpreta.

En su estreno moscovita, con coreografía de Reisigner y unos bailarines mediocres, el ballet obtuvo un discreto fracaso pero cuando Marius Petipa y Lev Ivanov la coreografiaron para su presentación en San Petersburgo, con Pierina Legnani como Odette/Odile, en 1895 (Tchaikovski había muerto en 1893), su éxito ascendió hasta convertirse en el símbolo por excelencia del ballet clásico universal.

En realidad, El lago de los cisnes reunía los requisitos necesarios para convertirse en un obra maestra del género: una partitura suntuosa y rica en melodías como la de Tchaikovski que, entre otras cosas, crea -como ya hiciera Adam en Giselle- un leit-motiv para el personaje principal; un argumento capaz de emocionar al gran público y una bella y retadora coreografía que exige una virtuosa interpretación. Tan virtuosa como se espera que sea la del Ballet Nacional de Kiev que, tras las versiones del Moscow Classical Ballet, el Ballet de la Ópera de Berlín y el Stuttgart Ballet (con la coreografía de John Kranko), traerá la suya al Maestranza los próximos miércoles, jueves, viernes y sábado, con dirección de Valery Kovtum y escenografía-vestuario de Yevgeny Lysyk. En el foso, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) estará dirigida por el también ucraniano Mykola Diadiura.

El Ballet Nacional de Kiev, nacido oficialmente en 1931 y ligado desde el comienzo al gran teatro de ópera de la ciudad, ha sido merecedor, entre otros premios, de la Etoile d'or de la Academia Francesa de la Danza.

La mayor parte de sus bailaines, empezando por sus protagonistas, Tatiana Goliakova, Natalia Laebnikova, Serguei Sidorsky y Andrey Gura, se formaron en la Escuela Coreográfica de Kiev.

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