Cultura

Una fuente inagotable para los creadores

La vitalidad y la popularidad de El lago de los cisnes no sólo se aprecian por su presencia ininterrumpida en los escenarios de todo el mundo desde finales del siglo XIX, sino porque su libreto, su música o la hermosa coreografía creada en 1895 por Petipa e Ivanov (autor del célebre 2º acto, o acto blanco) han servido de acicate para las más grandes intérpretes de la historia y para los coreógrafos más atrevidos. Entre las primeras, la lista iniciada con la Legnami en el Mariinski (en su estreno de 1995), ejecutora de esos míticos 32 giros o fouettés que sus sucesoras intentan emular, continúa hasta hoy con mitos de la danza como Anna Paulova, Natalia Makarova, Margot Fontayn o Maia Plisetskaia.

De la coreografía existen también decenas de versiones de las que podrían destacarse el Acto II de Fokine para los Ballets Russes, estrenado en 1910 con la Paulova y Nijinski en los papeles protagonistas, o el de Balanchine de 1951 para el New York City Ballet (la producción completa se vio por primera vez en EEUU en 1940). También destacan las de Nureyev (1964), John Kranko (vista en este teatro) y, entre las más atrevidas, la de Mats Ek para el Cullberg Ballet o la premiadísima de Matthew Bourne, que en 1995 se atrevió a convertir a las doncellas-cisnes en aguerridos muchachos, como se ve en la escena final de la película Billy Elliot. El Ballet de Kiev, que divide la pieza en tres actos y cuatro cuadros, es fiel al modelo ruso creado por Petipa e Ivanov.

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