Crítica de Música

Recobrar sonido y sus músicas

orquesta barroca de sevilla

Programa: Obras de V. Basset, P. Rabassa, A. Ripa, J. M. González Gaitán y J. P. Valdivia. Intérpretes: J. M. Navarro, J. M. Villarreal, V. Sánchez, L. Rossi, A. Almela, M. G. Ramírez, violines y violas; M. Ruiz, chelo; V. Rico, contrabajo; S. Águeda, arpa; A. Casal, clave y órgano; R. Mira y V. Giner, trompas. Soprano: Julia Doyle. Violín y director: Enrico Onofri. Lugar: Iglesia de la Anunciación. Fecha: Miércoles, 4 de noviembre. Aforo: lleno.

Así como en años anteriores nos hemos quejado de las precarias condiciones acústicas en las que se desenvolvían estos interesantes conciertos del Proyecto Atalaya en la Iglesia de la Anunciación, en esta ocasión no nos cabe sino felicitar al CICUS por abordar de una vez el problema y situar una concha acústica arropando a la orquesta. Sigue detectándose una reverberación notable originada por la elevada altura de los techos y la existencia de la cúpula justo sobre la orquesta, lo cual tiene poca solución, pero el dispositivo acústico, que áun puede refinarse algo más, posibilita que los músicos se escuchen entre sí, que el sonido sea más compacto y con mayor empaste y evita la pérdida de sonido hacia la parte trasera y los ecos desde el presbiterio. Los cientos de aficionados que año tras años sufrían el martirio sonoro por amor a la Barroca lo agradecerán sin duda.

El apasionante Proyecto Atalaya nos trae año tras año la sorpresa de conocer por primera vez tras más de dos siglos las músicas que sonaron en las catedrales andaluzas. En esta ocasión el programa nos ofrecía el conocimiento de nuevos compositores, como Juan Pascual Valdivia, maestro de capilla de la Colegiata de Olivares y de Juan Manuel González Gaitán, maestro de la catedral de Córdoba. Y también la de autores ya conocidos y vinculados a la sede hispalense como Antonio Ripa y Pedro Rabassa. Música de un alto estándar de calidad y con alguna sorpresa, como la delicada y bellísima aria de Valdivia que Onofri optó por interpretar a solo junto al chelo y el arpa estableciendo unos maravillosos diálogos entre el violín y la soprano, con ornamentaciones alternantes y un fraseo lleno de detalles y de delicadeza.

Onofri, con obras de clara carga teatral, se recreó en una dirección incisiva, cuajada de contrastes dinámicos, muy teatral y sumamente expresiva, acentuando la energía de los ataques (como en Corred, corred) para luego recoger el sonido con suavidad. Especial variedad de acentos se pudo degustar en la lamentación de Ripa, magnífica pieza de una inesperada riqueza temática y fuerte carga retórica.

La orquesta pudo al fin sonar con su empaste, su energía y su flexibilidad, con el añadido en esta ocasión de la especial tímbrica del arpa en el continuo, para el que fue todo un lujo contar con Sara Águeda. Doyle, de voz ligera, centro ligeramente blanquecino y agudos brillantes, cantó con sumo gusto, fino legato y notable atención a los textos.

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