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Arte

El 'collage' cumple cien años

  • Las exposiciones de las galerías Murnau y Full Art indagan en las posibilidades del innovador elemento del arte moderno, que ha pasado por muy diversas metamorfosis

Dentro de poco más de un año el collage cumplirá cien. No sé si la manía de las efemérides provocará alguna exposición que conmemore la decisión de Braque y Picasso por la que incorporaron al cuadro elementos ajenos a la tradición artística. Bueno sería, en todo caso, aprovechar la fecha para examinar las diversas vías abiertas por el collage que, a fin de cuentas, señaló la posibilidad del fotomontaje, amplió las perspectivas del diseño y suscitó esculturas, como las del ruso Tatlin, que anticipaban los valores de la instalación. Desde un punto de vista teórico, el collage, al sugerir las posibilidades artísticas de materiales no artísticos, supuso un punto de contacto entre arte y vida: incorporó primero la prosa de cada día a la obra artística; permitió después experimentar con figuras formadas por fragmentos heterogéneos, como las de los sueños (recuérdense las obras de Max Ernst), y más tarde, autores como Rauschenberg y Wesselmann mostraron con el collage la dispersión de la experiencia contemporánea cruzada por los lenguajes públicos de los medios de comunicación o la publicidad.

Llévese a cabo o no este debate, hay quien sigue indagando las posibilidades del collage, como hacen los tres autores que participan en la muestra de Murnau. Pedro Delgado (Bollullos par del Condado, Huelva, 1981) investiga sobre las palabras y las cosas, y sobre los múltiples significados que liberan los cruces que se dan entre ellas. Así ocurre, por ejemplo, con sus billetes de metro taladrados, pequeños agujeros que hacen pensar en heridas de muerte puesto que los tickets se vuelven inútiles. En otros casos introduce alusiones al cine: la cámara fotográfica y la palabra cadáver reiterada tres veces remiten a Blow Up. Delgado además organiza sus piezas con el rigor del diseño de entreguerras, una tradición que mantiene su vigencia.

Los collages de Olmo Longarbo tienen un talante mucho más actual. Elabora con imágenes que recuerdan a las publicitarias figuras en las que menudean los fetiches: zapatos sofisticados, insectos (con un punto de elegancia), manos femeninas atadas con complicadas cintas. Los diversos elementos se mezclan entre sí con un aire de desterritorialización: están fuera de contexto y por eso producen entre sí las más variadas relaciones. Dan la impresión de cuidados materiales de derribo que cooperan para expresar algo muy actual: el pastiche, nota característica de la fantasía contemporánea que, sumida en los circuitos de comunicación, acoge o genera las conexiones más insospechadas.

Los animalillos de Cristina Bendala son amables habitantes de la realidad descoyuntada. Esta suerte de bestiario pop parece, desde cierto punto de vista, ironizar sobre esos productos y diseños de indudable factura kitsch pero considerados de buen gusto; por otra parte, son figuras que poseen una indudable frescura que las acerca a la imaginación infantil.

También hay empleo del collage y memoria del juguete en las obras de Rodrigo Martín Freire (Sevilla, 1975) de la galería Full Art. Las piezas de la planta superior están, en efecto, hechas con cinta adhesiva sobre vinilo, incorporando además superficies tratadas con ácido. Materiales, en suma, que no pertenecen a la tradición pictórica, pero que Martín Freire trata con habilidad para producir trabajos con color vibrante y valores de superficie, mostrando las posibilidades de la bidimensionalidad característica de lo pictórico. Las imágenes, discontinuas y fragmentadas hacen pensar en otro empleo del collage, el inverso, es decir, el que consiste en el cartel arrancado, cuya virtualidad mostraron los llamados décollagistes en la Francia de los últimos años 40.

La reflexión sobre la fantasía infantil, en el caso de Martín Freire, es más conceptual: una torre de agua como las que existían en las estaciones para reponer las calderas de las locomotoras. Este elemento, que parece escapado de algún juguete sobre el salvaje Oeste, se construye en grandes dimensiones hasta ocupar buena parte de la galería. Pero la escala no corresponde al depósito de agua real, sino al juguete llevado a la desmesura. Martín Freire continúa así su reflexión sobre el juego y la fantasía que pudimos ver ya en sus barcos en la anterior muestra que celebró en esta misma galería.

Las dos exposiciones contienen pues pistas sobre el collage, un innovador elemento del arte moderno que ha pasado por muy diversas metamorfosis. Cien años dan para mucho.

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