Flamenco

La guitarra en femenino

  • La profesora Eulalia Pablo Lozano se sumerge en las hemerotecas de los siglos XIX y XX para hacer la historia de las mujeres guitarristas en el arte jondo

Como acertadamente afirma la autora de este ensayo, siempre las ha habido. Alguien pudiera pensar que se trata de una tradición secreta. Pero el secreto, el oscurantismo, es reciente. Fue la cultura oficial franquista, y su particular visión de la mujer, la que impuso esta veda, como tantas otras. Este mito, como aquel mito tan absurdo del cante de cuartito. Muchos de lo que lo defienden parecen no darse cuenta de cómo actualizan una imagen franquista y políticamente interesada, por supuesto que falsa (aunque basada en un lejano hilo de realidad, claro está): es extraño que se mitifique el flamenco en su etapa de máxima precariedad, tanto material como artística.

Pero volvamos a las mujeres guitarristas: ¿no es cierto que antes de la guerra civil dos de las más importantes compañías de cante flamenco estaban capitaneadas por las artistas y empresarias, empresarias y artistas, Niña de la Puebla y Niña de los Peines? En la compañía de la primera figuraban Valderrama, Sabicas, Luquitas de Marchena, etcétera. Con Pastora iban El Niño de la Calzá, El Sevillano, Niño de la Huerta, Niño Ricardo, y el Pinto, entre otros. Eso en lo que se refiere al cante, porque en el baile, ¿qué decir de la Argentina, Pastora Imperio, La Argentinita, etc? Entonces el mito del machismo en el flamenco flaquea. No digo que se desmorone. La sociedad española de los 30 era una sociedad machista, y el flamenco, como todo arte, es un reflejo de la sociedad. Sólo repito que en el arte se da un extra de libertad.

Mujeres guitarristas: las hubo, y no es una tradición secreta. No lo es hasta los años 40, donde tantas cosas quedaron sepultadas (por ejemplo, en las revistas literarias de la época, o quizá deba decir la revista, no aparecen los nombres de Antonio Machado, Alberti, Chacel, Ayala, Zambrano o Aub, y cuando aparece el de Valle es para vituperar al muerto), que la mujer guitarrista se convierte en una tradición secreta. Como afirma Eulalia Pablo "tampoco ha sido una excepción encontrarlas en los escenarios del siglo XIX y principios del siglo XX, acompañando a la guitarra sus cantes y bailes, o los de otras". El interés de este libro reside en restaurar, desenterrar, esa tradición, 35 años después del fin de la dictadura: quedan tantas cosas por desenterrar, ¿no es cierto? Y esa restauración es una nómina con nombres y apellidos que, en lo que concierne al flamenco, se remonta hasta los mismos orígenes de este arte. Cantaoras y bailaoras que se acompañaban a sí mismas a la guitarra, desde Amparo la Campanera hasta Anilla la de Ronda, pasando por La Serrana, La Macarrona, Concha la Carbonera y un largo etcétera.

Y otras que hicieron profesión exclusiva de su toque de guitarra, profesionales instrumentales del flamenco de los siglos XIX y XX, en tanto que acompañantes al baile y al cante, o como solistas, de la talla de Adela Cubas, sin duda la más popular de todas a tenor de sus frecuentes apariciones en prensa, Victoria de Miguel, Matilde Cuervas, etcétera.

La base de este trabajo es una impresionante zambullida en la prensa de la época, es decir, un fenomenal estudio de campo que aporta una base documental sólida a la mencionada restauración de la mujer tocaora. Fue el contexto de la investigación llevada a cabo por el grupo El Eco de la Memoria, espoleado por José Luis Ortiz Nuevo durante su etapa como director de Málaga en Flamenco, cuando, dada la cantidad de material surgido en este sentido, surge en Pablo la idea de esta obra. El libro concluye con un capítulo dedicado al "panorama actual" de manera que es la práctica la actividad que mejor explica esta resurrección del toque femenino. Tocaoras que militan en distintas compañías, preferentemente de baile, y que son profesionales de su arte como Antonia Jiménez, Celia Morales, Laura González, etc., y algunas con compañía propia como Merche (hasta su lamentable retirada, fruto de un burdo "chantaje sexista" como señala Eulalia Pablo) o María Albarrán, y profesoras como Rosa Villalón, la joven Elena Castillo, etcétera. Una historia, no tan secreta, en efecto, pero nunca contada con semejantes precisión y base documental.

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