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Carlos Colón

Saeta eterna a la Virgen de las Aguas

CONOCÍ a Pepe Peregil gracias al cine. Corría el año 83. Para el Festival de Cine de Sevilla monté una proyección del Currito de la Cruz de Pérez Lugín que reproducía su estreno en 1926 en el Teatro San Fernando. Al tratarse de un gran evento esta película muda tuvo un lujoso acompañamiento musical en directo. La sensación fue que en las escenas de la Semana Santa intervino la banda de cornetas del Regimiento Ligero de Artillería, con el brigada Rafael Macías ejecutando sus míticos solos de corneta, y cantaron saetas desde un palco, como si fuera el balcón de una casa sevillana, Manuel Centeno, Encarnación Fernández La Finito y Antonia Martínez La Niña del Patrocinio.

En nuestra recreación del evento, que tuvo lugar en el Lope de Vega, intervinieron el gran pianista flamenco Pepe Romero, la banda de cornetas y tambores de Las Cigarreras y Pepe Peregil. Así nos conocimos, presentados por una hermana de la Macarena y un hermano del Gran Poder -¡buenos padrinos!-, sentados en torno a la moviola en la que pasábamos la película para ajustar el piano con las entradas de la banda y del saetero.

Imagínense al bohemio Pepe Romero, a Antonio González Ríos el de las Cigarreras y al siempre imprevisible Peregil viendo una vieja película muda. Nada tenían que aprender. Todo lo sabían. Bastó un pase para que pianista, banda y saetero se pusieran de acuerdo. Todos optaron por improvisar. Y todo quedó perfecto. Pepe Romero se dejó llevar por las imágenes, improvisando al piano durante dos horas variaciones flamencas y pasodobles.

Cuando llegó el momento de la Semana Santa tembló el Lope de Vega con los sones cigarreros. Y en la escena cumbre -el Gran Poder, el padre inflexible de nazareno, la hija pecadora y arrepentida llorando- se puso Pepe Peregil de pie en un palco, apoyó la mano en la baranda con gesto experto, entonó y llenó el teatro con su voz poderosa. ¡Qué ovación al final! Emocionados los sevillanos, asombrados los cineastas extranjeros y traspuestos los modernos del New York New Wave que se había traído Manolo Grosso. Fue una gran noche para Pepe.

Se nos ha muerto este hombre bueno, cantaor y tabernero, onubense sevillano con aire de sargento de película de John Ford. A los pies de su Virgen de las Aguas descansa. Se equivocó con él San Agustín cuando dijo eso tan hermoso de que en la otra vida seremos como música.

Saetas eternas serán los saeteros que tuvieron el don de rezar cantando, mientras miraban a su Dios y a su Virgen cara a cara. Saeta eterna es ya Pepe Peregil en un cielo que, si Dios es justo, se debe parecer mucho a los ojos de su Virgen de las Aguas.

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