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La tribuna

Bárbara Rosillo

El escote y sus efectos

Através de los siglos han ido surgiendo y desapareciendo, no sólo distintas modas, sino diferentes maneras de entender y valorar la belleza femenina. En la actualidad, me da la sensación, se lleva un modelo de mujer excesivamente perfecto y con volúmenes que no suelen aparecer en la naturaleza. La publicidad nos muestra a menudo mujeres con unos pechos excesivamente grandes y erguidos junto con unos cuerpos enjutos con los que no suelen guardar la debida proporción. También podemos hablar del furor por el rostro perfecto en el que ambos perfiles sean simétricos y a su vez esté dotado con unos pómulos rellenos y jugosos.

Como muy pocas mujeres cuentan con estos dones de fábrica, se recurre a la cirugía estética. Verdaderamente, estamos en un tiempo en el que cierta belleza física se puede comprar; aunque esta noción es algo infinitamente más complejo, ya que está compuesta por una serie de factores ante los que la aguja o el bisturí tienen poco que hacer. La belleza es un compendio de virtudes tanto físicas como psíquicas que armonizan.

Sin mas preámbulos paso a tratar el asunto del escote femenino. En España, nación pudibunda donde las haya, el escote no estaba muy bien visto allá por los siglos XVI y XVII. Las damas lo llevaban cubierto generalmente por el mismo traje, o por medio de una valona o una pañoleta. Hasta aquí no hay nada de particular. Lo que desde nuestra perspectiva actual asombra es que el pecho se disimulaba tanto como fuera posible, por lo que las líneas de la silueta femenina quedaban disfrazadas. Para alcanzar esta finalidad se usaban los llamados cartones de pecho, que consistían en una faja que se llevaba desde la cintura al pecho. Se podían confeccionar de distintas maneras, por ejemplo a base de una serie de tablillas forradas con cuero que se colocaban delante del pecho para aplastarlo o por medio de un cartón engomado colocado entre la tela y el forro. Su objetivo era ocultar las formas, además de conseguir una cintura lo mas estrecha posible.

La moda de disimular y aplastar el pecho llegó hasta finales del siglo XVII, tal y como afirma la viajera francesa madame de Alnoy en su obra Relación del viaje a España: "Entre ellas es un bello detalles no tener pechos, y toman precauciones desde muy pronto para evitar su desarrollo. Cuando el seno comienza a formarse se colocan encima pequeñas placas de plomo y se vendan como se faja a los niños". Los retratos de la época son muy elocuentes en este sentido, ya que nos presentan a damas con torsos absolutamente planos en los que no se atisba ni el mas mínimo volumen.

Volviendo a lo caprichoso de las modas, llegamos al siglo XVIII y la mujer española comienza a vestir "a la francesa", es decir, a la manera internacional. Con la nueva indumentaria llegaron unos escotes de vértigo que escandalizaron a moralistas, teólogos y religiosos. En este sentido, recojo la carta pastoral del obispo de Cartagena publicada en Murcia en 1711, cuyo contenido versaba sobre los excesos que a su juicio se estaban cometiendo en materia de indumentaria. El texto es de lo mas elocuente: "(…) jubones escotados ninguna mujer los puede traer, salvo las que públicamente ganan con sus cuerpos las cuales los pueden traer con los pechos descubiertos, y a todas las demás se les prohíbe dicho traje". La carta crítica enconadamente la nueva moda, excesivamente caprichosa, que obliga a los maridos a gastar tanto que muchos acaban endeudándose, lo que termina menoscabando la armonía familiar.

La mujer, desde que Eva comió de la manzana, ha sido vista como la culpable de infinitos pecados. El obispo afirma: "(…) conociendo el demonio que una mujer adornada mata muchas almas, intriga a las mujeres a que se adornen, pero que su adorno afila la espada de su atractivo… por ser el adorno el instrumento mas eficaz para provocar la concupiscencia, y lazo para coger las almas", por lo tanto, la que se ornamentara para provocar deseo en el hombre cometía pecado mortal. El prelado proponía una serie de reglas que debían observarse, entre las cuales figuraba la prohibición al bello sexo de mostrar el escote, los brazos y los pies. Ni que decir tiene que todo quedó en papel mojado, la mujer en el siglo XVIII comenzó a mostrar sus encantos y ya no hubo vuelta atrás.

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