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Cambio de sentido

Carmen Camacho

Perder el tren

VA a ser verdad aquello de "Granada vive en sí misma tan prisionera/ que sólo tiene salida por las estrellas", que cantaba Carlos Cano. Por vía férrea desde luego no la tiene desde hace más de 500 días, debido al lío de las obras del AVE en las angosturas de Loja. Hemos perdido el tren. Dirán que exagero, que se trata de un problema coyuntural, que la alta velocidad un día tomará Granada, amanecerá Dios y medraremos.

Hemos perdido el tren, mantengo. Jaén, lejana y sola. Almería, puro Far East. A la vista está: no todos los españoles somos iguales ante el diseño de redes e infraestructuras de transporte. Es más, dudo que las prioridades reales del plan de transporte en España coincidan con las de los ciudadanos de -nunca mejor dicho- a pie. Hemos perdido el tren, insisto, hace ya demasiado tiempo. Hemos perdido los trenes que pasaban por los pueblos para que serranillas tales como esta segura servidora de ustedes pudiéramos venir a las capitales, y para que llegara más vida y trasiego a cada pueblo. Las Vías Verdes no pueden esconder del todo, bajo su concepto amable, el desasosiego de ser ante todo vías muertas. Alguien decidió que el progreso iba por otro lado: prioritariamente por carreteras, tantas veces jugándonos la vida. Por lo visto, los trenes que traquetean no son rentables, como si acaso eso fuera lo primero y único (y no la cohesión territorial y social, la seguridad, la eficiencia, el medioambiente…), y como si la red de carreteras y su mantenimiento acaso no saliera -como el carné, la gasolina, el seguro y los plazos del coche- de nuestros maltrechos bolsillos. Si se desalienta el uso de ciertos trenes a fuerza de servicios deficientes, conexiones imposibles y cierre de estaciones, a la par que se incentiva el coche como principal forma de transporte y estilo de vida, jamás el ferrocarril podrá ser una alternativa sostenible, más ecológica, competitiva y útil para las gentes.

No hablaré de la hermosura de empezar a escribir este artículo en la estación de Jerez, de tocar desde el tren los olivos de la Puglia, del aire por la ventanilla en Despeñaperros, de mi pena por el túnel de Port Bou. Ni del trajín de Termini y de Oporto, del expreso de Fez, ni de aquella despedida en Santa Justa. Sólo motivos prácticos, de valor de uso, modernidad y buena vida me llevan a reclamar un necesario cambio de agujas. Conforme con el poeta David Eloy Rodríguez: "todos los sitios merecen/ que allí llegue el tren alguna vez". ¡Más madera!

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