¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
DESCONOZCO por qué extraño capricho de la mente tengo la falsa certeza de que el laurel de Indias es un árbol americano. Su verdadero origen es asiático, de Java y Boreno, pero yo sigo pensándolo como una especie venida de algún virreinato de las Indias Occidentales. Esta distorsión puede deberse a que en las dos antesalas de América que mejor conozco, Sevilla y Canarias, el Ficus microcarpa (que así es su latinazgo) tienen una alta consideración como orondo surtidor de sombras. En Canarias, más que en Andalucía la Baja, el Laurel de Indias suele se el árbol que cubre las bonitas plazas de salón que deben construirse para salvar su complicada orografía volcánica. En algunos lugares de Tenerife, como Guaza Abajo, un laurel de Indias hacía las veces de árbol de juntas que arropaba el descanso y las deliberaciones de los obreros del campo. En ambas tierras los laureles también son usados como colosos guardianes de edificios oficiales. Así los podemos ver en el Banco de España de Sevilla (ridículamente podados) o en el bonito Cuartel de Almeyda de Santa Cruz, donde conservan su pleambre salvaje.
Es una vieja amistad la mía con los laureles de Indias, por eso no pude más que sentirlo cuando esta semana supimos que un rayo hirió de muerte al que daba sombra a la plazuela de Santa Ana. Hay algo de hermoso en ese rayo fulminador, descontrolado, pura fuerza de la naturaleza irrumpiendo en una urbe ya completamente desnaturalizada, pero el precio a pagar por este espectáculo olímpico ha sido demasiado alto. Uno aún recuerda (y no sé si es una pura fantasía) aquella plazuela degradada, solar de yonquis y camellos, en la que se podían ver las redadas de los maderos desde el bar Bistec. Como también recuerda el proyecto de recuperación de la plaza en la que el difunto laurel de Indias lucía como elemento central. No era viejo este árbol. De hecho no sale citado en Imago Arborum, esos dos tomos editados con primor, en 1992, por la Fundación Luis Cernuda dentro de la colección La Sombra de la Torre. Salen otros grandes ejemplares de Sevilla, como el colosal de la Pila del Pato o los del Paseo de Colón, pero no este más modesto cuya copa servía de cielo verde para el belén que todos años alegraba la vista de niños y mayores que cerveceaban en los bares cercanos. Adiós, don Laurel, ya lo dice el villancico: “...y no volveremos más.”
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