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La esquina

José Aguilar

No progresa adecuadamente

LO dice el consejero del ramo, Francisco Álvarez de la Chica: "Mejoramos más lentamente de lo que nos gustaría y necesitamos". La educación en Andalucía, por resumirlo en el lenguaje de la Logse, no progresa adecuadamente. Estamos algo mejor de lo que estábamos, pero aún lejos de cualquier salto de calidad. Y España, ídem de ídem.

Después de algunos escarceos negacionistas, a modo de excusas de mal pagador, los informes PISA que elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se han impuesto como baremo solvente para evaluar el sistema de enseñanza de los países y regiones que se someten voluntariamente a ellos. En España los admiten todas las comunidades autónomas, excepto Extremadura, Valencia y Castilla-La Mancha, sus gobernantes sabrán por qué.

Los resultados obtenidos en las pruebas pre-PISA por casi 27.000 estudiantes españoles de 15 años durante el año 2009 indican que su rendimiento en la adquisición de competencias básicas (lectura, matemáticas y ciencias) atenúan levemente el bajón registrado en 2006, pero nos mantienen estancados, a la misma distancia que hace una década de la media de la OCDE. Sólo el 3% de los alumnos se sitúa en la parte más alta en resultados (8% en la OCDE). Un 36% de los examinandos eran repetidores, una de las calamidades de la enseñanza nacional. Eso sí, somos el segundo país más equitativo, tras Finlandia. Un consuelo: igualitarios en el desconocimiento. Andalucía comparte con canarios, baleares y murcianos el dudoso honor de estar a la cola en comprensión lectora (leer un texto no muy complicado y entenderlo al menos como para poder explicarlo), y también en matemáticas.

Claro que para percibir el deterioro de nuestro sistema educativo no hacen falta ni informes PISA ni pruebas específicas. Basta con escuchar cómo responden algunos muchachos a las encuestas callejeras (el otro día le preguntaron a uno por la Constitución y dijo que la llamaban La Lola), pegar la oreja a cómo se expresan en grupo o leer los sms que mandan a los programas de televisión, y no me refiero al léxico sincopado para ahorrar, sino a la más simple ortografía que antes se aprendía en primaria y que tras veinte años de planes educativos cambiantes, reformas y contrarreformas la generación destinada a ser la mejor preparada de nuestra historia ha arrasado, sin siquiera ser consciente de cómo se le han amputado sus posibilidades de una vida mejor.

Este es el fruto sombrío de lo que han sembrado la escuela impotente, los profesores desautorizados, las familias inhibidas, la sociedad despreocupada y la autoridad incapaz de entender que la igualdad y la excelencia no tienen por qué ser incompatibles.

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