Sevilla

Nadie vive, alguien duerme

  • Juan Carlos I. Paseo por la avenida que lleva su nombre en Sevilla, en el último día de reinado.

EN el Paseo Rey Juan Carlos I no vive nadie. Alguien duerme. Transcurre junto a la dársena del Guadalquivir entre los puentes del Alamillo, obra de Santiago Calatrava, con reputación de arquitecto de desfiladeros, y la pasarela de la Cartuja, que entró en el Guinness como el puente más esbelto de su tiempo. En el último día de reinado de uno de los reyes más longevos de nuestra Historia, es ilustrativo pasear por el lugar que lleva su nombre. Un lugar al que no llegan los carteros, salvo que los ejercientes del oficio postal vayan a pescar, a hacer footing, remar, montar en bicibleta o pasear ellos solos o  con su perro.

Un detalle nada baladí. En el paseo Rey Juan Carlos I hay una zona de esparcimiento canino en cuya normativa se han tenido que estudiar diferentes procedimientos legislativos. "El poseedor del perro, o su propietario, es responsable de los daños y perjuicios que pueda causar", de acuerdo con el artículo 1.905 de Código Civil. El año de 1905 reinaba en España Alfonso XIII, que no tiene calle ni paseo, pero sí da nombre a un céntrico e historiador hotel, nomenclatura muy propia para alguien que acabó en el exilio, necesitado de alojamiento digno.

Además de la fauna y paisanaje lúdico y deportivo que utiliza el Paseo del padre de quien a partir de hoy será Felipe VI, los principales usuarios de esta zona son los grafiteros. El Paseo es todo él una pinacoteca de este arte callejero, expresivo, interjectivo. En su libro Azaña, con el que Carlos Rojas ganó en 1973 el premio Planeta, pone en boca del último presidente de la República una frase según la cual el Museo del Prado era más importante que la monarquía y la república juntas.

Aquí hay un compendio de artistas anónimos o con iniciales en claves, un cubismo de cómic. Bajo el puente de la Barqueta, un joven ensaya acrobacias. Otro duerme bajo las estructuras del puente. A unos metros, los africanos de los semáforos, además de pañuelos de papel, ayer vendían banderas de España. La palabra paseo es un vocablo polisémico en español: no es lo mismo irse de paseo a que te manden a paseo, por no mencionar la acepción cruenta y vengativa de los únicos Episodios Nacionales que no narró Galdós.

  Hay una serie de grafitis de temática gatuna junto a la zona de esparcimiento canino. Otro dibujo lo firma un tal Support Andalusian Hardkore. Los mensajes son variopintos, un mayo francés que va de Cohn-Bendit al asesino de la regañá: "Gambas Sí", "Un desalojo otra Okupación", "Ojú el Mundo", "Me mola el dinero, "El arte es un arma cargada de futuro". Dos mujeres pasean hablando de lavadoras; Eusebio, filósofo de la Gavidia, pasea con un sombrero de Quatermain. Nunca ha habido un rey Eusebio. "Será por eufónico. Yo prefiero la omisión".

Desde esa orilla del paseo Rey Juan Carlos I, un real paseo, se ve la zona de la Cartuja que corresponde a Canal Sur y a Isla Mágica. El icono de Gambrinus, la torre de caída libre, el Teatro Central y muy cerca de donde estuvo el pabellón de Japón de Tadao Ando que visitaron los Reyes el día que visitó la Expo el emperador nipón, se encuentra el hotel Renacimiento Barceló, que durante un tiempo se llamó Hotel Príncipe de Asturias. Una pintada invita a la abdicación compartida: "Si caes, yo contigo". Sólo faltaba que la firmara Sofía, Reina.

 No es el único rey del callejero de Sevilla. Por la calle Alfonso XII dice Antonio Cascales que entró la Ilustración en Sevilla. La avenida Carlos V, como debe ser, está muy cerca de la avenida Ramón Carande, estudioso de ese reinado y sus banqueros. El padre de Felipe II, avenida que parte del parque de María Luisa, esquina con la de la Borbolla, apellido de un ministro de Alfonso XIII, ninguna calle y cinco estrellas. En la calle Fernando IV, en Los Remedios, está la barbería de Curro, el cabellero de Silvio que tiene el más completo museo del rock andaluz.

A partir de hoy ni reina ni gobierna. Sólo pasea. Si lo hace por el paseo que lleva su nombre, semisótano de la calle Torneo, vecino de la biblioteca Felipe González, habrá de tener mucho cuidado. Hay escalones levantados, bancos totalmente arramblados. Una estampa decadente, y no por el romanticismo. El jefe de mantenimiento de esta zona abdicó hace mucho tiempo y no hubo ley sucesoria.

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