Sevilla

Jaime Montes o el rigor del sindicalismo

Uno de los espacios de libertad del sindicalismo, entonces ilegal, en los años sesenta y setenta del siglo pasado fueron los despachos de abogados laboralistas. Tal vez el más antiguo estuvo en la calle Alonso el Sabio, con Pepe Rubín de Celis; más tarde, Felipe González, en la calle Capitán Vigueras, y Pepe Cabrera Bazán, calle Placentines. En esos mismos años, en Triana, estaba también el despacho de José Julio Ruiz Moreno. Contaba este último con alguien muy especial que, cabría decir, proporcionaba los primeros auxilios a los trabajadores que acudían a él. Era Alberto Jaime Montes Muñoz, Jaime Montes, de cuya presencia, conversación y buen humor nos ha privado hace pocos días un repentino infarto.

Jaime Montes, en apariencia un administrativo del despacho, como después lo fue en el de Aurora León en la calle Jiménez Aranda, desempeñaba en realidad un papel de mayor alcance. Buen conocedor de las normas y la praxis jurídicas, proporcionaba la primera orientación a quienes acudían al despacho, recibía de ellos la información inicial, se hacía cargo de la situación del trabajador en la empresa y facilitaba la tarea del abogado. Después vendría el trabajo de mecanografiar la demanda y asegurarse de que la documentación era completa, pero lo decisivo es que Jaime hacía que los que acudían se sintieran en casa.

Jaime Montes nació en Sevilla en 1938 y pronto empezó a trabajar como aprendiz en la Hispano-Aviación. Desde muy joven su compromiso político fue muy claro. Miembro del Partido Comunista fue detenido y acusado ante el Tribunal de Orden Público que lo condenó a varios años de prisión. Los cumplió en Soria (nunca olvidó el frío que allí pasó) y aprovechó bien el tiempo porque fue cursando poco a poco los estudios que al volver a Sevilla lo capacitaron para el trabajo que más arriba he descrito. No se limitaba a esa tarea. Tenía tiempo para cumplir además un delicado quehacer: atender a las familias de quienes estaban en prisión por pertenecer a Comisiones Obreras y procurar solucionar su situación con los recursos que gentes muy diversas aportaban.

Cuando los sindicatos fueron legalizados, Jaime Montes pasó a trabajar como asesor de Comisiones Obreras. También se encargó entonces de tareas que exigían tanto esfuerzo, como cuidado e imaginación. Eran los años de normalización de las pensiones para lo que era necesaria una documentación que no siempre las familias habían guardado con la atención necesaria. Montes subsanó legalmente las carencias, como también diseñó procedimientos eficaces en otro asunto de aquel tiempo: la aplicación de la Ley de la Amnistía que suponía la normalización laboral y profesional de quienes habían sido depurados en los años inmediatos a la Guerra Civil o de cuantos habían sido despedidos, ya durante el franquismo, por razones políticas.

Montes fue más tarde miembro del Consejo Económico y Social de Andalucía, en representación de Comisiones Obreras y siempre pendiente de temas de estudio, añadía al examen de la documentación del Consejo, problemas relacionados con la salud laboral y el medio ambiente. Fue siempre un currante: incansable y honesto. Anteponía el trabajo bien hecho a las grandes palabras, rechazaba las soluciones que pudieran lesionar la legalidad y nunca perdió de vista que el sindicalismo no podía limitarse a prestar servicios ni tampoco satisfacerse con la reivindicación económica. Hacía falta algo más: anticiparse a las circunstancias para defender los derechos obreros y para garantizar unas condiciones de vida dignas. ¿Cómo si no podría ejercitarse la libertad?

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