Mercedes de Pablos. Periodista y directora del Centro de Estudios Andaluces

"En mi casa, hacer un laísmo era aún más grave que perder la virginidad"

  • Pertenece a una generación que narró la Transición en Andalucía desde la radio, un medio al que ha entregado su vida profesional. También ha realizado incursiones en la política y la gestión cultural.

Mercedes de Pablos (Madrid, 1958) pertenece a la generación de periodistas que hizo la Transición y que ha ejercido su profesión como un estilo de vida. Mujer de radio hasta el tuétano, conserva aún el trato desenfadado que se estila en las redacciones y que hace sentir al entrevistador en su propia casa. Flaca como un faquir, de ojos y boca grande, su voz está modelada para la radio, con uno de esos acentos neutros y perfectos de la vieja escuela de locutores. Progre de toda la vida y ex concejal del PSOE -aunque nunca ha sido militante de esta formación- es una de esas personas incompatibles con el sectarismo. Siempre muestra una sonrisa y rara vez se la ve de mal humor, aunque todo indica que sus enfados pueden llegar a ser memorables. Llegó a Sevilla siendo todavía universitaria para trabajar en la Ser y a lo largo de su vida profesional ha ejercido la dirección de Canal Sur Radio y de la ya desaparecida Andalucía Abierta Radio. También ha sido responsable de diversos programas, como Las Mañanas y Si tú me dices ven, de Canal Sur Televisión, y De par en par, de Radio Nacional de España, entre otros. También ha pertenecido al Consejo Audiovisual de RTVA y actualmente dirige el Centro de Estudios Andaluces (donde se realiza esta entrevista). Todos los domingos publica su columna Truco o trato en El Correo de Andalucía.

-Usted nació y pasó sus primeros años en Madrid, pero tiene profundas raíces andaluzas.

-Mis padres eran de la Sierra de Aracena, pero se mudaron a Sevilla desde muy pequeños. Si vivimos en Madrid fue porque mi padre era directivo de un banco. Sin embargo, en mi casa siempre se hacían dos cosas muy importantes en andaluz: hablar y comer. Mi padre era un conservador abierto que, sin embargo, era muy intolerante con la gramática. Hacer un laísmo en mi casa era un pecado mortal, peor incluso que perder la virginidad. Siempre le he dado una gran importancia a hablar correctamente.

-¿Y con qué edad regresó a Sevilla?

-En tercero de carrera, con diecinueve años, en el 78, gracias a una experiencia de Radio Madrid que se llamaba el Gabinete y que llevaba Fernando Dicenta, el actor. En verano pedí prácticas en Radio Sevilla y ya nunca me fui. Me considero andaluza en la medida que me construí aquí. Yo me hice con Andalucía, mi voluntad creció con esta tierra, con Sevilla.

-Fueron unos años apasionantes para un periodista.

-A los diecinueve años ya estaba entrevistando al presidente de la preautonomía. Entonces no había universitarios en las radios, que eran sitios maravillosos con locutores en los que había más espectáculo que información. Tenga en cuenta que el parte había acabado hacía muy poco tiempo y que Hora 25, de Manuel Martín Ferrand, apenas llevaba tres años. De pronto llegamos una generación de universitarios muy jóvenes que fuimos los que copamos los informativos. Todo estaba por inventar y, a los pocos meses, estábamos contando la Constitución, las elecciones, las primeras autonómicas... Antes de acabar la carrera. Le pusimos mucho corazón, pero reconozco que éramos un poco insolventes, que creíamos que todo lo que era antifranquista era bueno, incluido lo terrorífico. Eso no fue bueno. En la vida he aprendido que cualquier tipo de sectarismo te roba lo más importante de la vida, que es la curiosidad.

-¿Se ha tenido que tragar algún sapo en su carrera periodística?

-No me he tragado muchos sapos, porque me castigaron pronto. Hice información política hasta que en el 80 se me ocurrió contar la huelga de hambre en Marinaleda en un informativo nacional. Eso fue un sábado y el lunes me pusieron a hacer la publicidad de café Catunambú: "Lo digo yo, lo dices tú, el mejor café es Catunambú". Eso fue el mayor favor que me hizo la radio, porque a partir de ahí nunca más hice informativos y empecé a buscarme otros espacios dentro del medio, como los programas de cultura. Nunca he dicho nada que no quisiera, pero reconozco que sí he callado. En el momento en que salí de informativos y desaparecí del foco pude trabajar con mucha más libertad. En los programas de cultura de los ochenta había una gran libertad y el mismo que no me dejaba hablar de Marinaleda me permitía hacer un programa donde la banda sonora era aquella canción de Semen Up que decía "chúpala más adentro".

-La época actual es mucho más comedida en esas cosas, vivimos muy constreñidos por lo políticamente correcto.

-Admito lo políticamente correcto cuando se trata de evitar expresiones que pueden ser crueles con otras personas. A mí me gustaban muchísimos los chistes muy pasados, pero los he dejado de contar. Tenemos una cierta fascinación por la inteligencia malvada, pero he llegado a la conclusión de que cualquier tonto puede insultar. Hace muy poco hemos vivido una especie de homenaje al faltón, con Risto Mejide, el Doctor House... De pronto se puso de moda insultar y a mí eso me parece obsceno. Siento menos pudor por frases como "chúpala más adentro" que por llamar gorda a alguien. No se puede insultar a nadie en lo bajuno. No se puede.

-Volvamos a la censura, ¿cree que es uno de los problemas de los periodistas actuales?

-He trabajado en radios privadas y públicas, y no me creo eso de la fragilidad del periodista frente a las manipulaciones que le vienen de arriba, porque no es verdad. Uno puede ser independiente, pero tiene que sacrificar algunas cosas. Alguien que fue llamado comisario político, Enric Sopena, fue el que me dio el programa más cafre que he hecho en mi vida, Las cantamañanas, que lo hacíamos desde Sevilla para Radio Nacional. Otra cosa es si hubiese querido dirigir el informativo de cabecera. La libertad tiene un precio.

-Con el programa El gallinero fue una pionera de la información cultural. Recientemente, el periodista José María Rondón escribió un artículo en el que le reprochaba a las secciones de Cultura de los medios de comunicación que hiciesen "periodismo mimosín" por su tendencia a la complacencia y la falta de crítica. ¿Qué opina de esto?

-En las secciones de Cultura ha habido de todo. Se nos olvida gente como José Miguel Ullán o las críticas de cine de Diego Galán antes de ser director del Festival de San Sebastián. En literatura hay una tradición de crítica mordaz que inició el propio Manuel Machado. Lo que pasa es que los periodistas que hacen cultura son conscientes de la fragilidad de la materia que tratan y procuran no hacer sangre con algo que ya resulta milagroso meter en los periódicos. No soy crítica literaria, pero he escrito muchísimas reseñas de libros. Eso sí, siempre he preferido hacer recomendaciones, quedarme en el lado mimosín y obviar lo malo para aplaudir lo bueno. Aun así hay que salir de los lugares comunes. Sentí una liberación al reconocer que no me gustaba el Gernica de Picasso y recuerdo cuando le pregunté a Mario Onaindía para qué le sirvieron sus años de cárcel, a lo que me contestó: "Para leer a Proust, ¿o es que fuera de la cárcel lo lee alguien?".

-Antes, cuando estábamos saludándonos, antes de encender la grabadora también citó a Onaindía. Me llama la atención.

-Para mí fue un referente en el antifranquismo y luego la vida me dio la oportunidad de quererlo, de conocerlo a él y a su familia. Era una persona de una lucidez apabullante, a la que me remito cuando defiendo una política inteligente.

-¿No le pesa que fuese uno de los fundadores de ETA?

-Era muy joven, con 19 años ya estaba en la cárcel. Fue el primero que llamó a los etarras asesinos y le quitó la venda de los ojos a cierta izquierda para que viesen que ejercían el terrorismo antidemocrático. Decía que, como había una tradición católica en Euskadi, él había podido expiar sus culpas. Murió con protección en la puerta del hospital porque ETA lo quería matar.

-Usted fue directora de Canal Sur Radio. Existe un debate sobre si es necesario que existan medios públicos de comunicación.

-Creo que es necesario que existan medios públicos de comunicación, como ocurre en toda Europa. La información es un derecho que sólo pertenece a los ciudadanos y hay que financiarlo como los museos o las escuelas. Lo que sí debemos aprender de la cultura europea es el modelo de medio público, que no deben ser meras herramientas informativas, sino lugares de encuentro y creación. Pienso que hay parte de verdad en el discurso oficial de que Canal Sur ha ayudado a vertebrar Andalucía y ha puesto en contacto a personas de Almería con otras de Huelva, ha creado referentes propios de opinión... Debemos ir hacia un modelo ágil, poco costoso, sostenible y muy útil.

-Actualmente, la RTVA no es así.

-Es fácil decirlo desde fuera y a posteriori, pero creo que se copió un modelo que estaba agotado como el de RTVE. Hay que tener en cuenta que Canal Sur es muy cara porque Andalucía es muy grande. Hacer radio en Euskadi, que es como la provincia de Cádiz, es infinitamente más barato.

-La calidad es otro problema.

-Canal Sur debería salirse del juego de las audiencias. En primer lugar porque no me las creo. Ha sido más fácil dejar de creer en Dios que en Sofres, que sigue siendo el referente con el que se hacen los modelos de televisión. Estamos haciendo una televisión según unos audímetros obsoletos. Y, aunque no lo fuesen, creo que una televisión pública debería evaluarse según su capacidad de dar información creíble y de convertirse en un lugar de encuentro de los ciudadanos. Tanto para los medios públicos como los privados, este momento de crisis es muy difícil y hemos perdido todos un poco el norte. Una de las cosas que más me escandalizan es ver a grandes periodistas y narradores de la actualidad hacer publicidad. Eso no se podía hacer en los años ochenta. Hemos bajado el nivel.

-¿Y sobre la línea editorial de RTVA cercana al PSOE?

-¿Usted está seguro de que es así?

-Es una crítica muy común.

-En los medios públicos hay que construir instrumentos para la independencia. La RTVA tiene muchos: una ley, un consejo de redacción, una comisión de control parlamentaria, con consejo de administración y, fundamentalmente, un consejo audiovisual...

-Usted perteneció a este último. Se le suele reprochar que sirve para poco.

-Toda Europa los tiene. ¿Ha sido útil el consejo audiovisual? Por supuesto, evitó entre otras cosas que hubiese pornografía a las nueve de la mañana. Ahora bien, desde el primer momento pensé que en el consejo audiovisual sobraban consejeros y que se podía fusionar con el consejo de administración.

-¿Usted ha militado en algún partido?

-Sólo de muy joven, en uno súper minoritario. El trotskismo nos resultaba demasiado instalado. Desde hace muchos años soy de Greenpeace y Amnistía Internacional

-Sin embargo salió elegida concejal de Sevilla por el PSOE en las elecciones locales de 2011, en las que el candidato socialista y actual alcalde, Juan Espadas, sufrió una dura derrota frente a Zoido.

-Sí, me presenté como independiente.

-¿Por qué lo dejó?

-Porque me ofrecieron este puesto, la dirección del Centro de Estudios Andaluces, en el que trabajaba desde 2004, que era incompatible con mi condición de concejal. Yo nunca tuve una relación laboral con el Ayuntamiento, ni dietas, ni coche... Fue un año y medio duro, pero me di cuenta de lo mucho que se aprende de una ciudad desde su Ayuntamiento. Aprendí que es posible llevarse bien con el adversario y me resultaron muy cómodas las relaciones personales. Tengo vocación municipalista.

-Últimamente, muchos periodistas se están pasando a la política. A su manera, son otras puertas giratorias.

-Pues ya vamos tarde. Unamuno decía que en este país sobraban leguleyos en la política. Aquí, un abogado podía ser consejero delegado de la RTVA, pero un periodista no podía ser consejero de Justicia. Ese fenómeno forma parte de la normalización. En verano estuve en Hamburgo y vi que en un restaurante que hay en su Ayuntamiento-Gobierno cuelga un tablón gigante donde se indica quiénes son los representantes públicos y cuáles sus profesiones. Conté cerca de treinta periodistas. ¿Sabe usted cuál fue el primer periodista en el Ayuntamiento de Sevilla?

-¿Quién?

-José Luis Montoya.

-Fue mi profesor de gimnasia en el colegio.

-¡Venga ya!

-Sí, era un personaje: atleta, dandi de barrio, profesor de gimnasia, crítico de flamenco, periodista de ecos sociales, concejal del PP, ... Pero volvamos a usted. Ahora es directora del Centro de Estudios Andaluces. ¿Qué cambios ha introducido?

-Con la crisis hemos tenido que prescindir de los investigadores de plantilla, pero no hemos prescindido de la investigación, la cual la hemos sacado a concurso público y, sobre todo, la hemos sometido a la Agencia Nacional de Evaluación de Calidad y Acreditación (Aneca). En este momento tenemos 12 proyectos sobre realidad social de Andalucía a los que la Aneca les ha dado la excelencia. Además, hemos cambiado la musealización de la Casa de Blas Infante. Uno puede conocer a Blas Infante, pero no lo entiende hasta que no ve su casa.

-Con todos mis respetos hacia Blas Infante, ¿usted cree que los andaluces necesitábamos un padre de la patria? Eso son cosas propias de vascos.

-Esto hay que entenderlo en el contexto de construcción del imaginario de nuestra autoestima. Cuando Andalucía se conformó como autonomía lo hizo frente a otras muy poderosas que reivindicaban de manera victimista sus razones históricas -y algunas veces tenían razón-. Sin embargo, a Andalucía se la relacionaba con los iconos del franquismo, porque nuestra tierra siempre prestó su cultura y sus símbolos a la imagen general de España. Por eso, los andaluces buscaron referentes propios y nombraron un padre de la patria, alguien que afortunadamente no era un racista como Sabino Arana, ni tenía zonas oscuras como algunas figuras catalanas. Blas Infante era un ideólogo, un idealista a la manera de Pi y Margall, más un krausista que un socialista o un anarquista; un filósofo moral que tuvo la virtud de dotar de signos a Andalucía. Gracias a él, la Andalucía que se quería definir más allá de su pertenencia a España, encontró una bandera, un escudo y un himno. La figura de Blas Infante es apasionante entendida como hombre modernista y de su época, con valores como la igualdad, la paz y la bonhomía. Está muy bien elegido.

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