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Sevilla

"El defecto del sevillano es que se conforma con poco"

  • Acaba de cumplir 75 años, lleva 27 al frente de la diócesis hispalense y no ha parado de trabajar este mes de agosto en su último verano oficialmente en activo

Será por su condición de franciscano. Por su empeño en aparcar continuamente la nostalgia y mantener la vista al frente en expresión de futuro. Será por el anhelo de cerrar definitivamente una etapa y abrir otra. El caso es que no se percibe en el cardenal ningún interés por prolongar su estancia en Sevilla más allá de lo que ofialmente disponga Roma, y oficiosamente dicten la Nunciatura y la Conferencia Episcopal en la lotería de equilibrios, coyunturas e intereses. Cuando se acabe Sevilla, se acabó Sevilla. Así lo revela su respuesta a la pregunta sobre sus deseos de recalar de vez en cuando en la ciudad en la que ha ejercido de pastor y gobernante desde 1982. LLeva todo el mes de agosto en activo. Más que ningún agosto anterior. Tan sólo ha podido estar este año cinco días en su Castelgandolfo particular, el convento de Padres Franciscanos de Puenteareas. Los viajes a América han diezmado sus últimas vacaciones en activo. El día en que volvió a Sevilla procedente de Perú, se plantó en la novena de la Virgen de los Reyes bajo los efectos del jet lag. Está imparable. Ayer, 23 de agosto cumplió 75 años. Es la hora de hablar con relajación, de rememorar anécdotas, de repasar cómo es la ciudad a la que ha dedicado casi tres décadas, de simplemente charlar con las fotografías de Juan Pablo II y de Benedicto XVI como únicos testigos. Esta vez no hay golpes de teléfono del secretario personal que apremien a concluir el encuentro al transcurrir los veinte minutos de rigor. Es agosto. El personaje está cercano a la emeritud. No hay prisas.

-Un cumpleaños es la fecha propicia para recibir un regalo.

-Cuando era niño me gustaba mucho celebrar mi cumpleaños y que me regalaran un mecano de esos a los que se les iba añadiendo piezas. Me gustaban los juguetes creativos. Con el paso de los años, la celebración de mi cumpleaños fue desapareciendo. En mis años en Galicia y en otros destinos, la festividad de San Carlos Borromeo desbancó al día del cumpleaños. ¡Y me parece bien!

-¿Se ha sentido cansado en algunos momentos de su largo pontificado en Sevilla?

-Sí, he sentido cansancio físico en alguna ocasión. Pero nada que no se resuelva con una siesta. El cansancio pastoral no lo conozco. En una ciudad como Sevilla, siempre queda mucho por hacer. Cuando uno tiene muchos proyectos en el horizonte, el desánimo desaparece por mucho que haya personas que te fallen, que nos respondan a las expectativas que habías puesto en ellas, o que uno padezca la falta de rapidez en las gestiones.

-¿Con qué se ha reído más en todos estos años?

-Me he reído mucho con la chispa de muchas personas. Una vez me dijo un canónigo en la Catedral: "¡Usted nos ha dejado con las patitas colgando!" Yo no pude aguantar la risa con semejante expresión sobre las patitas. He de reconocer que lo pasé verdaderamente mal. ¡Menudo momento!

-¿Cuándo ha llorado?

-He llorado por dentro muchas veces. Al exterior, nunca. El atentado de Alberto y Ascen me provocó una gran conmoción interior. Visité a sus hijos y jamás olvidaré cómo el niño besaba el retrato de sus padres. En ese momento sentí todo el peso de la injusticia.

-¿Ha conocido el miedo o la soledad en algún momento?

-Miedo nunca he sentido. La soledad física, tampoco. A la soledad del gobierno se acostumbra uno, pero he contado con buenos consultores más allá de los que forman los órganos oficiales. Antonio Domínguez Valverde, José Sánchez Dubé, Javier Benjumea, Juan Balbás, Antonio Granados, Manuel Benigno García Vázquez... Leonardo del Castillo era un buen consultor para asuntos delicados. Recuerdo que Leonardo siempre decía que le daba miedo sentir mucha alegría, porque sentirla podía tener un efecto de evasión. Este mismo razonamiento lo hablé en una ocasión con el Papa, al que, por ejemplo, le dije que tras veintisiete años en Sevilla había pocas cosas ya que me asustaran.

-¿Puede generar una suerte de Síndrome de la Moncloa el hecho de vivir en un edificio como el Palacio Arzobispal?

-He procurado siempre salir de Palacio, y no sólo en el sentido físico. Soy un convencido de que podía ser peligroso estar todo el día en el despacho y no captar lo que ocurriera fuera. Siempre me he apartado de la pastoral del despacho. Hay que trabajar para que la Iglesia esté presente en la familia, en la juventud, en los foros de opinión...¡Es importantísimo estar en los foros de opinión! Pero no yo, sino la Iglesia como tal. Hay que estar tanto en los sindicatos como en la Universidad, pero no para resolver cosas que a la Iglesia no corresponde, sino para estar presentes.

-Usted llegó en 1982. ¿En qué cree que se diferencia la ciudad de entonces a la de hoy?

-La evolución de Sevilla ha sido muy positiva. El año 92 significó una transformación de la ciudad como tal y de la mentalidad. Se demostró la gran potencialidad de Sevilla. Veo a la ciudad con grandes posibilidades y recursos que en 1982 no estaban bien aprovechados. Hay otros aspectos en los que se debe apostar por un mejor aprovechamiento. Recuerdo que hicimos un congreso de educación en Fibes del que se tuvieron que quedar fuera cientos de personas por falta de espacio. Y no se deben olvidar los grandes recursos culturales de la ciudad, sobre todo el Museo de Bellas Artes y los importantísimos archivos que hay en Sevilla.

-¿Con qué sonido se queda de su etapa en Sevilla?

-Indudablemente, con el de las Hermanas de la Cruz cantando en el traslado del cuerpo de Santa Ángela a la Catedral con motivo de su canonización. Y el de la entrada del Señor de los Gitanos en la Catedral.

-¿Y con qué olor?

-Aunque suene a tópico, el del azahar. Me advirtieron que en determinada época del año, Sevilla huele a azahar, incienso y cera. Me he dado cuenta de que es cierto, que no es sólo un recurso poético.

-Usted dejará Sevilla cuando el Papa disponga. A partir de entoces, ¿qué añorará?

-Echaré de menos a las personas. A la gente del Polígono Sur que me abraza y besa cuando los visito. A los disminuidos y a los presos, algunos de los cuales me dicen: "¡Hace tiempo que usted no venía a vernos!"

-¿Volvería a Sevilla en alguna ocasión?

-[Pausa] Sí... Si me invitan, no tendría inconveniente.

-¿Le han molestado alguna vez las habladurías en la ciudad?

-Nunca me han molestado las habladurías. El desempeño de un cargo público obliga a aceptar las críticas, unas veces justificadas y otras basadas simplemente en que hay gente que opina de distinta forma que uno. Una vez llegué a un acto y nada más entrar se me hizo saber que el momento y la hora escogidos eran un error mío porque había gente que no había podido asistir. Le pedí a mi secretario que tomara nota de las identidades de quienes no pudieron acudir al acto para remitirles una disculpa por escrito. Al acabar el acto, mi sorpresa fue que mi secretario me dijo que no había apuntado ningún nombre porque habían acudido todas las personas.

-¿Cuál es el perfil del sevillano?

-El sevillano es cordial. Le gusta la amistad y la comunicación. Su defecto es que se conforma con poco. El sevillano es muy de ciertas preguntas: "¿Pero qué necesidad tenemos de..?" Esto se oye mucho. Por decirlo como en el chiste: "¿Qué necesidad tenemos de ir a los fiordos noruegos si tenemos la calle regada todas las mañanas?"

-¿Usted cree que después de tantos años ha entrado en Sevilla? Se lo digo porque es la expresión que suele emplear...

-No he entrado en Sevilla porque Sevilla es muy grande y compleja en todos los aspectos. He procurado entrar y acercarme a la realidad de Sevilla, así como aceptar a sevillano. Si el sevillano ha tenido que cambiar, no ha sido para darme un gusto a mí, sino para mejorar.

-¿Le han pasado factura sus buenas relaciones con el PSOE?

-Es que en los años que llevo aquí no he conocido otros gobiernos autonómicos que no hayan sido socialistas. En el Ayuntamiento sí los ha habido, y creo que con todos me he llevado muy bien.

-¿Se identifica hoy con el título de Volver a empezar?

-Alguna vez he dicho que me siento muy identificado con la película Sólo ante el peligro. Me impresionó la fidelidad de aquel personaje en el cumplimiento de su obligación, dando una lección a todos. Pero sí, efectivamente, también me puedo identificar mucho con el título de Volver a empezar. A lo largo de mi vida he pasado de estudiante de Medicina al convento, de estudiante de Filosofía en Roma a dar clases a los sordomudos en Madrid, de ejercer de prefecto de una residencia de estudiantes al cargo de provincial, de ser obispo de Tánger a arzobispo de Sevilla. En muchos momentos he tenido que decir eso de Volver a empezar.

-Hay quien sigue defendiendo que usted fue arzobispo de Sevilla muy joven por influencia de Don Juan de Borbón.

-¡Qué va! Yo creo que llegué a Sevilla por una carambola. Tengo esa convicción. Mi nombre estaba en Roma para un fin distinto y relacionado con la congregación de misiones a la que pertenecía. Mi nombre flotaba por allí y de pronto alguién lo sacó. Cre que me mandaron provisionalmente, pero la cosa ha durado hasta hoy.

-¿Tanto impresiona un cónclave o hay mucho de leyenda?

-El cónclave es algo único, absolutamente único, que no se parece en absoluto a ninguna experiencia previa. Impresiona el silencio. Sólo oyes tu nombre y respondes para anunciar tu presencia. Hay algo curioso, que es que uno siempre piensa que su voto va a ser decisivo, por lo que sientes una gran responsabilidad. ¡Y qué absurdo, pues cualquier voto puede ser el decisivo!

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