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Sevilla

La última carta de Saramago

EL lugar lo eligió mi hija Andrea para comer el día de su cumpleaños. Se llama Sabores de Portugal. Yo pedí un exquisito bacalao dourado. En una de las mesas se sentó Pedro G. Romero, que acaba de publicar el libro Las Correspondencias. En otra, acompañado por su esposa, estaba Eduardo Saborido, flamante medalla de la ciudad de Sevilla que también reconoció a Fernando Soto y Paco Acosta.

Salimos de este local que han abierto en la calle Calatrava Alfonso Alves y Carlos Faisca, socios de Loulé, en el Algarve, y esa misma tarde me entero por la radio de la muerte de José Saramago. Sabores y saberes de Portugal. Nadie ha descrito mejor ese paralelismo panibérico entre Sanlúcar de Guadiana y Alcoutim, dos países unidos a diario por un barquero.

Nunca antes había entrado en ese sitio. Y lo hice el día que se murió Saramago. De la misma forma que a la salida del único pleno al que asistí como periodista cuando Alfredo Sánchez Monteseirín presidía la Diputación Provincial se conoció la noticia de que Saramago había obtenido el Nobel de Literatura, que gracias a Pilar del Río se vivió como algo propio, doméstico, puntos suspensivos trazados por un barquero de la palabra que unía los premios de Aleixandre y Saramago.

Reparé en los comensales que ese día acudieron al restaurante Sabores de Portugal. Saborido me presentó a su esposa y me pidió el teléfono de María del Pópulo Antolín para que esta profesora de Latín le transcriba en el latín de Horacio la frase que acompañaba el expediente de sus procesamientos: "La causa de la causa es la causa del mal causado".

Como si Saborido le hubiera pedido prestado el título de su libro, Las Correspondencias, a Pedro G. Romero, el histórico dirigente sindical fue el receptor de la última postal que Saramago envió a la ciudad de Pilar. Para celebrar los 30 años de la Constitución Española, Eduardo Saborido pidió una serie de colaboraciones que la Fundación de Estudios Sindicales y el Archivo Histórico de Comisiones Obreras editó con el título de Reflexiones sobre la Constitución. El propio Saborido se encargó de coordinar el libro con la archivera Eloísa Baena y el profesor Alfonso Martínez Foronda.

La reflexión número 48 la firma Pilar del Río y la titula Buenas noches, buena suerte. Un alegato a favor de la libertad de prensa con el título de la película de George Clooney. Pilar se hizo periodista en La Voz del Guadalquivir, en la calle Aponte, en el mismo edificio donde estaba y está la sede de Comisiones Obreras. Por orden alfabético, la siguiente reflexión lleva la rúbrica del presidente José Luis Rodríguez Zapatero.

Constituciones y realidades. Así titula José Saramago su reflexión. Su aportación figura entre las de la enfermera cordobesa Carmen Santiago Vallecillo y el ex dirigente comunista Jaime Sartorius Bermúdez de Castro. El autor de El año de la muerte de Ricardo Reis dice en su texto que la Constitución portuguesa entró en vigor el 25 de abril de 1976, dos años después de la Revolución de los claveles. ¿Qué fue de Grándola?

Ayer volví por Sabores de Portugal. Fue un buen día para los compatriotas de Saramago. En el primer partido después de la muerte del Nobel le marcaron siete goles a Corea del Norte. No hizo falta recurrir a Eusebio para una remontada como la del Mundial de Inglaterra 66. El equipo que más jugadores aporta a la selección de Corea del Norte es el 25 de Abril. Simple coincidencia de fechas de un club que pertenece al Ejército Popular Coreano.

A su particular consulado gastronómico llegaron para ver el partido Rita y Marta, dos jóvenes portuguesas que estudian Medicina en Sevilla. Marta nació en Lisboa en 1988, Rita en Faro en 1989. Las dos leyeron en el bachillerato, "es lectura obligatoria", la novela Memorial del convento. Ya por gusto de lectoras, leyeron Ensayo sobre la ceguera. No sabían que Saramago se casó con una periodista sevillana, Ginebra de su particular Lanzarote. Los goles de Portugal iban cayendo con una rutina casi administrativa. Sócrates ya no juega en Brasil; ahora gobierna en Portugal.

Pedro G. Romero, el otro comensal del día de la muerte de José Saramago, es amigo de Enrique Vila-Matas, que compartió veladas y simposios con el escritor portugués y siempre comentaba con asombro cómo subía octogenario hasta lo alto de los faros.

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