Crítica de Música

Intensidad del canto desnudo

Como ganadora en su momento del certamen Nuevas Voces de los Amigos de la Ópera de Sevilla, la ucraniana Irina Lévian ofreció anoche el recital con el que la recompensa el Teatro de la Maestranza, con la inmejorable complicidad al piano de Francisco Soriano. Lévian presenta la clásica voz eslava, ancha, de centro poderoso, sobrado volumen, graves bien impostados y de notable resonancia y agudos timbrados, expansivos y de fuerte impacto en el oyente siempre y cuando no se aproximen a la franja superior más comprometida. Frente a la clásica emisión trasera de las sopranos eslavas, la voz de Lévian está bien colocada, proyectada hacia la máscara, sin notas guturales ni ataques rudos a base de golpes de glotis. La técnica de apoyo y de emisión le permite soldar adecuadamente los diferentes registros, sin saltos ni abruptos cambios de color en las franjas intermedias. Únicamente se aprecia la tendencia a descubrir el sonido en las notas de paso, que suenan con menos brillo que las adyacentes. De la misma manera, a veces los ataques iniciales sobre notas agudas en piano quedaron sin definición, como en las primeras frases del tercer y quinto de los Wesendonck Lieder. En este ciclo la soprano se situó con cierta distancia afectiva, sin implicarse a fondo en el fraseo, algo que sí hizo en las canciones rusas de Viardot, con languidez y algunos reguladores espléndidos. Menos convincentes resultaron los fragmentos de zarzuelas, ayunos de gracia en el fraseo.

Soriano prestó una colaboración impecable y brillante, delicada en la pieza de Falla y dramática en las de Viardot.

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