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Crítica de Música

Madurez y juventud románticas

Trece años tenía Mendelssohn cuando compuso el concierto para violín y orquesta de cuerdas que anoche interpretó por vez primera la Sinfónica. Obra irregular de un casi niño en busca de su lenguaje y que se apoya en los códigos expresivos del estilo Bierdermaier que combina el empuje romántico con el respeto a las normas clásicas, pero que en muchos momentos (sobre todo en el Andante) deriva hacia caminos armónicos sin salida y a pasajes que se resuelven de forma abrupta y poco académica.

La versión ofrecida, en general, sufrió de falta de atención a los detalles y a los contrastes, tanto agógicos como dinámicos, instalándose, especialmente en el Allegro molto, en un discurso monótono. Tras una poco refinada exposición del tema del Andante, al Allegro finalle faltó más hincapié en el staccato. Pavaci comenzó con un sonido débil, quebradizo, estridente en la franja superior y con una afinación variable en las notas de paso de los pasajes más rápidos. Mejoró hacia un sonido más definido y nítido en los dos movimientos seguientes. Eso sí, hay que alabar su precisión y virtuosismo en una obra escrita para lucimiento de violín.

Tanto en esta obra como en la segunda sinfonía de Beethoven la orquesta se presentó con un sonido muy empastado y brillante en todas sus secciones, aunque la ya conocida acústica de la sala (pese a quien le pese) no favorece disfrutar en su totalidad de ese sonido refinado. Con Pavaci como concertino la obra de Beethoven se expuso con un rico juego de contrastes en materia de articulación y fraseo, señalando con energía la estructura rítmica (salvo en un Scherzo demasiado cuadrado) y con atención a todas las frases instrumentales.

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