el periscopio

León / Lasa

Tengo coche, pero no mantengo coche

15 de marzo 2015 - 01:00

ES llamativo que una de las características más conspicuas de las sociedades muy desarrolladas es la aversión de grandes capas de su población, incluso de aquellos que podrían hacerlo, a la ostentación innecesaria. Hace tiempo que superaron los dictados de Thorstein Veblen, afortunadamente. Y ocurre también a la inversa: son aquellos grupos sociales menos cultivados o menos favorecidos los que, muchas veces, se empeñan más allá de sus posibilidades en demostrar que pueden pagar bodas ostentosas o conducir bugas verdaderamente horteras. La ordinariez y la inseguridad pueden ser casi tan infinitas como el universo. Fue por primera vez en 1984, en la entonces mucho más avanzada Alemania Occidental, cuando observé un fenómeno desconocido entre nosotros: se podían compartir coches para viajar entre distintos puntos del país: eran los mitfahrzentralen. Uno acudía a una oficina de las que gestionaban estas actividades (en tiempos sin internet... no hace tanto) y se informaba sobre quién, cómo, cuándo y adónde viajaba en coche adónde por la mitad del precio de un billete de tren. En aquellos tiempos de tiesura se me antojó un invento excelente (pero inaplicable en la España de 1984). Que en algunas cosas hemos evolucionado y hemos dejado atrás la sociedad ranciofacts lo demuestra el creciente desapego de los jóvenes por el coche como objeto de culto, y el desarrollo de eso que se ha dado en llamar economía colaborativa, esto es, el compartir e intercambiar bienes y servicios a través de internet. Poseer, parece ser, cada vez es menos fashion.

Tomemos, por ejemplo, el coche. Se calcula que el mantenimiento medio de un vehículo al año -impuestos, averías, multas, seguros y demás- ronda los dos mil euros. En comparación a esos gastos fijos elevados, los variables (como echar gasolina, lavarlo) pueden antojarse relativamente baratos. Forma parte de la engañifa. Cada vez son más las personas que se cuestionan la racionalidad de tener un coche aparcado para usarlo de manera muy puntual, una vez que el factor ostentación cada vez está más devaluado. De ahí el incremento de plataformas digitales que facilitan, de una u otra forma, el compartir y optimizar la propiedad o no propiedad del vehículo. No hablamos únicamente de Blablacar (que gestiona el compartir trayectos exactos entre poblaciones: ¿por qué, sobre todo la gente joven, ir con el coche vacío si se pueden sacar unas perrillas?) o la más polémica Uber, sino también, para aquellas personas que, como conductores, utilicen el vehículo muy ocasionalmente, unas horas, las llamadas empresas del car sharing. Auguro un brillante futuro a muchas de estas, como Bluemove o Clickcar porque los tiempos que corren y las generaciones que vienen ya no son de mitificar inútilmente la posesión de objetos que, en otros tiempos, demostraban status. Viva el pragmatismo.

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