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Un acto de justicia con el hospital de la Caridad

  • Recorrido. Antonio del Junco realiza en su último libro un paseo fotográfico por la Caridad, un viaje a la Sevilla del XVII, al espíritu de Miguel Mañara y los cuadros de su amigo Murillo

Antonio del Junco, con Eduardo Ybarra, hermano mayor de la Caridad. A la izquierda, retrato de Miguel Mañara.

Antonio del Junco, con Eduardo Ybarra, hermano mayor de la Caridad. A la izquierda, retrato de Miguel Mañara. / gabriel mármol torres

En menos de una década, Sevilla conmemora el cuarto centenario de tres de sus hijos más preclaros. Vidas entrelazadas, por orden cronológico, de Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), Juan de Valdés Leal (1622-1690) y Miguel Mañara (1627-1679), que se unen en el Hospital de la Caridad. Trazos del destino que ha captado, en su afán por atrapar el tiempo, Antonio del Junco (Sevilla, 1957) en su libro Un Paseo por el Hospital de la Caridad. Un envite de la conservadora Marisa Caballero.

El libro se presentó ayer en la iglesia de San Jorge que Mañara incorporó a su compromiso con los más desfavorecidos sobre naves de las Atarazanas. Las veces de anfitrión las hizo Eduardo Ybarra, hermano mayor de una institución que data del siglo XV y cuyas reglas renovó el propio Mañara en 1662. Ese año toma las riendas de una corporación que nació para dar sepultura a los ajusticiados y a los ahogados en las crecidas del Guadalquivir.

El libro se presentó en la iglesia de San Jorge que Mañara le ganó a las Atarazanas

De la treintena de libros que ha publicado el fotógrafo humanista Antonio del Junco, todos tratan sobre Sevilla "salvo uno que le dediqué a Venecia". Un puente con la muerte de la novela de Thomas Mann y la película de Visconti, música de Mahler, en un ámbito donde se vive un diálogo sin tapujos con la muerte. En la sala De Profundis, donde también ha entrado la cámara del fotógrafo, los entierros de hermanos y de acogidos todavía remiten al cortejo funerario como se hacía en el siglo XVII. También la vida vuelve a esos años oscuros y luminosos, como las Postrimerías de Valdés Leal. "Los rosales son los mismos que plantó Mañara hace 390 años".

El libro es un paseo fotográfico, un hito fundamental en la bibliografía de este corazón de las virtudes de la ciudad que se añade al catálogo de su patrimonio artístico que realizó Enrique Valdivieso en su doble condición de especialista en el Barroco y de hermano de la Caridad. Uno de los 515 que se turnan para atender a los 75 acogidos.

El libro no es un libro más porque entra donde casi nadie ha entrado. "He subido a las cubiertas, he fotografiado los azulejos del campanario". También accedió a los cuartos donde residió Mañara cuando abandonó la casa-palacio donde nació, que fue un colegio con su nombre a cuyo alumnado perteneció Alfonso Guerra, incondicional de la música de Mahler y la película de Visconti.

El libro muestra la cripta donde quiso que lo enterraran Miguel Mañara "en la entrada para que todos lo pisaran". A la entrada, los dos fogonazos del último requiebro de Valdés Leal. Mañara fue amigo de Murillo, que se hizo hermano de la Caridad y recibió de aquél el encargo de ilustrar en una serie de lienzos las obras de la Misericordia. Casi todos fueron expoliados en 1812 por el mariscal Soult. Los dos que se salvaron, Moisés haciendo brotar el agua de la roca y La multiplicación de los panes y los peces, se pueden ver en su imponente presencia en la llamada Sala de la Virgen mediante un montaje expositor diseñado por el estudio de arquitectos Rubiño García Márquez. Dar de beber al sediendo, dar de comer al hambriento en la pedagogía plástica de Murillo siguiendo las instrucciones de Miguel Mañara.

La vida de Mañara es la historia de un desclasamiento. Nació el año que muere Góngora, el poeta cuyo legado convocó a los poetas del 27. "Este libro es una mirada poética y muy personal del Hospital de la Caridad", explica Antonio del Junco. "El ámbito, los cuadros, el silencio de los patios o los rosales están muy bien, pero aquí lo que sobrecoge es que todavía pervive el espíritu de Mañara, su entrega a los pobres". Un darse sin nada a cambio que fructificó en esta alianza entre el benefactor y los artistas.

En segunda línea de cortejos de turistas, detrás de la plaza de toros y del teatro de la Maestranza, de los mitos de Pepe Hillo y Carmen la Cigarrera, el Hospital de la Caridad sigue siendo ese gran desconocido de Sevilla. Como la esencia de lo que significa la Caridad, que moviliza sin ornato ni privilegios a medio millar de sevillanos de distinta condición que hacen ni más ni menos lo que decían los cuadros de Murillo hace tres siglos y medio, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento. Y descanso eterno con los mismos honores al principal como al más mísero.

El libro está lleno de rincones y recovecos, una de las especialidades de este alma curiosa con calle en su barrio de Heliópolis. Uno de ellos lo apunta Enriqueta Vila. La americanista se detiene en un enterramiento junto al altar de la iglesia de San Jorge, cerca del impresionante retablo con el Descendimiento. "Ahí está enterrado Bernardo de Valdés, un comprador de oro y plata que llegó a estar al mando de la Casa de la Moneda", dice Enriqueta, buena estudiosa además de la estirpe indiana de los Mañara.

"La familia de Valdés quiso que lo enterraran con el arma de nobleza, pero Mañara dijo que ni hablar". En la parte externa del enterramiento, que fotografía Del Junco, aparecen símbolos relativos a la vida de Jesucristo. El libro es una guía material para adentrarse en el fascinante mundo inmaterial de uno de los personajes de la ciudad y de su tiempo. La cámara, volviendo al símil de Visconti, empieza en la calle Temprado y muestra las dependencias del espacio que se ganó a las Atarazanas. La cámara sale a los jardines presididos por la estatua del posible inspirador del mito de Don Juan en las creaciones teatrales de Tirso y Zorrilla.

El libro gráfico sobre el Hospital de la Caridad se puede ver y leer como un hito más de los actos conmemorativos del cuarto centenario de Murillo, presente en las copias de sus dos obras maestras hasta que vuelvan de la vecina exposición. Un viaje a la Sevilla del XVII, el siglo de Oro de la ciudad que se quedó sin Plata.

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