Agricultura ecológica: su lado ‘B’

El control biológico es una estrategia que protege los cultivos y preserva la salud de productores, consumidores y del entorno

Invernadero.
Invernadero.
Andrés Góngora
- Secretario Provincial de COAG Almería y Responsable de Frutas y Hortalizas de COAG

29 de septiembre 2025 - 21:01

El concepto “sostenibilidad”, la palabra “sostenible” está ganando protagonismo en nuestra sociedad y entre el sector agrario. Lo sostenible está de moda. Se habla de respeto al medio ambiente, de producción responsable, huella hídrica reducida. Sin embargo, es fácil confundir conceptos. Cuando leemos “sostenibilidad”, nuestra mente nos conduce directamente hacia imágenes de huertos, agricultura ecológica donde todo es verde y no existen plagas ni trabajo sucio, todo es limpio y 100% reciclable. Pero también lo ecológico tiene su lado ‘B’, lo que nos lleva a la necesidad de ampliar el término sostenibilidad más allá de la práctica meramente ecológica. Y la diferencia no es menor. Los conceptos están, en la actualidad, tan confundidos, sobre todo a pie de calle, entre los consumidores que a todos nos viene bien darnos un baño de realidad, en este sentido. Para empezar, debemos tener claro que la producción ecológica está sometida a un estricto control institucional, debiendo someter sus prácticas agrarias a lo que se establece en el reglamento europeo que la regula; esto es: uso limitado de fitosanitarios, fertilización natural, certificaciones, etiquetado transparente, entre otros requisitos. Así, sin cumplir esos criterios, un producto puede ser respetuoso, integrado y presentar cero residuos, pero, no puede ser comercializado como ‘ecológico’. Entonces, si ya existen cultivos que presentan todos estos beneficios sin tener que someterse a la reglamentación ecológica; ¿cuál es el atractivo de la conversión hacia producciones ‘eco’?

¿Rentabilidad garantizada?

Uno de los factores más atractivos de la agricultura ecológica es su ventaja comercial, algo que hoy en día se encuentra en entredicho. En un mercado cada vez más saturado de mensajes verdes, la etiqueta “eco” puede parecer un valor seguro en cuanto a rentabilidad, el mayor escollo para un agricultor que quiera poder vivir de su trabajo. Así, a menudo se asocia a un mayor precio de venta.

Desde organismos internacionales, como la FAO o la Comisión Europea, se reconoce que la agricultura ecológica puede ser más rentable en determinadas condiciones, por ejemplo, cuando existen primas de precio estables, ayudas públicas o mercados consolidados. Sin embargo, el agricultor que está iniciando la conversión o pensando en ponerla en práctica en su explotación, no debe dejarse deslumbrar por estrategias de marketing o los valores de abstractos del mercado. Debe enraizarse bien en su tierra y tener en cuenta, en contrapartida a ese beneficio en el precio de venta, cuestiones como que durante los primeros años de conversión los rendimientos por hectárea suelen ser más bajos; que la práctica ecológica conlleva costes más altos de producción; así como de certificación y de gestión. La inversión, la adaptación técnica y el acceso a un canal de comercialización diferenciado son variables determinantes a la hora de poder acceder a los beneficios últimos de rentabilidad de los productos ‘eco’.

En este sentido, es aconsejable imaginarse también los peores escenarios. Por ejemplo, ¿qué pasaría si desaparecieran las ayudas institucionales o si se redujera la diferencia de precio? Investigaciones recientes de diferentes universidades europeas y americanas están ya señalando que la rentabilidad de lo ecológico está estrechamente vinculada al apoyo institucional. Si este se reduce, o si el mercado se satura, muchos productores/as podrían verse en serias dificultades para mantener el modelo.

Las preguntas correctas

La cuestión clave aquí sería: ¿hay suficiente demanda real para absorber nuestra producción? En 2023, el mercado ecológico español alcanzó los 2.916 millones de euros, con un crecimiento del 9,8 % en valor, pero una caída del 4,2 % en volumen de verduras, según datos oficiales. En nuestro país, el gasto medio en producto ecológico por habitante es de apenas 60,65 € anuales, muy lejos de países como Suiza, donde las estadísticas sitúan el desembolso anual en unos 437 €; o Dinamarca, con unos 365 €. La cuota del gasto ecológico en alimentación es del 3,36 %, bastante inferior al promedio de la UE que se sitúa en el 4 %.

Mientras tanto, la producción sigue creciendo a mayor ritmo que el consumo interno. España lidera en superficie ecológica con casi 3 millones de hectáreas (12,5 % de la SAU -Superficie Agrícola Útil-) y produjo en 2023 cerca de 5 millones de toneladas ecológicas, un 47,9 % más que el año anterior. Buena parte de esa producción se exporta, lo que arroja una idea del desajuste entre oferta y demanda, a escala nacional.

En este sentido, algunos operadores ya alertan sobre la ‘banalización del producto ecológico’ pues parte de su excedente se destina a la comercialización a través de canales convencionales, con lo que el valor añadido de su sello permanece en la sombra, conduciendo inevitablemente hacia una sutil devaluación. Esto erosiona el mercado y minusvalora sus etiquetas.

La practicidad de lo ético

La fuerte conciencia sobre los entornos rurales y naturales es una seña del sector agrario pues siempre hemos vivido en simbiosis con ellos. Nuestros cultivos están en conexión con la fortaleza de nuestro entorno, dependen de ella. Por eso, el peso de la decisión final, normalmente, se ve influenciada por cuestiones relacionadas con la responsabilidad personal. Así, evitar la exposición a productos fitosanitarios, mejorar el entorno de trabajo o responder a una demanda social creciente que reclama el cuidado de los espacios naturales, son algunos de los argumentos, de peso, que inclinan la balanza hacia lo ecológico. Y que reafirman el componente ético y de salud pública, así como lo irrefutable de sus argumentos. Estando de acuerdo en todo ello, debemos volver a incidir en la idea de que, si la conversión no va acompañada de un canal comercial sólido y una rentabilidad viable, el riesgo de no poder llevarla a cabo o de no poder mantenerla es alto con lo que, a nivel agrario, se estaría perdiendo más de lo que se ganaría de consumarla.

Al final, la pregunta no es solo si el campo andaluz debe ir hacia lo ecológico, sino para qué, cómo y en qué condiciones. Porque lo ecológico, para ser de verdad sostenible, debe ser también viable y rentable para el/la agricultor/a. Sería injusto afirmar que la agricultura ecológica en Almería, y en Andalucía, ha tocado techo. Pero su crecimiento no debería ser automático ni a ciegas. En ese deambular sin proyección de futuro quedan incluidas también políticas agrarias que son diseñadas desde los despachos de Bruselas, desconectadas de la realidad del campo y respondiendo a necesidades políticas con las que no se llena el plato de comida de cada día.

La Política Agraria Común (PAC) y los objetivos europeos —como alcanzar un 25% de superficie ecológica en 2030— esconden una advertencia: crecer sin demanda puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Y es que dentro de la evolución agraria que estamos viviendo, estaríamos jugando en nuestra propia contra si no contempláramos todos los posibles escenarios. ¿Se podrían alcanzar los mismos efectos en cuanto a la salud, sostenibilidad y valor comercial si aplicamos prácticas agrarias sostenibles que si nos sometemos a un reglamento estandarizado que ni siquiera toma en cuenta la identidad de cada territorio? A día de hoy, todo apunta a que así es. Son las explotaciones gestionadas desde el sentido común y el respeto al territorio el futuro de agricultores/as concienciados en un cultivo sostenible, nutritivo y saludable.

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