Arturo Moya, el hombre de los consensos
El fallecimiento de un amigo nos conmueve siempre y evoca recuerdos entrañables, convertidos en lo mejor de nuestras vidas: lo que aprendimos con ellos, lo que pudimos hacer juntos. Es lo que me pasa hoy con la desaparición de Arturo Moya Moreno. Aunque hasta donde pudimos indagar no nos unía ningún parentesco, nos decíamos primos porque así empezó a llamar él a mi hermano Juan, que fue quien nos presentó hace 25 años. Hay vínculos más fuertes que la sangre; con Arturo compartía los principios. Ambos teníamos una formación católica que practicábamos y proclamábamos con orgullo. Con actitud de servicio.
Su relación, como diputado de UCD por Granada y consejero personal, con Adolfo Suárez y Fernando Abril Martorell en la Legislatura que propició la Constitución y los Pactos de la Moncloa le aportó para el resto de su vida un merecido prestigio de hombre de consensos. Donde quiera que hubiese un conflicto o un encono, llamaban a Arturo para desfacer agravios y enderezar entuertos. Y aunque él tenía sobre todo el perfil idealista y tenaz de don Quijote, también disponía de la empatía y el pragmatismo de Sancho Panza. Virtudes que le llevaron a trabajar con el cura García Vázquez en la creación de Forja XXI. Un hermoso proyecto para la formación de personas, para su desarrollo, para la igualdad, desgraciadamente arruinado por la incompetencia de sus últimos gestores. Los recuerdos de las conversaciones de Arturo con Manolo García Vázquez, después de aquellos primeros comités ejecutivos son uno de los mejores patrimonios de mi vida. ¡Cuánto aprendí de los dos!
Su condición de hombre bueno le llevó a interpretar múltiples papeles en los más variados campos profesionales y empresariales. En los 80, se puso a las órdenes de don Carlos Amigo, para intentar salvar el proyecto mediático de la Iglesia, El Correo de Andalucía. Llegó tarde y no pudo encauzar El Correo, en la senda que el cardenal y Arturo deseaban, pero como siempre puso todo su empeño en la misión.
Su paso por el mundo empresarial también tuvo éxitos; algunos con Manuel Prado y Colón de Carvajal. Una muestra destacable es su ejercicio como presidente de la Cámara de Comercio de Sevilla, en 1993. Fue breve, pero significó un impulso importante. La dotó de un órgano, la Corte de Arbitraje, que a la larga ha sido de gran utilidad en los conflictos mercantiles. Su idealismo le llevó a acometer proyectos cargados de malos presagios, como su aventura política en la Coalición Andalucista de 1994. De nuevo mediador, ésta vez entre Rojas Marcos y Pacheco. Cuando le decía que veía aquello inviable, me contestaba el Alonso Quijano que llevaba dentro: “de acuerdo, primo, pero hay que intentarlo”.
Cuando en los 2000 los empresarios de Marbella no sabían cómo salir del caos urbanístico en el que se había convertido la ciudad, en la guerra desatada por el ‘gilismo’ contra la Junta, acudieron a Arturo. Su misión en esta ocasión era entrar en aquel avispero para intentar sacar adelante un plan de ordenación urbana sensato que diese seguridad jurídica a todas las partes. Se enfrentó a los molinos de viento y no lo consiguió.
Su vida, llena de lances políticos, empresariales e intelectuales, su talante componedor, se quedaban atrás cuando presumía. Se vanagloriaba de ser amigo, de ser padre y de ser marido. ¿Verdad, Marifer? Su inteligencia se puso una vez más de manifiesto cuando vio que su vida se iba apagando. Se refugió en el Castillo de Las Guardas, para vivir la sentencia de su admirado Gabriel García Márquez: “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad". Yo lo despido ayudado por Lorca y Manrique. Fue un andaluz claro, tan rico de aventuras, que aunque la vida murió nos deja el consuelo su memoria. Descansa, Arturo, en La Paz del Señor y hasta que nos veamos.
Arturo Moya Moreno falleció en Sevilla el pasado 25 de diciembre a los 73 años.
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