"El Rey me preguntó por mi hija"

Francisco Miranda fue uno de los que rescató a los dos heridos Recibió la medalla al mérito civil de manos de Felipe VI

"El Rey me preguntó por mi hija"
"El Rey me preguntó por mi hija"
Fernando Pérez Ávila Sevilla

08 de mayo 2016 - 05:04

Intentar elaborar un artículo del aniversario del accidente del Airbus A400M que aporte algo y vaya más allá del mero refrito de informaciones publicadas un año atrás no resulta fácil. El periodista se encuentra puertas cerradas por todas partes. La primera, la de la empresa. Cuando a un portavoz oficial de la misma se le pregunta por los supervivientes y se le traslada el interés del periódico en hacerles una entrevista a alguno de ellos, o a los familiares de las víctimas, recibe una respuesta abrupta. "Como usted comprenderá, los supervivientes no están para entrevistas. No vamos a poner a nuestros compañeros ante los micrófonos".

Ni ante una libreta. Ni siquiera ante una simple conversación telefónica con un par de preguntas. Nada. Recurrir a vías extraoficiales a veces funciona. De hecho, hace un año fue clave la información que los distintos miembros de la tripulación habían publicado en sus distintos perfiles de redes sociales para poder elaborar un perfil más o menos aproximado de los mismos. Pero esta vez tampoco hay suerte. Ni los familiares ni los supervivientes contestan a los mensajes dejados por el periodista en distintas cuentas.

Una opción alternativa es la vía judicial. Comprobar cómo está la investigación abierta tras el accidente y ver qué avances se han producido en este año. Resulta que no hay ninguno. La instrucción del caso va lentísima y está paralizada a la espera del informe de Aviación Civil sobre el siniestro, que en teoría debe seguir en proceso de elaboración. La última noticia sobre las causas del accidente data de principios de junio, cuando Airbus informó de que el avión sufrió la congelación de la potencia de tres de los cuatro motores.

El aparato estaba preparado para hacer un aterrizaje de emergencia con un único motor funcionando y así lo intentó el piloto, que dio la vuelta nada más despegar del aeropuerto de San Pablo y dirigió la aeronave hacia un campo cercano para no chocar contra las instalaciones de Coca-Cola o contra el centro comercial The Style Outlets, que aquel sábado 9 de mayo estaba a rebosar de gente. Pero el avión impactó contra unos cables de la luz, derribó dos torretas y terminó chocando contra el suelo.

Lo hizo en la finca La Florida, aproximadamente un kilómetro a la espalda de la fábrica de Coca-Cola. Fallecieron cuatro de los ocupantes: el piloto, Jaime de Gandarillas; el copiloto, Manuel Regueiro; y los ingenieros Gabriel García y Jesualdo Martínez. Dos de los tripulantes sobrevivieron: el mecánico Joaquín Muñoz y el ingeniero de vuelo José Luis de Augusto.

Paralizada, por tanto, la vía judicial, quedaban como única opción los testigos. Uno a uno fueron declinando la invitación de este periódico. "Yo ya quiero pasar página en este asunto", dijo Gabino Álvarez, un bombero que aquel día pasaba por allí con su bicicleta. Sin embargo, se mostró dispuesto a hablar si los dueños de la finca cercana, los hermanos Aguado, accedían. No accedieron ni a devolver la llamada al periodista. "Ya le anticipo que no van a querer. Lo han pasado muy mal y es hora de pasar página", dijo la persona que atendió al teléfono en el bufete de abogados que dirige uno de los hermanos. Pasar página. La misma expresión que el ciclista. En el fondo persiste aún una extraña polémica sobre quiénes fueron los que de verdad rescataron a los heridos. Algunas fuentes, siempre sin dar la cara, apuntaron que las personas que el primer día aparecieron en las fotos fueron los últimos que llegaron.

Francisco Miranda Escudero es el único que se presta a atender a la prensa libremente. Es el guarda del coto de caza, lleva ocho años trabajando para la sociedad de cazadores de La Rinconada y aquel día estaba muy cerca del lugar en el que cayó el avión. Iba con su hija, de 11 años, porque ese sábado habían ido a ver a unos perros que tienen en una casetilla situada a aproximadamente un kilómetro del sitio del accidente.

Vio cómo el avión le pasaba a escasos veinte metros de altura por encima de su cabeza, vio cómo cortaba los cables de electricidad dejando a toda Carmona sin luz y lo vio estrellarse. "Pensé que no habría supervivientes pero entonces vi a uno que salía por la ventanilla y saltaba". Entonces se acercó. Dejó el coche aparcado con su hija dentro porque pensó que no podría cruzar por encima de los cables de la luz con el vehículo. Lo hizo a pie, saltando. Llegó hasta el lugar en el que permanecían los heridos y arrastró al mecánico, Joaquín Muñoz, unos treinta metros. "Era una persona muy gruesa, pesaba mucho y era imposible alejarlo más".

Aquella acción le valió el reconocimiento de las distintas autoridades y la medalla de la orden del mérito civil, que recibió de manos del Rey Don Felipe en el Salón de Columnas del Palacio Real el 19 de junio de 2015. Junto con él la recibieron Alfonso Manuel Alba Martín, Gabino Álvarez Fernández y los hermanos José y Manuel Aguado Prieto-Carreño.

"El Rey estaba informado de todo. Me preguntó hasta por mi hija. Estuvo hablando un rato con cada uno de nosotros", dice el guarda, que hoy recorre las casi 7.000 hectáreas que tiene a su cargo en un quad. Su hija lo pasó mal aquel día. Un equipo de psicólogos la estuvo atendiendo en el lugar de los hechos. "Por eso yo no salí en la foto con Rajoy", explica, "porque estaba con mi niña, que era lo más importante en aquel momento".

El que sí salía en la foto con el presidente del Gobierno es su compañero, al que la polémica sobre quién llegó antes al lugar de los hechos dejó sin la medalla al mérito civil. Este hombre contempla la entrevista a Miranda, realizada a pocos metros de donde cayó el avión, pero no quiere intervenir ni se deja fotografiar. "Prefiero no saber nada de esto", apunta, sin bajarse del coche. Miranda tercia. Explica que su compañero está dolido por lo ocurrido. "Si salió en la foto aquel día fue porque los mismos guardias civiles nos dijeron que alguien tenía que quedarse porque iba a venir el coronel de la comandancia a saludarnos y que luego vendrían los políticos. No por vanidad ni por ponerse mérito. Los otros ya se habían ido".

El hombre que se quedó sin medalla conoce además a uno de los supervivientes, José Luis de Augusto, con quien coincidió en el colegio. A Miranda lo llamó el padre de este ingeniero de vuelo, que ha quedado en una silla de ruedas. "Me dio las gracias y me emplazó un día a tomar un café y conocernos", cuenta. "Sé que lo está pasando mal porque quedarse con 32 años en una silla de ruedas es muy duro, pero al menos puede decir que está vivo y su madre puede verlo todos los días".

El guarda señala la zona en la que cayó el avión. Se ve claramente en mitad del campo porque no ha crecido vegetación alguna en el último año. La tierra está más dura, como cristalizada, y sigue habiendo restos de fibra de carbono esparcidas por el terreno. En las inmediaciones no hay nada sembrado porque puede el suelo puede estar contaminado. Los cables de la luz han sido sustituidos y los postes también, después de haber estado un tiempo con estructuras provisionales.

Sostiene Miranda que la vida no le ha cambiado mucho tras el accidente. "Trabajo aquí todos los días", cuenta, y se ríe. Eso sí, algo de miedo a montarse en un avión tiene. "Y mi hija igual, que cada vez que pasa uno por encima se queda esperando que termine de pasar. Le va a costar subirse a un avión. Eso se queda aquí", añade, señalándose la cabeza con los índices.

De aquel día recuerda también una anécdota con el servicio de emergencias sanitarias del 061. Miranda se había cortado en una mano el 1 de mayo, nueve días antes del accidente, y le habían aplicado 35 puntos de sutura. Al rescatar al mecánico, la herida se le abrió y se le soltaron algunos puntos. Además, se le mezcló la sangre con arena y suciedad. Fue a una de las ambulancia del 061 a que le limpiaran la herida y se la volvieran a coser y se encontró con una sorpresa. "No pudieron. No tenían ni mercromina. Me dijeron que ellos no curan cortes, sino que salvan vidas". Y realmente es así. Aquel 9 de mayo, con la ayuda de unos guardas de campo, salvaron dos.

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