Río arriba
Recorrido en una patrullera de la Guardia Civil por uno de los puntos más calientes de entrada de droga en España
"Ten cuidado, que como te caigas te transformas". "Sí, Godzilla salió de un sitio parecido". "Yo desde luego no me comería nada que saliera de aquí... Ni me bañaría, ni pescaría". Bromeamos con un experimentado agente de la Guardia Civil a bordo de la patrullera Río Agueda que remonta este caudal chocolate que es el Bajo Guadalquivir, territorio comanche, un escenario hermosísimo y salvaje que se extiende a lo largo de 100 kilómetros, los que separan Sanlúcar de Barrameda de Sevilla a través de un río navegable repleto de caños y escondrijos casi diseñados ex profeso para el camuflaje.
Por esta vía de agua sin casi oxígeno, uno de los ríos más turbios del mundo, entra gran parte del hachís que llega a Europa proveniente de Marruecos. En sus aguas arenosas se libra cada día una lucha desigual entre las mafias del narcotráfico, con más medios, más personal y más dinero, y las fuerzas de seguridad del Estado. Aunque los traficantes prefieren el mal tiempo, la marejada en el Estrecho que camufla sus lanchas semirrígidas entre las olas y las convierten en casi indetectables para el SIVE, en las últimas semanas se está produciendo un aumento en el número de alijos interceptados en la desembocadura. Toneladas de hachís recorren 100 millas desde las costas marroquíes hasta la provincia a 60 nudos de velocidad en potentes gomas de 13 metros de eslora y tres motores de 350cc en apenas dos horas. El 90% del hachís que entra en España lo hace por Andalucía, y la mayor parte por las costas gaditanas, Sanlúcar y Campo de Gibraltar básicamente. A lo largo del pasado año en toda España se intervinieron un total de 372.901 kilos de droga. El 40% fue incautado en la provincia de Cádiz, es decir, 149.160 kilos. Y eso que lo que se alija apenas supone el 20% del volumen del negocio narco.
En Sanlúcar, con una tasa de paro del 43%, el pueblo más pobre de España, según Hacienda, una clasificación que causa risa en una localidad con un altísimo censo de vehículos de alta gama, la vigilancia es de ida y vuelta. Cuando salimos del puerto de Chipiona a bordo de la patrullera perteneciente al Servicio Marítimo de la Guardia Civil, que este año cumple el cuarto de siglo de vida, los agentes advierten que hasta desde algunas terrazas de los edificios más altos que se alzan junto a la playa de Las Piletas se colocan los denominados puntos para alertar a los narcos de que hay ropa tendida. "Controlan los relevos que tenemos que hacer en Cádiz, en Puntales", cuenta un cabo de la Benemérita. En ocasiones, mientras pasan por el puerto de Bonanza "nos siguen en moto para ver si nos adentramos en el río o damos la vuelta".
Antes, los motores de las gomas se oían pasando por Bonanza o La Colonia, sobre todo al caer la tarde. Actualmente los alijos se producen a plena luz del día. "Hay gomas -comenta el piloto de la Río Agueda- que se quedan a diez millas de la desembocadura y pasan la droga a pequeños barquitos de pesca para pasar desapercibidos. Así la introducen por los canales del río y las llevan hasta tierra para transportarlas en todoterrenos". O a yates. "Cuando abordas un yate y el tipo, en plan pejigueras, te dice quítese los zapatos que me estropeas la moqueta, es que no hay ná. Pero si el tipo es superamable, señor agente, empieza a sospechar que ahí hay fechoría. No es siempre así, pero a veces funciona".
Durante nuestra subida hacia Isla Mayor pasamos entre las boyas que señalan el canal de navegación, un espacio que está prohibido ocupar bajo pena de multa de hasta 3.000 euros. "Es como ponerte en medio de una autopista". De hecho, una barquita ya se ha colado en el canal. "Le voy a denunciar por pescar en la caná", le alerta el sargento a voces, mientras el patrón del barquito maniobra hacia el exterior del canal. "El canal es donde hay más calado y, por tanto, más peces -explican-, pero vamos, que también los hay diez metros más para allá. No se dan cuenta de que se te pueden cruzar y te las llevas por delante".
Pero cuando cae la noche los márgenes se difuminan. La oscuridad hace que el más mínimo despiste pueda provocar que la patrullera se quede varada en el fango de la orilla. Y eso que la Río Agueda está equipada con la última tecnología en navegación, con sonar, GPS, propulsión de Roll-Royce que le permite alcanzar los 36 nudos de velocidad y una autonomía de 570 millas. No es una mala patrullera. A esa velocidad, sin embargo, resulta imposible alcanzar a las gomas de los narcos, que prácticamente vuelan sobre las olas a 60 nudos (111 kilómetros por hora) gracias a sus tres motores. "Nuestras gomas tienen dos motores, pero ellos le meten un tercero sobre todo para alcanzar mayor potencia en la salida, porque luego prácticamente no se nota", relatan.
Además hay que tener en cuenta que el Servicio Marítimo de la Guardia Civil se encarga de vigilar una amplia franja que va desde Barbate hasta Sevilla, muchas millas para echar el guante a narcos a bordo de sus potentes embarcaciones. Las gomas pueden costar de 120.000 euros hasta 250.000 equipadas ya con sus motores, y sus propietarios no tienen problemas en abandonarlas, en meterles fuego o en rajarlas para que la Guardia Civil no pueda hacerlas cambiar de bando. Algunas, como la que se interceptó el día que realizamos este reportaje, resultan espectaculares a simple vista, con 13,5 metros de eslora y capaces de transportar hasta dos toneladas de hachís. El negocio es tan redondo que no les importa perder una de estas embarcaciones cada poco tiempo. Los motores se cambian cada diez viajes como máximo. Cada uno puede costar unos 20.000 euros, y la potencia que otorga a las gomas en su salida es tal que llegan a inclinarse 45º sobre las aguas abriéndolas en canal y dejando su huella por unos momentos.
"Esto sólo funciona con información. Como por velocidad no les vamos a pillar, si recibimos un soplo, lanzamos un cable entre dos puntos del río. A partir de ahí, esperamos. Puede que la hélice de la goma se enganche en el cable o puede que no, pero no existen muchas más técnicas para detenerlas. Nuestros radares pueden detectar una goma, pero no hay capacidad de reacción. Va a durar en el radar no más de dos minutos".
La patrullera sube a menor velocidad porque el río baja a seis nudos. En la orilla izquierda, el Coto de Doñana, majestuoso abriéndose al océano; en la derecha, a veces se divisan naves y construcciones muy rudimentarias, algunas de las cuales sirven puntualmente como guarderías a los narcos, según cuenta la propia Guardia Civil. Por guardar la droga reciben una cantidad que varía según los días y la cantidad. Cuanto más se sube, la droga más aumenta su valor. Algunas gomas, las que cuentan con los pilotos más osados, esos que están acostumbrados a sentir los patines del helicóptero de Vigilancia Aduanera en el cogote, pueden llegar hasta las mismas puertas de Sevilla. Otras desembarcan en Coria, Lebrija, Trebujena, o incluso avanzan por afluentes, como el Guadiamar, que marca el inicio de la Isla Mayor.
"Este es un lugar clave de alijos porque el caño llega hasta el dique de Isla Mayor", reconoce uno de los agentes. El lugar está claramente delimitado. Se llama Brazo de la Torre y, paradójicamente, lo señala un edificio en ruinas que se levanta sobre la orilla y que hace décadas, muchas décadas, fue un cuartel de carabineros. Controlaban a los contrabandistas. Los contrabandistas de hoy en día son mucho más sofisticados. Y, sobre todo, mucho más rápidos.
El Guadalquivir es un foco de actividades ilegales. Algunas reportan beneficios millonarios, otras, como la pesca ilegal de angulas, da para ir tirando. Las angulas se capturan con unas barquitas llamadas camaroneras que ni están matriculadas ni tienen registro, pero, sin embargo, están censadas: hay 81, la mayor parte de ellas en Lebrija, 49, y luego en Trebujena, 21. Camaroneras para echar redes en un área donde la pesca está prohibida. "No es un capricho, sus mallas son finísimas y lo cogen todo. Los peces vienen aquí a desovar porque al haber menor salinidad se alejan de los depredadores. Lo que cogen con esas mallas no es que sean pezqueñines, es menos que eso, es para tirarlo. Y es renovación de la especie que se pierde. Crías de acedías, herreras, de todo...".
Las actuaciones son complicadas. ¿Cómo es posible que existan embarcaciones de pesca en un lugar donde no se puede pescar? La razón es que existe una zona delimitada de reserva y alrededor hay casi un limbo legal. Está la presión de los riacheros, que han llevado a cabo la pesca toda la vida y la Junta ni autoriza ni desautoriza, no termina de regular. Sobre estas embarcaciones, todas muy modestas, artesanales, hay una multitud de administraciones que tienen competencias: capitanía marítima, Consejería, Subdelegación, Autoridad Portuaria... "Nosotros hacemos registros, pero siempre están vacías. Lo más que podemos hacer es confiscar las redes".
Mientras seguimos avanzando por el Guadalquivir nos topamos con muchas de ellas. También se han encontrado los guardias civiles en ocasiones con camaroneras doblemente ilegales, "porque son utilizadas como guarderías para la droga, y hasta como picaderos para que las parejitas pasen el rato en medio del río. Yo las he visto hasta con frigorífico y televisión", relata uno de los agentes.
Los agentes observan a través de los prismáticos una pequeña embarcación en la que dos personas faenan cerca de la orilla. Rápidamente el patrón de la Río Agueda da la orden de echar al agua la pequeña auxiliar que llevan. En dos minutos la lancha está en el río con dos guardias a bordo y se acercan a toda velocidad. Tras comprobar que tienen un permiso especial de la Junta para coger angulas y llevarlas a un criadero especial regresan a la patrullera. Y sigue la búsqueda del delito, que se oculta a menudo en el turbio Guadalquivir.
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